Emigramos, ¿y qué hacemos con nuestros muertos?

in #emigrar6 years ago

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Nos vamos del país, empujados por la situación económica, por la crisis humanitaria, por el problema social que va más allá de la escasez de alimentos y medicinas.

Llegamos a un país nuevo, con una maleta de sueños y con planes para un futuro que en nuestro país de origen es incierto.

Pero, ¿qué hacemos con nuestros muertos? abuelos, padres, hermanos, hijos enterrados en la tierra que nos vió nacer y crecer, en esa tierra de la cual nos vamos… ellos se quedan y con ellos una parte de nosotros.

Todos hablan de la familia que se deja, de las amistades, de las propiedades, de los recuerdos de una niñez tranquila, de una adolescencia rodeados de amigos, de la universidad, de las playas y ríos que visitamos, de cada tramo que recorrimos, de las experiencias laborales.

Extrañamos a la madrina que amamos como a nuestra propia madre, añoramos a la vecina a la que le decíamos tía y a los vecinitos que terminaron siendo nuestros primos y hermanos, aquellos a los que nuestros hijos hoy le piden la bendición o a quienes extrañamos en la distancia de un par de ciudades que nos separan.

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Pero nadie se detiene a pensar ¿cómo manejamos este doble luto? ¡sí es un doble luto que vivimos con cada muerto que dejamos!, el primero que experimentamos cuando partieron de esta tierra y el segundo que padecemos cuando partimos nosotros de ella a nuevas tierras y los dejamos allí sembrados.

Cada día pienso, mi mamá se quedará enterrada aquí para siempre, mi madrina, mi abuela, mis tíos y mi querido primo. También se queda mi suegro y mi abuela política.

Algunos dirán, son solo huesos, pues “del polvo venimos y al polvo regresaremos” (Gen. 3:19) ellos están en nuestro recuerdo, en nuestro corazón y en cada una de las vivencias a su lado, en cada valor que sembraron en nosotros; pero son más que eso, nos vamos y no solo dejamos cosas materiales, sino los dejamos también a ellos, a nuestros muertos.

Esto me hace recordar el poema que más me hs gustado en la vida, uno que descubrí en una biblioteca cuando tenía unos once o doce años, mientras hacía tarea en compañía de mi mamá, y el cual transcribo a continuación:

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La mar que es el morir
Autor: Miguel Otero Silva

Para temerle a la muerte es esencial estar vivo,

Tener conciencia de la luz,

Escuchar el adagio del agua, desnudarse al llamado del fuego.

Exprimir una fruta de vibrante ámbar, eso es temerle a la muerte.

Los muertos, pobres muertos, ya no le temen a nada,

Ni al nacimiento, ni a la vida,

Y mucho menos a la muerte:

Los muertos no pueden sentir

Y el temor a la muerte es, ¿quién lo duda?, un sentimiento.

Para temerle al amor es menester estar herido,

haber sufrido su lanzada

y andar sediento de sufrirla,

desvelarse en los bosques del sueño.

Asustarse de no tener miedo, eso es temerle al amor.

Los amantes, pobres amantes, le siguen temiendo al amor,

Al menos amor, al casi amor

Y sobre todo al olvido:

El olvido es una muerte que no da reposo

Porque se oyen desde abajo los pasos de los caminantes

Y nunca son los pies de ella, nunca son sus pies.

Esta sin duda, es otra cosa que sumar a la lista de razones para sentir tristeza al partir. Si alguien sabe cómo manejar este duelo, que por favor me lo diga pues lo estoy comenzando a experimentar por adelantado.
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