Work in progress: El encuentro (9)

in #castellano5 years ago

Archivo:Jean Béraud La Partie De Billard.jpg

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Unas pocas averiguaciones lo llevaron hasta el liceo Sucre, en el centro de la ciudad, cerca de la Catedral. Primero habló con la directora, una mujer de unos cuarenta años, pequeña y bien formada, de lindas piernas, aunque poco agraciada de rostro, y ella le confirmó que sí, Julio Maldonado trabajó allí cuatro años atrás. En ese momento ella todavía no era directora; era una docente más de biología y solían conversar en la sala de profesores, en la cafetería y durante las reuniones escolares en las que se discutía la planificación del instituto. Él enseñaba literatura, y en verdad tenían pocas cosas que decirse. Sin embargo, a veces encontraban motivo para una conversación de cinco minutos entre una clase y otra. Siempre era amable. Quizás algo retraído. No conocía nada de su vida personal. Quien seguramente podía darle más información era José Camino, ellos sí eran amigos de salir y visitarse, al menos eso había oído.

Sonrió con su rostro muy maquillado. Luego pareció recordar la noticia de la muerte de su antiguo compañero de trabajo y una expresión seria asomó a sus ojos. Una cosa terrible, dijo.

–Cierto –dijo Medina. Y luego preguntó cómo ponerse en contacto con el profesor Camino.

–Espérelo en la sala de profesores. Yo le mandaré a avisar. No tardará mucho, ya debe estar por terminar su clase.

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–Veníamos a este sitio cuando éramos estudiantes –dijo José Camino–. Entonces estaba lleno de muchachos jugando billar y pool y bebiendo cerveza. El dueño debía de tener algún arreglo con la policía, porque jamás supimos que hubiera tenido problemas por vender alcohol a menores de edad. No sé en qué momento dejaron de venir los estudiantes. Mire ahora: putas arruinadas, chulos y alcohólicos a cualquier hora del día o de la noche.

Eran las cinco y media de la tarde. Un par de hombres de aspecto siniestro estaban acodados en la barra. Aparte de la mesa que ellos ocupaban, sólo en otras dos había gente: un par de mujeres en cada una, con cervezas a medio consumir. Por la estrecha calle a un lado del bar circulaban automóviles y autobuses, escolares, vendedores ambulantes de golosinas y de perros calientes.

–Pasamos gran parte de nuestro tiempo libre aquí, digo, Julio y yo. No sólo fuimos compañeros de trabajo; nos conocíamos desde bachillerato. Ya no puedo recordar cómo éramos en realidad, cualquier cosa que le dijera sería mentira. Sé las cosas que hacíamos, y eso se lo puedo contar, si es que tiene algún interés, pero no puedo explicar por qué las hacíamos. No sé si entiende lo que quiero decir. Venir a jugar pool aquí era divertido, pero no siempre jugábamos; a veces sólo hablábamos. Conversaciones infinitas, circulares, interrumpiéndonos y riendo de cada cosa. ¿De qué hablábamos? De la vida, de nuestros padres, de las muchachas que conocíamos, de la poesía. Sí, a mí también me gustaba la poesía en ese tiempo. Ya no.

En la universidad seguimos carreras diferentes: él, literatura, yo, física. Tampoco tengo idea de por qué estudié física. Supongo que porque tenía facilidad. Se me daban bien las matemáticas. En cambio, para Julio parecía una opción natural seguir estudios de literatura: esa era su pasión. Nos distanciamos, inevitablemente. Usted sabe cómo es: nuevos círculos de amigos, intereses distintos. En fin, la vida. Y vea cómo son las cosas, después de algunos años de graduados coincidimos en el mismo instituto de educación media. Para mí era un destino mediocre, pero adecuado: soy un físico mediocre. Para él, no sé. Yo le había perdido la pista a sus aspiraciones. Reanudamos una especie de amistad en la que las confidencias estaban excluidas.



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Incluso, más de una vez, volvimos a este sitio y recordamos pasadas aventuras, pero siempre desde una distancia difícil de salvar. No creo que fuera sólo responsabilidad de los años transcurridos. En mí mismo sentía rincones oscuros en los que no quería hurgar, y supongo que a él le sucedía algo similar. Una cosa no cambió, sin embargo: su pasión por la literatura. No contaba nada de sí mismo, pero podía pasar horas comentando el último libro que había leído, o lo que pensaba mandar a leer a sus estudiantes, saltándose el programa oficial, por supuesto. Y una cosa nueva que al principio nos acercó, aunque resultó una especie de fantasía, de ilusión: su interés por la física.

Creo que estuvo años leyendo material que sólo comprendía a medias. Nada técnico, en realidad. A ver si me explico: leía material no especializado, del tipo que se encuentra en enciclopedias, revistas científicas populares y algunos libros de divulgación. En algún momento eso comenzó a serle insuficiente y decidió someterme a interrogatorios. Al principio, como le digo, la situación creó entre nosotros un nuevo acercamiento, una hermandad de intereses. No resultó. Dos obstáculos se levantaron después de las primeras y muy amenas conversaciones: para avanzar verdaderamente en lo que quería se necesita una sólida formación matemática, además de conocimientos más que básicos de física; y el otro problema: yo mismo no estaba preparado para sus exigencias.

Soy un simple profesor de secundaria, hace tiempo perdí, si es que alguna vez la tuve, toda pasión por lo que hago. Ya sé lo que piensa; soy demasiado joven para tanta resignación. Bueno, hace cuatro años era más joven todavía y ya estaba cansado. Tal vez le debo a Julio haberlo descubierto con toda su plenitud.

Trajeron otras cervezas. Las mujeres de las mesas vecinas partieron y llegaron otras, casi idénticas. En la pared de enfrente una litografía de un viejo de mejillas sonrosadas y nariz enrojecida levantaba una jarra de cerveza y parecía mirarlos con creciente burla.


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