IRA - El hombre que no entendía asesinar - Libro - Parte 1

in #writing5 years ago (edited)

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-Padre nuestro que estás en el cielo, por favor ayúdame a cumplir esta misión, ayúdeme a apuntar al lugar adecuado para acabar rápidamente con esa peligrosa mujer. Perdona mis pecados... perdona mis pecados... perdona mis pecados...-Suplicaba el tirador con la voz muda del pensamiento y caminaba buscando el lugar exacto desde donde disparar. En su mano derecha llevaba la foto de su familia, que detrás tenía escrito claramente con letra de su hija un:
«¡Por favor no falles!» Que pudo escuchar con la voz de su niña en las paredes de sus oídos y le hizo acelerar el paso.

-Ella es una mala persona, engaña a la gente. Padre nuestro que estás en el cielo, dame valor.- Martín Alcántara repetía a cada paso su oración hasta que encontró el puesto de tiro, pero no su paz.
La tarima de la plaza Antonio Márquez de la ciudad de bravo, la capital, estaba resbalosa por la viva llovizna. Miles de personas escuchaban con atención seducida a Verónica, la mujer que debía ser eliminada. Un hombre de expresión alarmada se acercó a ella, le susurró al oído y tomó su mano, ella negó lentamente con su cabeza y la visible desilusión de su rostro la acercó al micrófono para expresar con su voz entrenada:

-El valor honesto de la vida poco a poco se va regulando al precio egoísta del dinero.

Al terminar la frase intentó alejarse con apuro aferrada a la mano del hombre que la advirtió, resbaló por el frio de sus sueños y el pichaque de la lluvia, y la muchedumbre empezó a corear el llanto de una tragedia en su inicio.
El hombre que la jalaba cayó herido de una bala que no se escuchó al nacer y manchó de sangre la tarima del pánico. «Un resbalón me salvó la vida» pensó sin agradecer a la suerte, aturdida y cansada por tantos obstáculos ridículos.

-Corre compañera, tú eres necesaria.- Sugirió el hombre herido mientras el dolor de la muerte cercana lo desconectaba de la vida.

Pero ella, más avergonzada que asustada por lo ocurrido, nuevamente negó con su cabeza y allí se quedó con él. Otros la cubrían y le gritaban que se pusiera a salvo. Veinte segundos después del primer disparo, un tipo alto y enfurecido que ayudaba en la muralla protectora fue derribado por un balazo en el pulmón derecho, ella volteó a mirar de dónde venían los disparos pero sus pupilas estaban ciegas de impotencia. Su guarda espaldas la levantó en brazos y la sacó de la tarima corriendo como sus rodillas le permitían. A su retaguardia el muro humano los cubría mientras las balas quitaban tantos ladrillos como le era posible a las manos del demoledor.

-¿En qué carro llegaste?- preguntó su protector. -Buscaremos al culpable y le haremos pagar por esto.

-No hables como ellos.- le respondió la mujer peligrosa y señaló el carro que venía a su posición. El lugar estaba inundado de gente. Verónica entró al automóvil, y su mirada empalidecida apuntaba a la ventana de vidrio opaco que le ilustraba la desilusión. No respondió a las preguntas del chofer sobre su estado de salud, pero sí respondió con un tic impaciente en su mejilla, cuando escuchó dos pitidos electrónicos debajo de ella...

Cinco horas antes.

El teléfono del soldado Martín Alcántara sonó, y al contestar se escuchó la voz del emisor instantáneamente, como si hubiera apretado "play" a una grabadora:

-Tu familia ha sido secuestrada. -Decía la voz y debajo se escuchaban los gritos de su esposa como prueba del rapto. -Sabemos que eres uno de los mejores francotiradores de tu comisión. Tu misión es asesinar a Verónica Triana frente a su gente en la tarima de las cuatro de la tarde en la plaza Antonio Márquez. Tápale la boca a esa perra y tu familia estará de vuelta contigo. Ella es una mala persona, una amenaza, una tragedia que no merece este país, debes asesinarla por el bien de tu familia.

La llamada terminó a tiempo, porque tanta mentira para los oídos de Martín Alcántara lo torcía de obstinación. Él sabía muy bien, como el setenta por ciento del país, que cambios verdaderamente revolucionarios aguardaban agazapados en los ideales de esa mujer amada por muchos pero odiada por unos pocos hombres que contaban con mucho poder. Y ellos tenían toda la artillería mediática desplegada en su contra. Pero en ese país de tercos alegres, la gente de un día para otro evolucionaba a pueblo unido, y era reconocida por su capacidad de intuir lo que era correcto y lo que no. Ella era su esperanza. Por eso la gente desbordada en las calles caminando hacia la plaza, percibía en su pecho tranquilidad y el antidepresivo que tanto necesita la paciencia de un pueblo.

