Elvis Presley y los Blues del Chupasangre (continuación II)

in #ulog6 years ago

Este es el último post relacionado al cuento de Matt Venne, donde comparto la tercera y cuarta parte del mismo con ustedes.

III. LA BOMBA CON UN MALDITO COPETE.

Luego dejamos de presentarnos en Las Vegas.

Y por una vez el Coronel y la Mafia de Memphis se pusieron de acuerdo en algo: todos odiaban la idea de intercambiar la vida de lujo en un penthouse en las Vegas por el rigor del día a día de la carretera.

Pero era el camino. Estaba decidido.

No podía quedarme sin hacer nada y dejar que los vampiros ganaran sin siquiera pelear y, pues, un viaje a través del país era la idea perfecta para salir allá afuera y cazar a esos vampiros hijos de puta. Los espectáculos en Las Vegas habían consolidado mi reputación como la más grande atracción de entretenimiento en el mundo, lo cual me permitía hacer un viaje sin descanso a través del país hasta el final de mis días, sin ningún empedimento.

Mi vida era básicamente como en Las Vegas, sólo que esta vez mi penthouse era un bus de viajes, y en lugar de ir a mi cuarto en las noches, saldría a cazar.

Una que otra vez, algunos de los chicos venían conmigo, y se descubrió que mi hermanastro David tenía talento para cazar vampiros; era realmente bueno para cortar las cabezas de esos chupasangre después de que yo les disparaba balas de plata, razón por la cual le apodé el CazaCabezas (gracias, de nuevo, a mi joyero personal, Lowell Hayes, las balas de palta era muy fáciles de conseguir; como podrán haber adivinado, Lowell las diseñó con un poco del resplandor del viejo Elvis: las balas tenían de las insignias de TCB en sus puntas).

Sin embargo, generalmente no podían llevarle el ritmo: ellos preferían cargar mis pistolas con estas balas hechas especialmente de plata de las insignias y envíarme al ruedo. Y, ¿quién podía culparlos? Una noche de cazar vampiros estaba lleno de brincos, lucha, patadas y matanza. No era un trabajo que correspondiera a humanos ordinarios, y aunque la Mafia de Memphis era un grupo increíble de chicos, seguían siendo humanos.

¿Y saben qué? Realmente no me importaba salir sólo. Esto me dio ese permiso para lo que había estado buscando por años. Esa paz mental. Aparte de toda la sangre, carnicería y todo el caos alrededor, fue algo… tranquilizador. Algo... Zen. Creo que así podrían decirle.

Mientras estamos en el asunto de la caza de vampiros, déjenme preguntarle algo: ¿alguna vez escucharon historias acerca de un encuentro entre el Presidente Nixon y yo para otorgarme el más alto distintivo gubernamental, cierto? ¿han visto las fotos, no? ¿saben que realmente pasó, cierto? ¿ese no es un mito de mierda en una vida ciertamente llena de acertijos de mitos de mierda? Quiero saber algo: ¿Por qué demonios creen que el presidente me dio ese distintivo en primer lugar?

No fue para no disparar, déjenme aclararles. Fue para exterminar vampiros, nenes. La Casa Blanca estaba tan en sintonía de la movida de estos gloriosos Estados Unidos de América como Gracelan lo estaba, y sólo fue cuestión de tiempo antes que los Altos Cargos reconocieran que tenían un problema de vampiros entre sus manos. Darme la posición de agente federal del estado me permitió llevar conmigo un arma de fuego todo el tiempo, y disparar a cualquier perpretador en la línea de fuego ¿Veía a algún vampiro mordisquiando la yugular de alguien? Blam-o! Chupasangre. Sin preguntar.

Así que el Presidente Nixon sabía de qué estaba hecho, y apuesto a que si tienen algo de tiempo para revisar cuidadosamente todas esas grabaciones que esos paranoicos hijos de perra hicieron, él mencionaba algo sobre ello. Espero que puedan. Estoy seguro que aclararía un montón de cosas de los últimos años de mi vida a los fans. Al menos mi mujer sabría como su papi realmente murió.

El distintivo de agente federal dado por el presidente, ¿no?… la importancia ganada desde aquellas trasfusiones de sangre… “la mejoría superhumana de mis habilidades karatekas...aun más...en un abrir y cerrar de ojos” hasta “Cuidando del Negocio” (lo cual se convirtió en mi lema para estallar a esos vampiros con luz solar, ¡nene!)-esto tiene un poco más de sentido, ¿no? Quiero decir, ¿realmente pensaban que era tan idiota como para echarme y dañar partes de todos mis televisores porque era demasiado flojo para cambiar de canal?

Adivina de nuevo, hijo.

En cualquier momento que la cosa se pusiera intensa, podías apostar tu trasero a que yo estaba en medio de una pelea por mi vida, disparándoles a esos chupasangres a diestra y siniestra, aunque todo fuera impredecible a mi alrededor.

