Aunque estés tranquilito en tu casa jugando mientras tu mamá, o tu papá, están viendo culebrones o vacas sagradas en la tele, por ahí anda un animalero suelto que para qué te cuento… Y no me refiero a los zancudos, moscas y demás bichitos domésticos que andan buscando qué comer o a quien chupar. Estamos hablando de animales que asustan de verdad verdad… Serpientes con y sin cascabel, tigres que en realidad son pumas o jaguares, jabalíes, es decir, cerdos con colmillos muy grandes, hormigas, pero no esas hormigas que corren casi invisibles por tu jardín sino unas que arrasan con cuanto bicho se le atraviese, así sea gente, y cocodrilos, ¿para qué hablar de los cocodrilos?

La literatura escrita para los niños y jóvenes a lo largo de varios siglos está llena, casi plagada, de referencias al mundo animal, aunque la mayoría de estas no se corresponden con la realidad, son más bien caricaturas de seres humanos, excusas para darle lecciones a los niños. Siendo así, no nos extrañe que entre los temas favoritos de la literatura infantil tradicional estén las fiestas organizadas por animales que hablan, la fábula del animal bueno y el malo, y la moraleja del animal trabajador y el flojo.

Pero en esta ocasión quiero comentarles sobre una colección de cuentos donde los animales no son “buenos” ni “malos”, son solo eso: animales, animales que se dedican a sobrevivir en un ambiente hostil y difícil como lo es la selva. Esa selva misteriosa y a la vez cercana que sirvió de escenario, de personaje y hábitat a Horacio , narrador uruguayo nacido en 1878 y fallecido en 1937, considerado uno de los mejores cuentistas latinoamericanos de todas las épocas.

En esa selva desaforada y llena de seres fabulosos, encontró Quiroga tema para concebir unos cuentos que nos muestran animales que no parecen reales, de lo reales que son. Quiroga los conoció y convivió con ellos y fue seducido por su fuerza y salvaje belleza. Se sabe que era amante de las serpientes y que en San Ignacio, en plena selva de Misiones, Uruguay, aprendió a identificarlas y a manipularlas, y supo escribir cuentos asombrosos a partir de estos conocimientos, tal como Las víboras venenosas del norte, La yarará Neuwiedi, Anaconda y La serpiente de cascabel, este último incluido en la selección que les comento.

Es un gran y escalofriante placer acercarse a La serpiente de cascabel y otros relatos, un libro donde los animales están vivos y corren y sueltan sus gruñidos, gracias a la maestría de Horacio Quiroga, quien logra interesar a los jóvenes lectores, y a los no tan jóvenes, al mostrarles un universo pleno de naturaleza no manipulada por el hombre, con todo el dramatismo y el misterio que impone la ley de la selva y la lucha por la supervivencia.

Para que puedas leerlo sin tener que pagar mucho, mejor dicho, nada, aquí te obsequio el link, con la versión que publicara la editorial venezolana El perro y la rana. Cuenta con las ilustraciones de David Dávila, quien se encargó de acompañar los relatos de Quiroga con unos colores y trazos que intentan presentar la fuerza y los contrastes propios de la vida selvática.

Si quieres enterarte de qué va el libro, aquí te dejo un fragmento de uno de los cuentos:

“Son las tres de la mañana. Hace varias horas que las hormigas están devorando todo lo que se mueve, pues esas hormigas, más terribles que una manada de elefantes, dirigida por tigres, son hormigas carnívoras, constantemente hambrientas, que devoran hasta el hueso de cuanto ser vivo encuentran”.

“Durante un largo rato, chiquitos míos, quedé como atontado, mirando obstinadamente
el sitio en que se había hundido mi pobre compañero. Yo sospechaba, estaba casi seguro de
conocer el secreto de esa misteriosa laguna”.

“Supe así un día que uno de los peones, alto, amarillo y flaco, era un lobisón. Ustedes tal
vez no lo sepan: en el Uruguay se llama así a un individuo que de noche se transforma en
perro o cualquier bestia terrible, con ideas de muerte”.

“Instantáneamente, sobre el fondo oscuro, apareció la cabeza iluminada de la serpiente,
en alto y mirándonos. Mi compañero se colocó detrás de mí, con el farol alzado para poder
apuntar, e hice fuego”

Así que ponte, pues, tus botas y disfruta del miedo y, al mismo tiempo, de la fascinación que nos produce el poderío salvaje de la naturaleza en pleno esplendor. Adéntrate por esta selva de cuentos.