Lo hice por ti | Relato

Ramón no se encontraba en sus mejores fachas. Tenía la varaba aliñada, el cabello largo, la ropa desarreglada, la garganta seca, los ojos caídos y el cuerpo lleno de moretones. Una pequeña cicatriz, roja, con una pizca de sangre, brotaba de su labio. Había estado en una pelea. Una gran pelea en realidad. No tenía que hacerlo pero igual lo hizo. Tomó el ascensor, preguntó por un trabajador, llegó a su cubículo, y luego lo entró a golpes mientras el otro sujeto también le respondía y otras personas presentes trataban de separarlo sin mucho resultado. Pero estaba hecho. Hizo el ridículo.

Resulta que Ramón no había acabado muy bien su última relación. Cuando digo “muy bien” hago énfasis en que realidad resultó un completo desastre. Para ambas partes, en realidad. Pero Ramón cargó con el peso de la melancolía. Probó, sin muchos resultados con el alcohol. Pero comprobó que el dolor solo se esfumaba por las horas en que se encontraba ebrio, e incluso había momentos en que seguía doliendo. Luego intentó en mantener su cabeza ocupada en otras tareas, pero resultó que incluso siendo la persona más ocupada del mundo aún podía pensar en una persona. Era un descubrimiento increíble. Y por último trató de conocer a una nueva persona. Desde cero, donde ninguno de los dos supiera nada del otro. Lo logró. Si fuese sincero, él diría que lo logró durante unas cuantas semanas, pero todo se derrumbó cuando unas simples cosas, lo más pequeño que te puedas imaginar se mezclaban con el recuerdo de la otra persona, aquella que intentabas olvidar. Y en realidad ese fue el error de Ramón, empezar desde cero teniendo aún pendiente acabar el infinito. Le dolió, pero no tanto como esperaba. El ‘otro’ dolor era más potente.

Pero todo fue de mal en peor cuando, un día, como cualquier otro revisando las redes sociales se encontró con un pequeño detalle. Una sonrisa. Una clamorosa sonrisa de esa persona por la que estaba sufriendo día a día. Junto a otra persona, una persona que no era él. Eso le cayó como un balde de agua fría. Sabía que estaba mal que pensara de esa manera. Cada quien era libre de hacer con su vida lo que quisiera. Él era partidario de esa filosofía, e incluso lo hizo por unas semanas. Pero, ¿por qué dolía? ¿por qué lo estaba comiendo por dentro? ¿por qué no podía quitarse de la mente la sonrisa de esa persona?

Estaba cayendo en un vacío y no entendía del todo por qué hacía lo que hacía cuando podía tomar otras riendas. Eso le molestaba, pero no podía detenerse. Detenerse de pensar en cosas que no debía, que no quería. Esa pequeña obsesión dentro de él lo había hecho alguien que nunca quiso ser.

La puerta del apartamento sonó, o más bien se estaba reventando. Supo quién era. Por un momento se alegró porque la vería de nuevo, pero también sabía que no era algo bueno su presencia, y menos con lo que había hecho. Tomó un poco de aire, se acomodó la vestimenta y se paró del otro lado. Podía escuchar los gritos. Cuando abrió la puerta, ella entró como una bestia en busca de respuestas. No fue para nada amable. No pretendió ser amable, y él no pretendió excusarse. La escuchó, recibió un par de golpes, gritos y toda clase de insulto. Las palabras no las podía conjugar, quería decir algo pero no podía, así que cuando ella se detuvo, y exigió que le explicara lo sucedido, él respondió:

Lo hice por ti.