El hombre de las flores. Un cuento (1 de 6)

in #castellano6 years ago

Estimados amigos: dejo para su lectura un cuento de mi libro La forma del amor y otros cuentos. Espero que sea de su interés.

Saludos.


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La sede del periódico era una casa vieja y grande en el casco histórico de la ciudad, rodeada de otras casas igualmente viejas y grandes que décadas atrás albergaban familias numerosas y acomodadas y en las que ahora funcionaban dependencias oficiales, vagas y menesterosas fundaciones, academias de secretariado, hoteles por horas. Medina llegó a las ocho de la mañana, media hora más tarde de lo que debería, pero nadie le llamó la atención por eso. La joven recepcionista lo saludó con un sonoro “buenos días” que, como siempre, le pareció falso y premeditado. Recorrió el corto pasillo que llevaba a su oficina. Sobre su escritorio estaba el periódico del día. Buscó la última página. Un enfrentamiento con la policía había dejado dos delincuentes muertos en la península de Araya. Revisó la nota con calma. No contenía errores ortográficos: tendría que felicitar a alguien.

La recepcionista entró para decirle que el director quería hablar con él. La miró un instante sin decir nada. Luego asintió con la cabeza, con leve fastidio.

Tocó y entró sin esperar respuesta.

–Pasa, Medina –dijo Carlos Rodríguez, con su expresión permanente y engañosa de buen humor–. Siéntate. Muy buena la nota del enfrentamiento en Araya, lástima que no llevaras una cámara. Con una fotografía hubiera quedado realmente estupenda.

–Gracias. Se hace lo que se puede.

–Por cierto, ¿de qué te ocupabas por allá?

–Nada. Paseando.

–Bueno, no es sólo de eso de lo que quería hablarte. Recibí una llamada que me dejó intrigado. Un huésped del hotel Nueva Andalucía quiere publicar algo, no sé qué, en las páginas centrales del periódico. Por supuesto, pagando. Eso sí quedó claro. Quiero que vayas al hotel a las diez de la mañana, averigües de qué se trata y decide. Tú conoces las tarifas, si es algo que se pueda publicar, cóbrale un veinte por ciento más. Te lo quedas de comisión. Iría yo mismo –rió para indicar que por dinero marcharía al mismo infierno–, pero tengo una cita con el gobernador. El hombre se llama Luis Piñeira.

El hotel Nueva Andalucía levanta sus diez pisos cerca del mar, a la entrada de la ciudad, en la ruta que viene de la capital de la república. Permanece vacío casi todo el año, y los viajeros que se instalan allí deben sufrir de permanente melancolía, piensa Medina, al encontrarse entre los grandes espacios desolados de los jardines.

Estacionó a un costado de la entrada. En la recepción preguntó por el señor Piñeira, dando su nombre y el del periódico. Mientras el recepcionista llamaba paseó la mirada por el lugar. En efecto, no había nadie más en el amplio vestíbulo. Una profusión de sillones y sofás invitaba a sentarse. A la izquierda, detrás de ventanales de vidrio, la piscina relumbraba de sol.

–Bajará en un minuto.

Medina decidió esperar sentado. Pensó un rato en los jóvenes muertos en Araya. Tendría que ponerse en contacto con la policía para ver cómo marchaban las averiguaciones.

No vio al hombre hasta que estuvo muy cerca. Le calculó, tal vez, unos cuarenta y dos años, aunque el pelo blanco lo hacía lucir mayor. Bastante alto y, como sucedía con muchos hombres altos, inclinaba la cabeza hacia el suelo como si esta le pesara demasiado. Bigote cano que caía sobre las comisuras de la boca. En la mano izquierda llevaba una carpeta de cuero o imitación de cuero. Vestía pantalón negro y una camiseta blanca con el rostro de una mujer estampado. La mujer era morena y bonita de una manera discreta. Joven. Sobre la cabeza llevaba un sombrero ladeado. Sonreía.

El hombre se acercó con la mano derecha extendida. Con la izquierda sostenía firmemente la carpeta.



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–Mucho gusto –dijo, al tiempo que estrechaba la mano que Medina le había alargado y se sentaba, todo en un mismo movimiento–. Yo soy Luis Piñeira. Usted es del periódico, ¿verdad?

Medina asintió.

–Tengo dos semanas en la ciudad –continuó el hombre con un fuerte acento español–, y he visto que el mejor periódico es el de ustedes. Vamos, no es que sea gran cosa ninguno, pero es el que circula más y está mejor diagramado y no tiene tantos errores. Se ve que les gustan los muertos, eso sí. En fin, a todos los periódicos del mundo les pasa lo mismo. Aunque a los de aquí mucho más. Esas fotos son realmente impactantes. Bueno, como le decía, su periódico me parece el mejor de la ciudad y me han dicho que es el que tiene mayor circulación, así que yo quisiera publicar unos poemas allí.

Medina lo miró ahora con más atención. El hombre sonreía mostrando sus dientes torcidos y manchados de nicotina. No parecía notar nada extraño en su proposición.

–¿Poemas? –logró articular el periodista–. No es precisamente nuestra línea editorial.

–Por supuesto, ya lo sé. Como dije antes, por teléfono, estoy dispuesto a pagar por el espacio. Siempre que el precio sea razonable, vamos.

–Claro, claro –Medina hizo rápidos cálculos–. Las páginas centrales, ¿verdad?

–Así; bien destacadas. Con unas fotografías.

Medina dijo una cifra en bolívares y esperó la reacción del español. Este se recostó en el sofá y miró el techo. Se llevó un dedo a los labios, meditando. Luego bajó la cabeza, miró de frente otra vez al periodista, sin perder la sonrisa.

–Es un poco caro, pero ustedes sabrán su negocio. Acepto. Podemos ir a un banco o a una casa de cambio ahora mismo; imagino que no aceptará euros.

–Mejor moneda nacional. No tiene por qué pagar inmediatamente. Eso sí, tendrá que ser antes del próximo domingo. Dígame, ¿qué tipo de poemas son?

–De amor. Los únicos que vale la pena escribir y publicar. Aquí tengo algunos.

Abrió la carpeta que hasta el momento reposaba sobre sus rodillas y extrajo varios papeles mecanografiados. Se los pasó al periodista. Éste los recibió con azoro, temiendo lo peor. Los leyó con atención, deteniéndose en cada verso, y, en efecto, los poemas eran mediocres, de imágenes simplonas y ritmo primitivo. Por fortuna, carecían de rimas.

Se los devolvió a Piñeira.

–Muy interesantes –dijo–. Me parecen muy emotivos. Aunque yo no soy nadie para opinar de poesía. No es mi campo.

–Un poema hermoso conmueve a todo el mundo –luego agregó: –El título general debe ser Para los que sufren la herida del amor.

El hombre parecía más entusiasmado ahora, a pesar de que la sonrisa había desaparecido. Se mostraba ansioso por explicarse. Guardó en la carpeta los poemas que le había entregado a Medina y sacó del mismo sitio unas fotografías. Las manos le temblaban un poco.

–Mire. Son las fotos que deben acompañar a los poemas. Es la chica por la que vine a esta ciudad.

Medina miró. En todas aparecía la misma mujer, en distintas poses, casi siempre sólo el rostro, aunque en una se veía de cuerpo entero, con una fuente de piedra al fondo. Joven, morena, bonita sin ser espectacular. La misma mujer que Piñeira llevaba sobre el pecho, estampada en la camiseta.



 


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@rjguerrabien por ti y el hombre de las flores!!. @madiba24

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