Cazador de vampiros, perra.

Estoy feliz de decir que cuando mi querido bus zigzagueaba a través del país de todos nosotros, envié a miles de esos miserables sanguijuelas a su sufrimiento eterno. Yo era como una bomba con un maldito copete. Es nuestro país, dulce tierra de la libertad. Bang-bang, váyanse a la mierda, chupasangres.

Y como un montón de cosas en mi carrera, tomé un poco de “inspiración” de la comunidad negra (y no se animen a llamarlo “robar”). Cuando cazaba a esos chupasangres, me imaginaba a mi mismo como una especie de detecive Shaft, lo cual también ayudaría a explicar todo el asunto de la capa: era mi propia versión de la gabardina de Shaft; mi versión de un superheroe, exactamente lo que había sido en los últimos años de mi vida, manteniendo las calles seguras, cuidandolos a todos ustedes, desprevenidos ciudadanos, de esos asquerosos roedores con colmillos.

Pero, como mi papi decía: cuando empiezas a hacer algo todo va bien, pero luego te das cuentas que es más complicado de lo que creías.

Como casi todo lo que hice en mi vida, mi reputación empezó a crecer, y muy pronto cada maldito hijo de puta nosferatu desde aquí hasta Timbuktu escuchó que el Rey estaba pateando traseros y ganando reputación. Las cosas se pusieron sospechosas por un tiempo, por lo que el Coronel y los chicos pensaron que sería buena idea recoger mis espuelas por algunos meses, descansar un poco en Graceland y recargar las baterias.

No me gustaba la idea de dejar las cosas a la mitad, pero todos me decían que no estaba dejando nada. Sólo era un pequeño descanso. Había ganado setenta libras demás de todas esas malas trasfusiones de sangre, y mis ojos empezaban a ser más sensibles que nunca a la radiación ultravioleta (esa es la mierda de la que está hecha la luz solar, para aquellos que no saben mucho sobre ciencia; y esa es la razón por la que siempre usaba esos grandes lentes de Sol al final de mi vida-de nuevo, todo tiene una razón, nene. No estaba tan chiflado como todos pensaban).

Este pequeño descanso era un tiempo para perder un poco de peso, volver a ver maratones de películas toda la noche (había esta película de ciencia ficción por la que todos perdieron sus cabezas llamada Star Wars que yo moría por ver) y cogerme un montón de tipas para ver si podía sacar de mi cabeza los siempre-presentes pensamientos sobre Priscila. Fue una buena idea.

Fue un gran plan, o quizá no.

16 de agosto de 1977. Los vampiros rieron de último. Como dije, me volví muy prolífico exterminando chupasangres, pero se cansaron de tal situación. Ellos se reunieron y decidieron que ya era hora de poner un fin a mis travesuras: ellos enviaron una manada de nosferatus sureños locos hacia mi, y siendo todos vampiros, no tuvieron ningún problema para meterse a hurtadillas en mi cuarto en Graceland.

Era alrededor de las cuatro de la mañana, estaba terminando de leer un gran libro llamado The Necronomicon, el cual trataba todo sobre sabiduria tradicional egipcia y cómo combatir criaturas mortales (contrario a la creencia popular, me encantaba leer, y había devorado todo lo perteneciente a lo sobrenatural).

Como sé que ustedes están muy conscientes de lo que soy-por suerte-, en mis horas finales tuve que descongestionar mis malditos intestinos.

Y fue mientras estaba agarrando el papel higiénico que tuve un viejo caso de las vibras vampiras, y escuché un escándolo en el cuarto, afuera de la puerta del baño. La chicha que estaba viendo en ese momento, Ginger, soltó un breve grito, pero fue inmediatamente ahogado, como por una almohada o algo.

Todavia con la pijama de seda a nivel de mis tobillos, salté de la tapa del inodoro y entré en la escena desde el baño-sólo para encontrar a mi amorsito desmayada en la cama. Estaba desconcertado. En un susurro dije: “¿Ginger?”

Ella no contestó nada-pero mis ojos se abrieron de par en par cuando desde las sombras de la habitación escuché una voz familiar cortada: “¡El Reeeeeeey!”

Giré hacia el sitio de donde venía la voz, pero fue demasiado tarde: un grupo de chupasangres pueblerinos me goleó en la nuca y caí desmayado al suelo.

Y luego, ¿no sería muy obvio? El mismo chico horrible (quiero decir, malditamente horrible) hijo de puta que me había convertido en un vampiro años atrás estaba inclinado sobre mí.

Él estaba sonriendo cuando se acercó mucho a mi cara, y burlándose dijo: “El Reeeeey está muerto.”

