La comisaria sociológica

in #writing6 years ago (edited)

Hace más de diez años, cuando era un estudiante de pregrado de sociología en la Universidad Central de Venezuela, conocí a una chica la cual me hizo una pregunta que aún resuena con la misma intensidad en mi cabeza. ¿Cuando será el día en que la sociología dejará de cuestionarse a sí misma si es una ciencia? En aquel momento la interrogante surgía como una reflexión necesaria en nuestra formación, no obstante, la manera en que se planteaba el asunto parecía un ejercicio inexistente en otras escuelas circundantes, tales como economía, estadística o antropología. La interpelación de la estudiante me parecía cargada tenuemente de un hastío particular. Cada solución lucía insatisfactoria, pareciera que nunca se fuese a llegar a una instancia definitiva a pesar de que la cuestión se manifestaba desde un lugar bastante concreto, la Facultad de Ciencias Económicas y Sociales. Si la pregunta por lo que es consigue respuesta en relación a su ubicación, o categoría desde una postura filosófica, el asunto queda limpiamente zanjado. No hay que preguntarselo más, la sociología es una ciencia como la economía, procura respuestas particulares a través del procedimiento democrático del método como señala Gadamer en Verdad y método II. Es indudable como la condición procedimental es el modo de consumo común de lo científico. Para muchos a través de un conjunto de pasos es posible el conocimiento y desde el mismo, la certeza y la seguridad para la continuidad de la existencia. Mientras la filosofía pregunta, incansablemente dirían algunos, la ciencia se aboca disciplinadamente a las respuestas. En su búsqueda incesante produce representaciones que adquieren el carácter fáctico tales como las expresiones económicas, estadísticas y administrativas que pululan en la cotidianidad. La producción de tales discursos cimentan la noción de lo objetivo como fondo-fundamento de lo verdadero, la subjetividad, recordando a Descartes, es fuente de engaño y decepción, la certeza es posible sólo mediante la instrumentalización del discernimiento.

Desde una posición abiertamente ortodoxa la condición científica sobreviene en una mera realización técnica. Las consecuencias del acaecimiento técnico-científico se encuentran en la minimización del discernimiento así como en la evasión voluntaria de lo que no puede ser aprehendido, enunciado o manipulado instrumentalmente. De tal forma coexisten pacíficamente técnicas sociológicas que aseguran su efectividad investigativa y sociólogos que las utilizan y enseñan pero que no pueden, ni desean, aclarar su posición sobre que es exactamente la sociedad, la interacción o lo social. Para ciertos sociólogos tal definición, o petición de principios, es una labor filosófica no científica, a otro perro con ese hueso. Tal como apunta Derrida en su conferencia Las pupilas de la universidad el principio de razón y la idea de universidad muchos conciben a la sociología como una ciencia y por consiguiente, del lado de las investigaciones útiles, mientras la filosofía, así como otros humanismos, son comprendidos como investigaciones de carácter fundamental o prescindibles. La objetualización de los intereses investigativos reflota la clásica reflexión entre la ideología y la ciencia tal como fue expuesta a principio del siglo XX en Ideologia y utopia de Karl Mannheim. Mientras la ideología es presentada como un engaño desde la tradición racionalista-marxista, la ciencia, ingenuamente, por no decir perversamente, se cree exenta de cualquier tipo de subjetivización engañosa. Sin discernimiento la ciencia deviene en una idealización que momifica y sustrae el movimiento propio del vivir, cancelando cualquier intento comprensivo. Aunque no les guste a ciertos iniciados, la sociología no es más que una ideología entre muchas otras, una que no sólo aún se cuestiona su espacio dentro de la academia, también combate por su legitimidad en la arena de la opinión pública.

Retomando la ubicación originaria de la cuestión, la escuela de Sociología de la Universidad Central de Venezuela, es preciso realizar ciertas aclaraciones. La formación que ocurre allí se fundamenta en dos grandes pilares-departamentos. El primero recibe el nombre de Métodos, el segundo, Teoría Social. Concedemos el estatus fundamental a ambos departamentos en relación al número de asignaturas obligatorias necesarias para la consecución del título. En referencia a Métodos su importancia radica en la inquebrantable vocación investigativa que debe definir al sociólogo. Además de la producción de valioso saber técnico, el departamento manifiesta la inconclusividad de la propia labor sociológica tal como indica Max Weber en El político y el científico: todo saber científico está destinado a su constante superación. En cuanto a Teoría Social resulta valioso retomar dos posiciones claves que expresan el ejercicio constante de actualización y apertura que implica hacer sociología. La primera posición es la de William James en Pragmatismo. La teoría no es un sitio de descanso, es un punto de partida para la comprensión. No verificamos la realidad de acuerdo a ideas preconcebidas, ahondamos y pensamos en ella desde tales. Dicho con otras palabras, la teoría implica apertura e inseguridad, no la tranquilidad del límite. La segunda posición es de Sir Karl Popper en La lógica de la investigación científica así como en Conjeturas y refutaciones. La teoría es una malla que lanzamos a la mar de la realidad y que constantemente vamos afinando con cada intento. Los ajustes son siempre necesarios, no obstante, no se planea ni en sueño capturar la totalidad de la realidad. Por otro lado, la ciencia no sólo adquiere su sentido en vinculación al método, refiere de igual manera a la comunidad que lo efectúa, personas que interactúan en un momento histórico determinado con intereses investigativos y políticos de por medio. El consentimiento de la subjetividad que tal actitud expresa no significa el vale todo posmodernista, implica el diálogo y constante actualización que solicita la práctica científica.

