La realidad y el deseo

in #cervantes6 years ago (edited)

I

Va la brisa reciente
Por el espacio esbelta,
Y en las hojas cantando
Abre una primavera.

Sobre el límpido abismo Del cielo se divisan, Como dichas primeras, Primeras golondrinas.

Tan solo un árbol turba La distancia que duerme, Tal el fervor alerta
La indolencia presente.

Verdes están las hojas, El crepúsculo huye, Anegándose en sombra Las fugitivas luces.
En su paz la ventana Restituye a diario Las estrellas, el aire
Y el que estaba soñando.

II

Urbano y dulce revuelo Suscitando fresca brisa Para sazón de sonrisa
Que agosta el ardor del suelo; Pues si aquél mudo señuelo
Es caña y papel, pasivo
Al curvo desmayo estivo, Aún queda, brusca delicia, La que abre tu caricia,
Oh ventilador cautivo.

III

Desengaño indolente Y una calma vacía, Como flor en la sombra, El sueño fiel nos brinda.

Los sentidos tan jóvenes Frente a un mundo se abren Sin goces ni sonrisas,
Que no amanece nadie.

El afán, entre muros Debatiéndose aislado, Sin ayer ni mañana
Yace en un limbo extático.

La almohada no abre Los espacios risueños; Dice sólo, voz triste, Que alientan allá lejos.

El tiempo en las estrellas. Desterrada la historia.
El cuerpo se adormece
Aguardando su aurora.

IV

Morir cotidiano, undoso Entre sábanas de espuma; Almohada, alas de pluma De los hombros en reposo. Un abismo deleitoso
Cede; lo incierto presente
A quien con el cuerpo ausente
En contraluces pasea. Al blando lecho rodea Ébano en sombra luciente.

V

Ninguna nube inútil,
Ni la fuga de un pájaro, Estremece tu ardiente Resplandor azulado.

Así sobre la tierra Cantas y ríes, cielo, Como un impetuoso Y sagrado aleteo.

Desbordando en el aire Tantas luces altivas Aclaras felizmente Nuestra nada divina.

Y el acorde total
Da al universo calma. Árboles a la orilla
Soñolienta del agua...

Sobre la tierra estoy; Déjame estar. Sonrío
A todo el orbe; extraño
No le soy porque vivo.

VI

¿Dónde huir? Tibio vacío, Ingrávida somnolencia Retiene aquí mi presencia, Toda moroso albedrío,
En este salón tan frío, Reino del tiempo tirano.

¿De qué nos sirvió el verano, Oh ruiseñor en la nieve,
Si sólo un orbe tan breve
Ciñe al soñador en vano?

VII

Existo, bien lo sé, Porque le transparenta
El mundo a mis sentidos
Su amorosa presencia.

Mas no quiero estos muros, Aire infiel a sí mismo,
Ni esas ramas que cantan
En el aire dormido.

Quiero como horizonte
Para mi muda gloria
Tus brazos, que ciñendo
Mi vida la deshojan.

Vivo un solo deseo,
Un afán claro, unánime; Afán de amor y olvido. Yo no sé si alguien cae.

Soy memoria de hombre; Luego nada. Divinas
La sombra y la luz siguen
Con la tierra que gira.

VIII

Vidrio de agua en mano del hastío; Ya retornan las nubes en bandadas Por el cielo, con luces embozadas Huyendo al asfaltado en desvarío.

Y la fuga hacia dentro. Ciñe el frío, Lento reptil, sus furias congeladas; La soledad tras las puertas cerradas Abre la luz sobre el papel vacío.

Las palabras que velan el secreto Placer, y el labio virgen no lo sabe; De sueño embelesado e indolente

Entre sus propias nieblas va sujeto, Negándose a morir. Y sólo cabe
La belleza fugaz bajo la frente.

IX

El fresco verano llena Andaluzas soledades; No acercarán amistades La tierna imagen ajena. Visos y dejos de pena
El agua me robaría; Que la desdicha sonría
Hasta que el viento la lleve... Y en un molino de nieve Levanto una nevería.

X

El amor mueve al mundo, Que descansa perdido
A la mirada. Y está
Ternura sin servicio...

Ya las luces emprenden
El cotidiano éxodo
Por las calles, dejando
Su espacio solo y quieto.

Y el ángel aparece;
En un portal se oculta. Un soneto buscaba Perdido entre sus plumas.

La palabra esperada
Ilumina los ámbitos;
Un nuevo amor resurge
Al sentido postrado.

Olvidados los sueños Los aires se los llevan. Reposo. Convertida
La ternura se deja.

XI

Es la atmósfera ceñida; Solo centellea un astro Vertiendo luz de alabastro

Con pantalla adormecida. La música, que aterida
En el papel hizo nido, Alisando su sonido, Tiende el vuelo del atril A la rama de marfil
Por la cámara en olvido.

XII

Eras, instante, tan claro... Perdidamente te alejas, Dejando erguido el deseo Con sus vagas ansias tercas.

Siento huir bajo el otoño Pálidas aguas sin fuerza, Mientras se olvidan los árboles De las hojas que desertan.

