Divino Tesoro

Por más de treinta años trabajé rodeada de niños y jóvenes, eso significó que para poder conocer sus gustos, escuchaba las canciones, veía las series y películas de moda para promover temas de redacción y comprender sus motivaciones. Leer sus ensayos, conocer sus expresiones, chistes y juegos fue mi rutina. Era mi trabajo.

Estar rodeada de jóvenes fue un privilegio que disfruté plenamente, cada día surgía una situación divertida para comentar en casa. Luego cada uno de mis hijos estudió su bachillerato en la misma institución donde yo laboraba, lo que significaba estar aún más en contacto con ellos. No piensen que intento escribirles que aún estoy joven o algo por el estilo. Paradójicamente escogí la profesión donde se nos llama “viejos”, aunque tengamos veinticinco años. Aquí en mi país, le dicen así a los profesores: la vieja de castellano, el viejo de química, etc.

Cuando trabajé en la universidad, en una oportunidad llegué muy temprano y me senté con un grupo de participantes a esperar que llegara el resto, de pronto entró una estudiante y a voz populi dijo: “¿todavía no ha llegado la vieja de Lengua?”. La vieja de Lengua era yo y estaba sentada con el resto de sus compañeros, ella, al reconocerme no encontraba qué hacer, estaba roja de la vergüenza. Todos nos reímos, era apenas unos años menor que yo.

Hubo una época donde se creó un programa para profesionalizar docentes y me correspondió trabajar con personas mayores, fue también muy agradable, al fin y al cabo mi labor significaba incentivarlos para la enseñanza y eso abarcaba el diseño de estrategias que tomaran en cuenta la edad y el desarrollo psicosocial del aprendiz, entre otras cosas.

La vida pasó y ahora camino por las calles de mi pueblo y escucho el “hola, profe” o “adiós, profe”, como algo natural, me inflo de orgullo cada vez que un exalumno me reconoce y me saluda con cariño, cuando dejan de hacer lo que están haciendo para ir hacia donde estoy para dejarme saber que recuerdan mi trabajo. Ese es mi día a día. Como dice el dicho, “pueblo chico infierno grande”; Nos conocemos todos, ellos han cambiado mucho, algunos hasta con la cabellera blanca. Los conocí como jóvenes en los años ochenta o noventa. Aunque estén mayores, cuando los reconozco evoco ese adolescente que tuvo algún rol en una obra de teatro, escribió un cuento o poesía, o andaba enamorando a las muchachas, pero a veces son ellos quienes me hacen referencia a algún incidente de la época para que los ubique más rápido.

Fueron jóvenes con toda la fortaleza y vigor que los caracterizaba, con sueños y visión de futuro, con las puertas abiertas para forjar un destino, tal como los de ahora. La vida no se detiene y lo que hoy está verde y florecido tendrá su ocaso y su fin. Todo a su debido tiempo, vivir la juventud con la efervescencia de la misma y la madurez con la serenidad y actitud reflexiva que la caracteriza pero sin olvidar, unos, que con suerte podrán llegar a viejos y otros, que también una vez fueron jóvenes e hicieron muchas de las cosas que ahora critican.