Un estuche para el amor

in #cervantes5 years ago (edited)

Capítulo I

Catarsis para sobrellevar la rutina

La Gran Santiago amanece abrigada por el valle escarpado de montañas nevadas en su cima, discurre el mes de julio y con él, también comienza a manifestarse la crudeza de la estación invernal, lo que no impide que sus habitantes se desplacen vigorosamente por sus calles en la ejecución de su faena diaria. Los padres llevan al colegio a sus hijos más chicos y los más grandes se llegan solos hasta el lugar.
Carola forma parte de ese imaginario social en su rol de madre y trabajadora, se dirige en su pequeño auto al colegio donde trabaja, mismo, donde estudian sus hijos. Los deja a cada uno en el pasillo de entrada a la escuela para que ubiquen sus respectivas aulas de clase, ella también ingresa al salón del tercer grado, donde la aguardan sus pupilos, quienes la reciben con la acostumbrada algarabía de los días escolares.
Viste un pantalón beige, de línea recta que dibuja su figura desde la cadera hasta sus pies, los que calzan unas zapatillas del mismo tono beige, de tacón medio, acompaña su atuendo con una blusa color coral, que acentúa la blancura de su piel, y aviva el azul de sus ojos de mangas cortas semi bombachas, bordada con un delicado encaje en el cuello que apenas se deja ver, por la bufanda de lana sintética que le arropa la garganta, para protegerla del riguroso frío matutino.
Su cabello luce recogido en una media cola, todo peinado hacia atrás, con un par de mechones dorados que se desvanecen entre sus sienes brillando a ratos, cuando por la ventana se cuela, a través del cristal, el radiante sol matutino.
Se posa rigurosa en el umbral de la puerta del salón con unas carpetas y libros entre sus manos y saluda con voz resonante y fuerte a la chiquillada escolar.
_ Buenos días chicos
_ Buenos días profesora Carola Boster – Resuenan todos al unísono, colocándose todos de pie en una ceremonia casi marcial. Hábito creado por su maestra, para rendirle honores a los recuerdos de su infancia. Acto seguido, camina ceremoniosa con movimientos propios de un personaje de la realeza, pero nada que se le parezca, y se sienta frente al escritorio, escoltada por la mirada infantil de sus alumnos, quienes le profesan admiración y cariño.
Pasa la lista de asistencia, luego del acostumbrado “presente”, o, “no asistió señorita”, prosigue a impartir el contenido académico del día, hasta las 3:00 pasado meridiano, hora en la que culmina la jornada escolar, para recoger a sus chicos y continuar a casa, donde la espera más trabajo y cotidianidad.
Pero acaso una mujer inteligente, determinada, de recio proceder, con aspiraciones y sueños, aunque solapados, se conforme con simplificar su vida en quitar el polvo ¿debajo del sofá?, lavar trastes, bregar con tres chiquillos que demandan tanta atención, y luego en la soledad de sus vacíos, tejer y destejer el telar, ¿a la espera de que llegue su marido? quizás este estilo de vida se daba perfectamente en épocas antiguas, ¿pero hoy día?, es difícil de creer.
Pues ella tiene sus truquillos, para para desenfadarse de toda esa afanosa tarea cotidiana. Por las noches, luego de recoger a sus chicos, cual mamá gallina a sus polluelos y asegurarse de que duermen profundamente, luego de darles de cenar, y dejarles todo el arsenal listo para el día siguiente de escuela.
Carola se despoja de su traje de abnegada mamá, y se convierte en simplemente Carola, la mujer, la que siente, la que sueña, la que tiene deseo sexual y necesidad de comunicarse con sus iguales, demanda atención, por la mujer que es, y no como la sufrida esposa que espera por su marido ausente, ni como la atormentada madre que sufre con su pesada carga.
Se reúne en un bar con sus amigas, luce vestida con ropa menos señorial y más sugerente, dejando entrever discretamente sus atributos, debajo de un fino abrigo aterciopelado que le protege del rudo frío invernal del mes de Julio.
Se toma unos tragos, provocando el suicidio de su estrés y la agobiante responsabilidad del día; pestañea con las luces de neón que embriagan de humo y dióxido de carbono el lugar, que apesta a gente y a alcohol. Fuma algunos cigarrillos aderezados con alguna hierba, especiada, y baila algunos discos de vanguardia, con los amigos de sus amigas, mientras parlotea sobre cualquier banalidad, entre luces infrarrojas, Verdi azuladas y ruidosas melodías ambiguas y vacías.
Hay un joven apostado en la barra que detiene su mirada en ella, su nombre es Larry, tiene rato observándola con agrado, saborea visualmente sus graciosos movimientos al bailar, y disfruta mirando, como su figura se balancea al ritmo de la música, con suaves y gráciles movimientos al compás de las alegres compases de la noche.
Espera que termine su danza serpentina y le da tiempo a que se incorpore de nuevo al grupo de amigos, para por fin acercársele e invitarle un trago. Ella medio aturdida y preocupada por la hora, se disculpa y le dice a Larry, que debe marcharse ahora, cual cenicienta fugitiva que se le ha vencido la hora de su diversión.
Él asiente con la cabeza, no sin antes pedirle su número telefónico y preguntarle si la puede llamar. Carola se lo dicta de prisa y sale con prisa del lugar. Se dispone a regresar a casa, en su coche medio aturdida, cuando el reloj marca un poco más de la media noche, para dormir un poco y despertar una vez más a su acostumbrada realidad.
En el trayecto a casa, la escoltan las luces de la ciudad y la espesa neblina de la gélida madrugada, parquea su vehículo en el estacionamiento del edificio donde vive, e ingresa al ascensor con pasos tambaleantes e inseguros, hasta el cuarto piso donde queda su departamento.
Los chicos duermen profundamente, Carola nota que se levantaron luego de su salida y cocinaron panqueques con crema de chocolate y merengada del mismo producto. Valentina ya ronda los catorce años y Mauricio los trece, ambos suplen a su madre ante su ausencia, aunque dejan la evidencia del caos por todo el pequeño departamento, que fácilmente se desordena. Su marido le ha insistido en reiteradas ocasiones, de la necesidad de mudarse a un espacio más grande, pero ella se aferra al vecindario y al recuerdo de los mejores días que vivieron como pareja.

Marlon, por su parte, a la misma hora, pero en otro lugar en las afueras de Santiago, concurre también a una discoteca de similares características, pues el perfil de todos los antros nocturnos es más o menos parecido, con similar finalidad, de embriagar a sus habitantes, aturdirlos con la música y el smog del ambiente, brindarles, además de tragos de alcohol, una copa de licor seminal, que logra distender sus músculos, neuronas y genitales, a manera de una terapia catártica, que les renueve las fuerzas para sobrellevar la rutina del día a día.


Fuente

Hola, queridos amigos de steemit, he estado trabajando en esta novela, espero que sea de su agrado saludos! un fuerte abrazo desde Venezuela.

- @sincroniadivina

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