La visita

in #talentclub5 years ago


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No venías a verme desde hace mucho tiempo. Estás sentado, ahí, esperando a que te dé conversación, pero no puedo. Ni siquiera me llamaste. Tocaste en el portero automático. Soy yo. Pasaba por aquí. ¿Pasabas por aquí? Me detuve. No sabía qué hacer. Pensé por unos instantes, lo juro, en no dejarte subir. Decirte que no te conocía o que te habías equivocado. Sin embargo, cambié de opinión y presioné el botón blanco, bueno, casi amarillo, del telefonillo que abre la puerta del portal.

Recordé la última vez que te vi. Sí, ¿no lo recuerdas? Sí, hombre. Habíamos decidido robar en la joyería del centro comercial. Un millón de euros en joyas y relojes. Lo teníamos todo planeado. Visitar el centro comercial. Visitar la joyería. Decidir qué día dábamos el palo. Robar el coche y, a las tres de la madrugada, empotrarlo contra la puerta del centro comercial, recorrer los ciento cincuenta metros en línea recta, alcanzar los cincuenta kilómetros por hora y chocar contra la puerta de aluminio reforzado de la joyería. Nadie se lo esperaba.

Llegó el día. Robamos el coche. Un todo terreno de casi tres mil kilos al que le habíamos echado el ojo hacía unos días. Salimos en dirección al centro comercial. Conducías tú. Sí, tú. Eras el experto. Vimos el centro comercial al fondo de la avenida iluminada por las luces de la Navidad. Ibas despacio, hasta que tuviste a tiro la puerta del centro comercial. Aceleraste y pusiste el coche a ciento treinta kilómetros por hora. Vas demasiado rápido. Afloja un poco. No hiciste caso. Chocamos con la puerta y la reventamos, sí, pero tú saliste volando por el cristal del parabrisas. No te habías puesto el cinturón de seguridad. Un fallo de aficionado. Yo me quedé clavado en el sillón del acompañante con tres costillas rotas y un esguince cervical. Salí del coche. Estabas inconsciente. Respirabas con la boca llena de sangre y unos cuantos dientes en el suelo. Intenté despertarte. No pude. Llamé a emergencias y salí de allí.

Guardaste silencio porque no te acordabas de nada. Eso me dijeron. Era lo que tocaba. Pagaste el año y medio de cárcel. Ya lo sé. No sé qué piensas. ¿Quizás dar otro palo? No creo. No estás para eso, ni yo tampoco. Creo que te invitaré a comer, intentaremos hablar de los viejos tiempos, de los que te acuerdes porque el golpe te borró muchos recuerdos. Después te irás, arrastrando la pierna derecha, aquella que casi dejaste en el camino.

No sé cuándo volveré a verte, quizás en algunos meses o años, cuando vuelvas a recordar dónde vivo.

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