Era muy temprano cuando pasé por la panadería. Recién salía del trabajo y no veía la hora de llegar a casa. Sin embargo, me tomé unos segundos para ir a la panadería para comprar pan recién hecho. A esa hora ya había una cola para comprar pan y otras cosas. Aunque estuve tentado a desistir, preferí quedarme y comprar el pan que necesitaba.

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Ya en la fila, vi que delante de mí había muchas amas de casa. Imaginé que era más fácil desayunar con pan que hacer arepas. Sin intención de protestar o criticar, saqué mi celular y me puse a hacer tiempo. En eso escuché que alguien, un hombre, pedía dinero. Levanté el rostro y vio un anciano que llevaba en sus manos unas monedas:

_¡Por favor, alguien que me complete para comprar un pan. Solo me falta la mitad del dinero para comprarlo!

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Con verdadera tristeza vi cómo el hombre, de muchos años y con una ropa vieja que le cubría del frío, iba a cada persona en la fila, le extendía la mano y nadie le daba nada:

_Por el amor de Dios, solo la mitad -pedía el hombre y la gente volteaba hacia otro lado para no verlo, como si la necesidad de aquel ser se pudiera eliminar solo con ignorarlo.

Entonces yo le di al hombre las monedas que pedía y recibí las gracias inmediatamente. Luego, el hombre fue al mostrador, pidió el pan y vino hacia mí. Delante de mis ojos picó el pan en dos mitades iguales y me dijo:

_Esta mitad es tuya, te pertenece -sin poder decir nada, tomé el pan en las manos mientras que el hombre me sonreía y yo también le sonreí, porque aquella sonrisa mía, también era suya.

HASTA UNA PRÓXIMA HISTORIA, AMIGOS