Los que estamos fuera del pueblo tememos por nuestros familiares. Ellos viven en miedo, prácticamente escondiéndose (como si fueran ellos los delincuentes); no pueden circular libremente y si tienen negocios tienen que ser más cuidadosos. Un amigo ha recibido amenazas de una de las bandas exigiendo pago de vacuna para dejarlo trabajar. Muchos agricultores del cacao han reportado situaciones similares. Todo esto dista tanto del pueblo donde me crié; el pueblo que podía visitar cuando quisiera. A mis hijas les encantaba visitar a sus abuelos y a mí me encantaba ver la alegría en sus ojos. Extraño todo eso. Nos hemos perdido de tantas cosas en la vida de cada uno de nuestros seres queridos.

Una de las últimas visitas; nos quedamos atrapados por la lluvia camino a la parada de carritos. Mis hijas no estaban muy felices, pero fue una espera tranquila. Sin inconvenientes mayores. Sabíamos que tomaríamos un carro y nadie se metería con nosotros mientras esperábamos. Ahora no podemos ni planear un viaje de 3 horas debido a la crónica crisis de transporte, los riesgos sanitarios, y todas las advertencias por las bandas armadas.

Mi pueblo tenía mucho potencial. Es uno de los lugares turísticos menos conocido en el país, con belleza natural desbordante pero sin gobernantes con visión como para invertir o traer inversionistas que ayuden a transformar esta región, y sin un gobierno capaz de detener las actividades criminales, tenemos una terrible combinación. Muchas cosas tienen que cambiar y rápido, de lo contrario la pérdida habrá sido total, arrasante. Como en Macondo, pues.

Los dejo con unas fotografías sorprendentes que me envió mi sobrino, Edgar, quien aún vive allá, trabaja en múltiples proyectos y cree en el potencial del pueblo para generar prosperidad, progreso, y tranquilidad.