No fue una, ni dos, ni tres, fueron muchas veces que Gregorina perdonó a Fulgencio. Cada vez que vino, con el perdón en la boca y con flores en las manos, Gregorina se le derretía el alma y lo perdonaba. No hubo traición que Gregorina no supiera y que no aguantara. Que si lo vieron con fulanita, o con menganita o zutana, Gregorina se hacía la loca y la ciega, como si no le importara:

_Ojos que no ven, corazón que no siente -decía Gregorina a los que venían con el chisme cada mañana.

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Pero aunque hay amores para toda la vida, hay mujeres que también se cansan y tal vez fue eso lo que le pasó a Gregorina que después de tanto aguantar, un día se fue de su casa. Dicen que se despertó temprano, que todavía era madrugada, tomó sus corotos, su ropa y a su muchacha. Dicen que cuando Fulgencio se despertó, recibió un baño de agua, al notar que Gregorina se había ido dejándolo en la carraplana.

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Y aunque Fulgencio preguntó por Gregorina para ir a buscarla, nadie sabía dónde estaba porque ella no había contado nada. Fulgencio tenía la certeza que la podía convencer para que se regresara. Y tal vez Gregorina sabía el poder que tenía Fulgencio con las palabras, que se fue sin dejar rastro como para que nadie la hallara. Y es que hay amores malos como malas plantas, que para poder sanar hay que arrancarlos de raíz para que más nunca nazcan.

HASTA UNA PRÓXIMA HISTORIA, AMIGOS