Después de la muerte de Angito, Mama Toña llora desconsoladamente. No hay nada ni nadie que la consuele: verlo morir ha sido demoledor para su alma. Los que estamos a su alrededor, la acompañamos en su tristeza, pero no podemos hacer nada. Una palabra, un abrazo, nada es capaz de aliviar su sufrimiento. A veces las tristezas o los sufrimientos del corazón solo se curan con el tiempo.

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Sin embargo, como toda mañana, Mamatoña se levanta, pone a hacer el café y recuerda a sus muertos. Bajito llora, para que nadie despierte y prefiere, desde hace tiempo, no abrir las puertas ni las ventanas para que nadie llegue. La casa permanece cerrada, abre sus puerta pocas veces: un niño entra, un adulto sale, la misma gente. Mientras toma el café , se pregunta siempre, dónde estarán aquellos que se fueron y que ella quisiera ver.

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En una de esas tantas veces, mientras Mamatoña cuela el café, escucha un sonido y cree que es en su mente. Pero el sonido persiste y ella levanta la frente, y mira cómo una libélula se acerca cerquita de sus cachetes. Mamatoña sonríe y exclama fuertemente:

_Has venido a visitarme, Angito, tanto que quería verte -dice y la libélula bate sus alas fuertemente, se posa en unos de los hombros de Mamatoña que llora felizmente:

_¡Qué bueno que has venido. Te he extrañado infinitamente.! Y la libélula vuela por largo rato alrededor de Mamatoña y después desaparece.

HASTA UNA PRÓXIMA HISTORIA, AMIGOS