Más de 21 años han pasado de mi época de liceísta, y aún recuerdo cómo alguno que otro profesor era apodado, gracias a la picardía de los alumnos.

De todos los sobrenombres habidos y por haber recuerdo un par que siempre me hicieron mucha gracia. Les cuento:

En el liceo donde trabajaban mis padres y luego estudié y ahora trabajo… Ok, en ese liceo había una profesora de matemáticas que siempre, siempre, pero siempre, se hacía el mismo peinado, no importaba el día, la fecha o el clima, ella siempre se hacía un moñito amarradito en el tope de su cabeza. Aquella madeja de cabello bien recogido en forma de bolita, se asemejaba a una cebolla, entonces me imagino que algún pillo bien provisto de creatividad, le instaló el apodo de “Cebollita”. Pasaron y pasaron los años y la Prof. Cebollita se quedó con su mote. Cuando Cebollita daba sus clases, siempre preguntaba para asegurarse de que sus alumnos habían entendido ¿Está claro? ¿No hay duda?

El otro personaje que resultó ser el campante usuario de tremendo sobrenombre, fue un profesor muy flaco y alto que tenía y tiene un rostro muy particular. Llegó a ser el director cuando yo estudiaba y era costumbre escuchar por los pasillos algún anuncio de su llegada. Era el típico aviso que se daba para que todos dejaran la tremendura que estaba en pleno apogeo porque venía el director, entonces se escuchaba desde lejos “Allá viene Sapo Romántico”

Y es que nuestro director gozaba de una cara, que al verla te hacía recordar inmediatamente la carátula de un batracio. No importa cuán elegante se vistiera ni su ademán distinguido al hablar, su rostro de sapo enamorado se asomaba con tal empeño que era difícil hablar con él, porque se corría el riesgo de responderle “Si señor Sapo Romántico” en vez de “Si señor director”.