La gran líder Verónica Triana, heroína de la clase baja, era una gran amenaza para los dirigentes de órganos políticos que no saben de la vida ni de la justicia. Esos de los que se sabe solo al encender el televisor o mirar un poste de luz en tiempos de campaña. Esa hermosa mujer era demasiado buena para su comprensión. Tan maravillosa que para Martín Alcántara era imposible creer en esas palabras de odio. El truco cobarde y sucio de negociar trabajo por familia lo montó en la resignación de ceder ante el chantaje, porque él debía asesinarla, con todo el dolor de su moral pero con la esperanza de salvar a sus seres queridos. Y se trataba de convencer con la oración de que Verónica Triana era una mala persona para que no lo aplastase el peso del significado de matar.

Cuatro horas y cincuenta y cuatro minutos desde la llamada del secuestro, cuando los dos pitidos electrónicos sonaron dentro del carro, hubo una explosión; Para los que estaban dentro, oscuridad y el respectivo silencio.
Para la congregación, un sonido ensordecedor y la luminosidad del fuego.
Para la humanidad, vergüenza por haber aprendido a ver la muerte como solución.
Y para el pueblo, un desastre y el deceso de su esperanza, su heroína y líder.

«Un resbalón me salvó la vida y el otro me la quitará» Pensó antes de morir, refiriéndose al resbalón más importante de su vida: Enfrentar un monstruo verde.

Verónica Triana fue asesinada treinta y cinco años después de que fuera instalada en Fórmica la primera computadora. Los tiempos de una dictadura tan vieja como los que retenían el poder, los mismos apátridas que luego del asesinato del gran Antonio Márquez que liberó el país de un brutal imperio que los dominaba y explotaba descaradamente, lo entregaron a un imperio aun peor, conocido como El Imperio Verde. Que los dominaba y explotaba con sigilo mientras les vendía la era moderna, y camuflaban el país para que nadie supiera de todo lo que le robaban. Hasta que el mundo se olvidó de ellos como país, de su nombre. Y sus habitantes lo autonombraron Fórmica: el país que estaba destinado a nunca conocer un invierno.

Fórmica no existe en los mapas, por eso solo se sabe que está ubicada en algún lugar de Sur América, extraviada entre los puntos cardinales. Porque en el mundo lo único que importaba era el Norte. Y la muerte de Verónica Triana llevaba un mensaje, obvio, contundente, les dejaba claro que siempre es más fácil resignarse.


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La justicia desorientada


Veintitrés años más tarde, de madrugada en un barrio agitado y violento, Justo Lara recordó a esa mujer que convirtieron en mártir por intentar cortar los hilos de los títeres que gobernaban su país ejecutando las órdenes de El Imperio Verde. Esa revolucionaria de la que su padre, el Señor Alejandro, le hablaba como si hubiera sido una heroína de película sin súper poderes. Por eso, él sabía bien, que esos personajes hasta muertos son peligrosos. Así estuviera el mundo en los tiempos donde la justicia fue desorientada por las potencias que todo dominaban, y la mal dirigieron exclusivamente a sus intereses, Justo Lara tenía claro que queda un tipo de justicia que ellos no pueden manipular: la justicia humana y revolucionaria, la justicia consciente que no depende de jueces ni de leyes, la justicia libre. El arma de las mujeres dignas, el arma de los hombres dignos.

Justo Lara era un poeta y un poeta tiene como motor la fuerza de su idea. Aunque como todo poeta, era más vulnerable a la tristeza y al dolor. Cuando cedió ante ello, decidió dejar atrás el carapacho de su buen corazón y solo dejó en él la conciencia como un caparazón y una idea como fusil cargado. Por eso era frió y su cara demasiado dura para sonreír con frecuencia. Para él era normal ver a los humanos haciéndose daño, porque entendía que la mayoría no tiene remedio. Su pasión era demostrarle a cada individuo que tenía a su alcance su comportamiento impropio, su comportamiento enajenado; y que su estado ofensivo hacia los demás no era más que una delación de su debilidad, un defecto evolutivo.

Todo ser que lo pudiera mirar comprendía el mensaje subliminal de sus ojos, que los invitaba a ser valientes y mostrar su verdadera cara; les cambiaba la vida por unas fracciones de tiempo o por el resto de su existencia.

Era temido hasta por sus propios discípulos, pero lo seguían y escuchaban como si sus vidas dependieran de él. Era muy temprano, el mundo dormía, -bueno, el mundo normal- Justo Lara estaba de pie, inmóvil en una esquina, con ropa a la moda de jóvenes de alta sociedad, y en sus manos sostenía un teléfono celular de los más costosos. Su atención estaba dirigida completamente a la pantalla del móvil. Como sucede todos los días en Fórmica, un cazador rondaba las calles buscando conejos que saquear. Justo Lara sintió el antebrazo que sostuvo con fuerza su cuello y la punta de su arma por los lados de su órgano respiratorio derecho.


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El cazador le ordenó estar tranquilo, y le hizo saber que lo único que quería era su aparato electrónico. Le preguntó si había entendido y el sometido aprovechó su oportunidad de hablar usando la voz más gélida y relajada que podía tener.