La llama tuerce su hastío, Sola su viva presencia,
Y la lámpara ya duerme
Sobre mis ojos en vela.

Cuán lejano todo. Muertas Las rosas que ayer abrieran, Aunque aliente su secreto
Por las verdes alamedas.

Bajo tormentas la playa
Será soledad de arena
Donde el amor yazca en sueños. La tierra y el mar lo esperan.

XIII

Se goza en sueño encantado, Tras espacio infranqueable, Su belleza irreparable
El Narciso enamorado. Ya diamante azogado
O agua helada, se desata Y humanas rosas dilata En inmóvil paroxismo,
Dejando sólo en su abismo
Fugaz memoria de plata.

XIV

Ingrávido presente.
Las ramas abren trémulas. Cándidamente escapan Estas horas sin fuerza.

En la playa remota
El mar no visto canta; Sobre su verde espuma Huye el aire en volandas.

Van sus vírgenes fuerzas
Deponiendo la tarde.
La esperanza se duerme
Entre el verdor unánime.

Olvidarán mis días Su abanico de humo Y un ángel lo abrirá
Una noche ya mustio.

Una noche que finja Lo distante inmediato. Y bajará la luna
A posarse ¿en qué mano?

XV

La luz dudosa despierta, Pero la noche no está; Hacia las estrellas va, Sobre el horizonte alerta. El aire tierno concierta Con esta cándida hora.
¿Qué labio forma sonora Dio a esa risa? La ventana Traza su verde persiana
En la enramada a la aurora.

XVI

La noche a la ventana. Ya la luz se ha dormido. Guardada está la dicha En el aire vacío,

Levanta entre las hojas, Tú, mi aurora futura;
No dejes que me anegue
El sueño entre sus plumas.

Pero escapa el deseo
Por la noche entreabierta, Y en límpido reposo
El cuerpo se contempla.

Acreciente la noche
Sus sombras y su calma, Que a su rosal la rosa Volverá la mañana.

Y una vaga promesa Acunando va el cuerpo. En vano dichas busca Por el aire el deseo.

XVII

No es el aire puntual
El que tiende esa sonrisa, En donde la luz se irisa Tornasol, sino el cristal; Que de tan puro, imparcial, Su materia transparente

Hurta a los ojos, ausente Con imposible confín, Porque su presencia en fin Tan solo el labio la siente.

XVIII

Los muros nada más. Yace la vida inerte,
Sin vida, sin ruido, Sin palabras crueles.

La luz lívida escapa
Y el cristal ya se afirma Contra la noche incierta, De arrebatadas lluvias.

Alzada resucita
Tal otra vez la casa;
Los tiempos son idénticos, Distintas las miradas.

¿He cerrado la puerta? El olvido me abre
Sus desnudas estancias
Grises, blancas, sin aire.

Pero nadie suspira.
Un llanto entre las manos
Sólo. Silencio; nada.
La oscuridad temblando.

XIX

La desierta belleza sin oriente
A la prisión nocturna ciñe un cielo; De su seno mortal levanta el suelo El puro hastío que la llama siente.

Un ídolo corona negra frente Sobre voraz sonrisa. ¿Cuál anhelo Al ébano del vientre tendió el vuelo
Y en su nido se duerme blandamente?

Soledad sin amor ni claro día,
La indolencia del ánimo se adueña,
Postrada y fiel huye la edad mudable.

Hurta el primer placer su melodía,
Y el tiempo mira un cuerpo que se sueña
En el cristal fingido irreparable.

XX

Los árboles al poniente
Dan sombra a mi corazón.
¿Las hojas son verdes? Son De oro fresco y transparente. Buscando se irá el presente, De rosas hechos y de penas. Y yo me iré. Las arenas
Han de cubrirme algún hoy. Canción mía, ¿qué te doy,
Si alma y vida son ajena?

XXI

Va la sombra invasora Despojando el espacio Y la luz fugitiva
Huye a un mundo lejano.

Surge viva la lámpara En la noche desierta, Defendiendo el recinto Con sus fuerzas ligeras.

Sólo el azul relámpago, Que vierte la ventana Hacia fuera, en el tiempo Misterioso resbala.

Cuán vanamente atónita
Resucita de nuevo
La soledad. ¿Soñar? Soñaremos que sueño.
Es la paz necesaria. No se sabe; se olvida. Otra noche acunando Esta dicha vacía.

XXII

En soledad. No se siente
El mundo, que un muro sella; La lámpara abre su huella Sobre el diván indolente. Acogida está la frente
Al regazo del hastío.
¿Qué ausencia, qué desvarío
A la belleza hizo ajena? Tu juventud nula, en pena De un blanco papel vacío.

XXIII

Escondido en los muros Este jardín me brinda Sus ramas y sus aguas De secreta delicia.

Qué silencio. ¿Es así
El mundo? Cruza el cielo
Desfilando paisajes,
Risueño hacia lo lejos.

Tierra indolente. En vano Resplandece el destino. Junto a las aguas quietas Sueño y pienso que vivo.

Mas el tiempo ya tasa El poder de esta hora; Madura su medida Escapa entre sus rosas.

Y el aire fresco vuelve Con la noche cercana, Su tersura olvidando Las ramas y las aguas.





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