Cartas al desapego.

Me siento y respiro, para ver si el viento lo lleva a otro lugar: Entre un suspiro nos alcanzamos. No sé quién pierda más pero sé que ambos ganamos.

Estoy en ese pedacito de recuerdo donde la monotonía parece tan perfecta, y es que la aparente compañía parece jamás fragmentarse, pero el destino y la eventualidad es más veloz que nuestro conformismo y fluye, alejando los cuerpos y acercando las historias; también los recuerdos.

A veces caminaré sonriendo, pero hoy mientras transcribo, lloro (sólo un poco), lo suficiente para que alguna lágrima se convierta en tinta y siga describiendo los eventos del pasado. Estoy más feliz que triste, las ilusiones viajan a velocidades más allá de los estudios del ser humano, y no hay transporte que las deje atrás, así como esos kilometrajes que se marcan entre la altura te llevan cada vez más lejos, me quedo aquí, alcanzando los recuerdos con palabras, aunque seguro estoy que ellos no se irán tan fácilmente.

En el instante de la despedida allí seguías, y era feliz; ese futuro idealizado estaba bailando entre las nubes (y un poquito en la nostalgia) pero en el presente no existían mares que nos distanciaran ni fronteras que restringieran nuestro reencuentro; así que sonreí, atisbando un poco los gestos que se dibujaban en el rostro de todos. Allí descubrimos que la honestidad vale más que todo y el actuar recatado vale menos que nada, antes y después de aquel instante previo al despedir.

No hay fragmento que se pierda en la distancia ni nostalgia que se oculte entre recuerdos; todo lo que el alma recogió, allí se quedará; antes de que las sonrisas desdibujen, y después que el viento el polvo arrastre.

Seguiré escribiendo, pero hoy, bajo la luz solar, cerraré los ojos por un rato y pisaré la oscuridad del cielo que nos acompañó por última vez.