En la mente de la ansiedad | Relato + Reflexión

Seis años. Luis había cumplido seis años cuando la noticia del divorcio de sus padres silenció el hogar. Él trataba de entender la situación, pero le resultaba muy complicado. ¿Cómo un padre cariñoso pasaba a estar ausente? Y ¿cómo una madre atenta se ahogaba en líquidos que le infligían dolor? Él no lo entendía. El peor cumpleaños de la historia, como lo había nombrado, culminó con una discusión alarmante frente a la torta de chocolate por el nombre de una mujer que desconocía.

Siete años. Luis vivía en una casa y a la vez no. En un periodo de días dormía en la habitación que había preparado su padre en su nuevo hogar, con la nueva mujer que llamaba 'cariño' y el frío inmenso de la soledad. Sin embargo, en la casa de su madre no era muy diferente. Ella estaba pero no estaba. Le hablaba pero no escuchaba. La buscaba pero no la encontraba. Todo era muy confuso.

Doce años. Luis había conseguido unos kilos de más. Se ocultaba detrás de la comida para calmar el eco en su cabeza. Era como un martillo que golpeaba los rincones de su mente cada vez que insistía en algo. ¿Terminaba de comer? pues, martillaba para que Luis mordiera otro pedazo. ¿Llegaba la noche? pues, martillaba para que Luis encontrara algo que masticar. ¿Compraba un par de chucheria, lo suficiente para los siguientes días? El martillo en su cabeza no se calmaba. Martillaba a Luis para que tomara un pedazo, y luego otro. Y el siguiente. Y el siguiente. Hasta que no quedaba nada. No se detenía, no controlaba su metabolismo, los pequeños cueros de grasa caían en su cuerpo y provocaban uno que otro comentario en el colegio.

Quince años. Luis desarrolló un comportamiento extraño. ¿Sabes el momento en que no sabes con certeza si cerraste la puerta? En el caso de Luis era común con casi cualquier cosa. Una vez que se bañaba, se devolvía a cerrar la llave aunque no hubiera sonido de la ducha. Luego de tomar algo del refrigerador, se devolvía para confirmar que había cerrado con suficiente fuerza, su madre siempre le recriminaba eso. El martillo en su cabeza cambió a un nuevo pasatiempo: lavarse las manos. Tendía a lavarse las manos en todo momento. Después de comer, dormir, usar la computadora, saludar a las persona.

Veinte años. Luis había llegado al momento cumbre de su estrés. Los comentarios de su peso no eran suficiente, las burlas a través de fotos eran molestas. Luis cogió un poco de fuerza y se dirigió al gimnasio. Día tras día yendo al salón, corriendo, levantando pesas, realizando rutinas. Pero... no daban resultados. La mente de Luis era un caos. Imagina tener que verte en el espejo buscando un signo de esperanza de que esa masa de más ha desaparecido solo para encontrarla más presente que nunca. Cinco días en el gimnasio se perdían en dos de fin de semana. Su cuerpo trabajaba de la peor manera posible. No lo ayudaba. Lo odiaba.

Luis no podía controlar sus impulsos.

El martillo en su cabeza no se detenía.

Pero la pregunta más grande que se hacía era: ¿Por qué nadie de su familia veía sus problemas? ¿Es que eran invisibles? No era justo. Nunca lo era.

La ansiedad es un tema serio. Al igual que la depresión deben ser tratadas por expertos. Si eres una persona que nota los cambios de tus compañeros o familiares, busca ayuda; recuerda que puedes estar salvando a alguien que se encuentra en lo más profundo de su ser. Sufriendo. Ser más atento no requiere de mucho esfuerzo.