Se. Tú también, hijo. O sea, si, como dije antes, mi reputación de cazavampiros se había expandido mucho, y realmente no me sorprendía que una pequeña fracción de la nación de vampiros se agrupura y viniera eventualmente a eliminarme-es sólo que nunca pensé que lo harían en mi propia casa, hombre. Eso era simplemente… grosero, si me preguntan. Pero… como sea… (me molestaba de sólo pensarlo), El Horrible y sus secuaces me atraparon y arrastraron a través del frío piso de mi baño. Y con un sentimiento de horror me di cuenta de lo que estaban intentado hacer: el Sol iba a salir aproximadamente en medio hora, y ellos estaban colocándome justo debajo de los tragaluces del techo de mi baño. Ellos rasgaron el papel metálico de los tragaluces, se aseguraron de amarrarme justo debajo de ellos, y luego huyeron de mi amado cuarto-mi maldito santuario todos estos años de locura y caos-y me dejaron a mí, Elvis Aaron Presley, el Rey del Rock n’ Roll, solo, en el sucio piso de mi baño. Ginger estaba noqueada, -y después de algunos intentos sin éxito para despertarla diciendo su nombre, me puse cómodo (tan cómodo como podías estar cuando estabas amarrado), y me volteé a mirar los tragaluces cuando el Sol empezó a asomar su cabeza sobre el oscuro horizonte de la madrugada.

Estaba listo para el final; y estaba pasando más rápido de lo que salía un peo después de un plato de chorizo y puré.

IV. PAPI AMARRADO A PUNTO DE MORIR.

El último concierto que di fue para un público de una sola persona.

Algo apropiado, realmente. Me llevó a esos dias en Tupelo, cuando cantaba solamente por amor a la música. Cuando habiado tocado algunos acordes en la vieja guitarra acústica de mi papi y canté las tradicionales de El Viejo Shep o cuando trabajaba el campo o encontraba paz en el valle.

Siempre me había encantado, “An American Trilogy”, y decidí que era una buena canción para acompañar el final de mi vida, cualquiera que fuera. Cuando canté los versos centrales, pensé en mi querida hija, y sabía-sólo lo sabía-que ella estaría bien. Ella sabía que su papi era un pionero (quizá ella no sabía que me había transformado profundamente en un cazavampiros, y que yo era-de hecho-un vampiro, pero eran cosas sin mucha importancia ahora). Y ella también sabía que los pioneros se pierden en el camino. El machete mata al desprevenido, el fojalle crece mucho, y tu rastro desaparece después de un tiempo. Así es la vida de un pionero, y si Papi era algo, eso era un pionero, nene. Grabé más discos, hice más películas, comí más comida, cogí con más mujeres-y por sobretodo- reí más que cualquier otro hijo de puta que estuvo antes de mi.

Fui el primero y el último.

El Alpha y el Omega.

Elvis Aaron Presley.

Así que… este es el porqué de darle la verdadera versión de los hechos, dejarles saber que yo no morí en las escuálidas circunstancias que ustedes habían creído. Morí como viví; una noble muerte para un rey. Morí combatiendo la nación de vampiros, y dejé el mundo un poco mejor gracias a mi estancia en él. El Sol está empezando a brillar en el cielo, haciendo que las nubes parezcan esponjas en una sangrienta escena del crimen. Mis ojos se llenan de lágrimas porque no he visto la simple belleza del amanecer en años, y este iba a ser el último que vería.

Mi piel está empezando a humear y a mancharse. Intento moverme un poco para no estar directamente debajo del paso de la luz solar, pero no puedo ir muy lejos. Ya la luz ultravioleta había hecho el daño. Al menos no iba a quemarme completamente. Gracias Dios por las pequeñas cosas, ¿no?
Busco mis sombrillas, pero ellas están demasiado lejos y mis manos están demasiado ceñidas. Al carajo. Voy a encarar a este maldito, mirando a la muerte justo a los ojos hasta el
último momento.

Pienso en Priscila.

Pienso en Lisa Marie.

Sonrío con cierta tristeza. Orgulloso, feliz y deprimido. Todo al mismo tiempo. Totalmente vivo, nene. Totalmente vivo.

Empiezo a cantar de nuevo “An American Trilogy” con todo lo que mis derretidas cuerdas vocales tienen para dar (la acústica en el baño apesta, pero demonios: uno hace lo que puede con lo que tiene).

Puedo escuchar un coro de angeles muy parecido al de los Jordanaires cantando como refuerzos, y cuando la luz de Sol finalmente me convierte en un pedazo de carne revolcándose, sonrio, abró los brazos a las glorias que me aguardan (de nuevo, tanto como un hijo de puta amarrado puede abrir sus brazos), contento de haber vivido una vida que valió la pena vivir.

Qué lástima, nos pasa a todos.

El Rey está muerto, nene. Salve Dios al Rey.

Elvis ha dejado el lugar.

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