Yo sabía que llovería aquella tarde. Mientras regresaba de la escuela y vi que el médico estaba en casa, tuve ese presentimiento. Fue un sentimiento que recorrió mi cuerpo y tuve la certeza de que el cielo se abriría y daría paso a la tormenta. Tú estabas tranquila, colando el café de la tarde. Te delataban tus manos temblorosas y esas ojeras largas que aparecían cuando pasabas la noche en vela.

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La gente salía y entraba de la habitación de la abuela, pero cuando yo quise entrar, me dijiste que más tarde. Y yo sabía que luego llovería dentro de la casa y sería imposible. Sin embargo, te hice caso porque sabía que estabas cansada y no quería molestarte. Por eso también fui a hacer la tarea y guardé el dibujo que había hecho. De verdad, me había quedado muy lindo. En el dibujo aparecía la abuela en la cama y tu a su lado, con la mano de ella entre las tuyas.

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Lo supe siempre, pero cuando escuché tu grito como si fuera un rayo, un relámpago en mitad del silencio, no tuve dudas. Entonces vi cómo de tus ojos salían lágrimas gruesas que empezaron a rodar por tu rostro, por tu ropa y a caer en el piso. Estabas empapada y tu pecho era un columpio viejo y oxidado. Sin poder hacer nada, todo comenzó a inundarse. La casa parecía un mar desbordado, llena de agua. Yo Intenté salvarte y te puse una mano en la cintura. Entonces tú me viste y tu dolor fue tan fuerte, que sentí como dentro de mí comenzaba llover también.

HASTA UNA PRÓXIMA HISTORIA, AMIGOS