La realización sociológica expresa una diversidad de manifestaciones además de la cuestión científico académica. Una muy interesante se muestra en su vinculación expresa a la política, una común desviación estudiantil que consigue su soporte en las nociones de la utilidad y la muy mentada, pero poco definida, responsabilidad moral. Se puede retratar provisionalmente tal relación reductiva en la necesidad que tienen algunos sociólogos por ofrecer algún provecho tangible de su actividad. Para ellos la concreción, o las condiciones materiales de la existencia, se efectúan indudablemente en el Estado, la mejor sociedad sólo es posible desde la sumisión voluntaria al Leviatán. Esta posición resuena con la convicción necesaria que ciertos sociólogos le atribuyen a la disciplina, donde se estudia sociología para cambiar (para bien) a la sociedad. La concomitancia política y sociología exterioriza otra forma de minoración del vivir, la preeminencia de la institución y el discurso estructural minusvaloran la interacción, la sociabilidad así como las condiciones históricas. El discurso político social se transforma en una imposición ideológica: el Estado hace lo que hace no sólo porque es lo mejor para todos, su accionar está además justificado científicamente. Es posible comprender la política como una forma de persuasión efectiva así como una equivalencia lamentable de lo social. Para muchos, no sólo los iniciados en la sociología, lo social es una responsabilidad exclusiva del Estado, lo mimetizan a las necesidades de las mayorías. De tal forma, y ahora acompañados por Durkheim en La división social del trabajo, lo social es nuevamente empequeñecido por los conversos a la política partidista. Por asegurar una salida profesional ciertos sociólogos secuestran lo social vaciando de significado la expresión con sofismas tales como lo social es el beneficio de todos. Dicho con otras palabras, la ciencia se revela en su modo mas paternalista, el sociólogo cuida a la sociedad y actúa desde la Torre de Marfil que supone el Estado.

La noción de la política como la verdadera praxis social se cimenta en la comodidad de su realización. Detrás de la muy repetida condiciones materiales de la existencia se esconde una monumental deserción a la singularidad. La equivalencia política como lo estrictamente social es otra forma en que se ejerce la imposición de lo general reduciendo la inagotabilidad de la excepcionalidad de las interacciones sociales. La ideología particular de un partido se exhibe públicamente como la esencia de lo representado y esto ocurre en todos sus niveles. De tal manera vemos como quienes empiezan en la política universitaria, por simplemente militar en una organización partidista, conocen bien al estudiantado y asimismo, en un nivel macro, los políticos venezolanos tienen el pulso de las necesidades del país. Sin discernimiento la praxis política sucede como la promoción romántica de una ideología particular, deviene en la imposición de un discurso atemporal y ahistórico, fuera del mundo prácticamente. Una magnífica ilustración de la reducción política y su comodidad reflexiva se manifiesta en el fomento del debate anacrónico entre liberales y comunitaristas como la brújula moral de la disciplina sociológica. Desde el extremo ortodoxo comunitarista ningún liberal puede liderar un proceso social: Los comunitaristas son quienes realmente lo entienden. Desde la egoísta orilla liberal el comunitarismo no es mas que la capitulación en la política clientelar y populista: todo lo social es un aplanamiento de la particularidad. La binariedad del debate muestra espléndidamente como la propia posición nobiliaria de sus promotores impide una política que efectivamente reconozca y respete a la diversidad. Tal como ocurre con la idea de la izquierda, priman las querencias y denuncias sobre cualquier tipo de acción o reflexión autocrítica. La importancia política radica en la conducción, no en lo conducido. Dicho coloquialmente, la política es la crianza de los caciques, no de los indios.

