Pierdo la voz
Odio los días de euforia porque son el preludio de la oscuridad que me consume.
Por cada día feliz cinco son de tristezas, días ahogándome en el pozo profundo en que se convierte mi cuerpo, en el que me hundo, en el que grito hasta perder la voz y quedarme sin respuestas.
Sigo gritando y nadie me escucha; ya me he quedado sin voz.
Entre más grito más disminuyen las posibilidades de ser escuchada, ya no consigo la forma.
Mientras tanto, salgo a la calle vestida con mi mejor sonrisa, llena de abrazos, de palabras cordiales, de una mano amiga, de un oído atento a escuchar.
Siempre fiel, incluso tonta, siendo capaz de conceder lo que es mío, pensando siempre en el otro, dando pedazos de mí. Sin demostrarle a nadie que soy vulnerable y que poco a poco voy muriendo por dentro.
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Odio los días de euforia porque son el preludio de la oscuridad que me consume.
Por cada día feliz cinco son de tristezas, días ahogándome en el pozo profundo en que se convierte mi cuerpo, en el que me hundo, en el que grito hasta perder la voz y quedarme sin respuestas.
Sigo gritando y nadie me escucha; ya me he quedado sin voz.
Entre más grito más disminuyen las posibilidades de ser escuchada, ya no consigo la forma.
Mientras tanto, salgo a la calle vestida con mi mejor sonrisa, llena de abrazos, de palabras cordiales, de una mano amiga, de un oído atento a escuchar.
Siempre fiel, incluso tonta, siendo capaz de conceder lo que es mío, pensando siempre en el otro, dando pedazos de mí. Sin demostrarle a nadie que soy vulnerable y que poco a poco voy muriendo por dentro.
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