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Era de noche, estaba más frio de lo acostumbrado. La verdad, no podía saber que hora era, solo podía ver que por la ventana no entraba claridad y el silencio era otra señal de que es aun de noche. Aun así, mientras iba recuperando la vista por estar apenas despertando en medio de la noche, vislumbre una figura, era una joven.

─ Tomás ─ Pronunció mi nombre suavemente.

Ella se acercó y se sentó en mi cama, se veía hermosa, de sus ojos brotaba una tranquilidad y estaba muy calmada. Me dijo:

─Necesitamos hablar.

No sentí temblor en su voz y con su mano dio unos golpecitos, invitándome a sentarme con ella. Hice lo que me dijo, con un poco de dificultad me levanté y me senté junto a ella, apoyándome con mis brazos en la punta de la cama.

Por unos momentos, me quedé viendo sus ojos, estaba nervioso, pero de alguna manera, me sentía confiado, por eso inquirí:

─ Lo sé, dime. ¿De qué quieres hablar?

─ ¿Cómo te sientes?

─ No muy bien. en estos días he tenido fuertes dolores de cabeza, me he sentido bastante débil y cansado

─ Pronto se te quitará

─ No quiero estar más aquí, me inyectan cada dos horas, me colocan oxígeno porque me cuesta respirar, no me gusta estar así. ¿Qué hay de los niños? ¿Ellos estarán bien?, María esta por graduarse de preescolar. Tengo que estar allí.

─ No podrás ir, mírate... ─Su voz era dulce y calmada y me miraba con cierta compasión ─ellos saldrán adelante, no te preocupes por eso.

─ ¿Cuánto me queda?

─ Hijo mío...lamentó decírtelo, pero muy poco.