Tanto la desviación política como la fe científica se asientan en la supremacía de la conciencia epistemológica. Tal arraigo dogmático deriva en la amplificación de un peligroso realismo ingenuo que, como se ha mencionado anteriormente, evade selectivamente cuestiones básicas necesarias para la realización sociológica. La sustracción de la reflexión ontológica puede ilustrarse en la metáfora nietzscheana del lenguaje tal como es formulada en Verdad y mentira en el sentido extramoral. El edificio del conocimiento está confeccionado con un material ligero como la tela de araña, suficiente para mantener su unidad y liviano para poder desplazarse sobre la superficie de la tierra. Dicho de otra manera, lo empírico pierde su importancia formativa de cara a la reproducción ideológica irreflexiva que consigue su certeza en la noción epistemológica. Por otro lado, la praxis científica ortodoxa propone un cometido cuesta arriba, por no decir imposible, el abandono total de las presuposiciones. Para ciertos sociólogos pensar fundamentalmente es obrar filosóficamente, una actitud particular dentro de la constelación sociológica que evoluciona en la fecundación de una conducta policial. En ciertos casos la demanda por el ser va acompañada del deber, la insatisfacción singular es generalizada exteriorizando su indudable talante impositivo. La respuesta individual a la existencia se convierte en una necesidad global, una preocupación más allá de quién formula la cuestión. El olvido empírico, ahora disfrazado de conciencia filosófica, extrae del presente, la idea de una sociedad auténtica en muchos casos no es más que un vago deseo personal. La postura socio-filosófica extrema puede definirse como falogocéntrica. La penetración profunda es su bandera, suponen que ven más allá de la superficie alumbrando la cueva donde todos los demás se conforman con vivir en las meras sombras.

La virtuosidad nobiliaria es una característica común tanto de los representantes de la sociología política ortodoxa como de la socio-filosofía. Para ellos la virtud no es una actividad, recae como una condición, título o posesión resultado de una única decisión. Elegir la sumisión al Leviatán o expander la insatisfacción personal pasa para los conversos por una moral incorruptible. La convicción, cárcel para alguien como Nietzsche en Crepúsculo de los Ídolos, es publicitado como un valor positivo, mientras más convencido (y menos reflexivo) políticamente, científicamente o filosóficamente, mucho mejor, la sociedad requiere gente segura de sí misma. La primacía del deber sobre la dinámica realidad resulta en una indudable fraudulenta integridad. Sin discernimiento, constante vale acotar, se sedimenta la ideología la cual posteriormente puede evolucionar en un despiadado dogmatismo. De igual forma, la autoextracción sistémica de ciertos discursos pseudo emancipadores (“la sociedad está mal”, “hay que cambiar el sistema”, etc.) no son más que sofismas: muchos se creen Neo en Matrix de los Wachowski, y su labor salvadora implica la erosión de todas las creencias fraudulentas, así nadie se lo haya pedido.

El papel del único despierto entre los dormidos produce la deplorable figura del comisario sociológico, el que tiene todas las respuestas a preguntas que nadie le hizo. Su poder destructivo se fundamenta en el poco discernimiento en torno a la formación del yo que caracteriza nuestra era. La fragilidad del self es expuesta de la manera más cruel, tomando la forma usual de la ridiculización pública. El comisario pareciera que únicamente conoce para reducir a los demás y por ello la comunidad sociológica se convierte lentamente en un entorno donde constantemente ocurren violentas rupturas ideológicas, no en vano sus estudiantes son pacientes regulares en la unidad de atención psicológica gratuita de la universidad. La multiplicación de tales individuos durante la era bolivariana ubica prácticamente a la escuela de Sociología de la Universidad Central de Venezuela en la Universidad Nacional Experimental de la Seguridad, formando policías (o convictos) del comportamiento, pensamiento y sentimiento. Es común el sociólogo que informa, en muchos casos con el tono más cretino posible, como los demás viven engañados (alienados) o como sus gustos y decisiones no son propios sino impuestos (los demás no saben lo que verdaderamente quieren). La comisaría sociológica es evidentemente antisolidaria como anti diversidad, reproduce en pleno la lógica del clan (ideológico) sobre la philía y la comprensión. Detrás de argucias prestadas tales como la descolonización o la deconstrucción, colonizan el mundo ajeno implacablemente, viralizando la insatisfacción con su existencia. Su argumentación es intimidante a pesar de que en muchos casos no es más que una fachada o un intelectualismo leve. El comisario nunca ejerce autocrítica y por ende su compromiso es sólo con aquel equipo que siempre gane, nunca reconoce la pérdida y mucho menos el error. El comisario es un fariseo: le exige al mundo atravesar el laberinto pero el mismo huye del minotauro.

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