-Escúchame bien amigo, en estos momentos dos de mis francotiradores te están apuntando: Uno a la cabeza desde aquel árbol a nuestra izquierda, y otro al cuello desde la ventana de aquella casa lejana a tu derecha. Puedes mirar tranquilamente para que tengas confirmación visual. Te aseguro que no tienes posibilidad alguna de ganar, pero sí suficientes para salir con vida. Te creo capaz de deducir y podrás tomar en cuenta, que todo estaba preparado, que si hubiera querido matarte ya lo hubiera hecho. Tú no planeaste robarme pero yo sí planifiqué conseguirte.

El “Cazador” soltó a su “Presa”, asustado y pensativo sin dejarle de apuntar, y Justo Lara le mencionó que si ameritaba una prueba de los tiradores sólo debía levantar su mano libre. Cuando lo hizo, el golpe de un disparo destrozó una tabla que estaba a la vista del Cazador. Este terminó de bajar los brazos y Justo Lara agregó:

-Ellos me cuidan como la madre que nunca tuve, me idolatran como nunca les pedí. Les costó aceptar que me pusiera en esta posición, y si vuelves a levantar el arma, tienen la orden de arrancarte la vida. Pero ese no es mi plan, sería un desperdicio.

-Usted es Justo Lara ¿Verdad? -Preguntó el cazador con voz temblorosa.

-No solo de nombre mi compañero humano.

-Usted es el líder de los moderadores, es usted como una leyenda de misterio, de usted hablan como si fuera un fantasma o algo que inventaron para asustar a los niños.- Decía refiriéndose a las historias que había escuchado de "ellos", que le quitaban las ganas de dormir a los menos inocentes.

-No soy más que una creación de esta sociedad egoísta. -Excusaba Justo Lara.

-¿Qué me queda por hacer?

-Es hora de temblar. Es hora de sentirte vivo.

Un choque eléctrico derribó al cazador cazado. La camioneta negra (así la conocían en los pueblos) llegó, y como tantas veces había pasado en La Ciudad Naranja, otro individuo desapareció.

Cuando el delincuente anestesiado fue trasladado al cuarto de rehabilitación, los moderadores le rendían admiración a Justo Lara por su ejercicio social. Así les llamaba a sus operaciones de captura. Él les respondía que los humanos creen ser leones cazadores, pero solo son conejos con armas de larga distancia, y que si se domina esa ventaja quedan vulnerables, como lo que son los hombres cuando no tienen motivo por el cual luchar «Débiles animalitos, pues, sin ideal no hay sentido» les decía, y les confesó que esa era su posición preferida, cambiar completamente el rol de perdedor a ganador; el instante perfecto donde todo cambia y el sometedor pasa a ser sometido solamente anulando el poder adicional y decisivo que le daba el arma de fuego.

Ismael García se llamaba el hombre que entró y no pudo salir del cuarto definitorio, y cuarenta y nueve horas después de su captura, murió feliz de no seguir viviendo esa vida, y vio a Justo Lara como su héroe.


Ahora morirás


-Somos soldados. Capaces de morir por nuestro país cuando hay una causa justa. Quedó demostrado en los tiempos de Antonio Márquez, en veinte años de guerra por la libertad, en los cuales casi la mitad de nuestra población murió en batalla. Por eso no debemos fallarles, nuestros antepasados nos heredaron su consistencia de lucha. Cuando hay una idea por la que vivir perdemos el miedo a la muerte. Pero recuerden, son los vivos los que pueden ser útiles. Un valiente descuidado vale mucho pero dura poco, y un valiente precavido vale el doble porque cuenta con un plan y logra seguir viviendo para seguir luchando.

Justo Lara tenía un sueño; la evolución del comportamiento humano. Y tantos pueblos conquistados con sus métodos cuestionables, pero funcionales, lo inspiraban a continuar. Este sueño era muy complejo como para emprenderlo solo, y por ello reclutó un equipo, que convirtió en moderadores de la sociedad. Su equipo, era una selección particular de jóvenes súper inteligentes, creativos y con el deseo en común de cambiar el funcionamiento de la sociedad moderna. Nadie le era fiel por dinero, porque la hermandad entre no familiares existe.

-¿Cuál será nuestro próximo movimiento? -Preguntó la fiel e inteligente moderadora de veinte años Valeria América, después de escuchar a su líder.

Esa pregunta en el tono de voz adecuado invocó el tiempo confuso en el que Justo Lara casi se convierte en un humano común. Algo pasó, cuando su dedo estaba concentrado en el gatillo esperando la orden del cerebro, para accionar el tendón que haría salir la bala que lo acreditaría como un asesino más y otra víctima de las venganzas sin sentido, donde la persona deja de sentir y el hecho no enseña ni reprende al objetivo. Algo pasó, algo que cambió todo. Y para entenderlo hay que ir al inicio...


FIN DE LA PRIMERA PARTE



Las imágenes, los dibujos y la redacción de esta primera parte, fueron realizadas por el autor Enrique Jesús (@pluridimensional) Espero que hayan sido de su agrado. Apóyame con tu voto y especialmente con tu comentario. Eso me motivaría a continuar con este trabajo.


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