El vagabundo conocido

in #entropia5 years ago

La vastedad de la estepa patagónica es algo que apabulla, el que no está acostumbrado a negociar con ella cada día de su vida tiende a dejarse vencer, a aletargarse y jugar con la tragedia y la soledad ese juego macabro de la vida sin sentido.

Pero algo de bueno tiene ese descampado descomunal solo atravesado alguna vez por un matojo que el viento lleva de acuerdo a sus caprichos, se puede ver cuando alguien viene desde muy lejos.



Fuente

Estaba yo ese día de abril de 1907 sentado en la galería del rancho que servía de puesto para la estancia Doña Rocío, recuerdo perfectamente la fecha porque el día anterior había ido al pueblo, por el invite que me hiciera el ruso Golinski para festejar sus 80 años. A lo lejos divisé una pequeña manada de guanacos, eran cuatro adultos y varios chulengos que pasaron apenas a unos cientos de metros de mi puesto, más allá, según mis cálculos a media legua, un hombre venía caminando. Los perros también lo vieron o lo olfatearon y comenzaron a ladrar. Espere pacientemente, en un recoveco de un poste de la galería tenía un fusil, hacía años que no lo usaba pero de todas maneras me daba confianza.

El hombre tardó mucho tiempo en llegar, caminaba lento y de tanto en tanto se bamboleaba un poco. Cuando estuvo cerca comencé a observarlo detenidamente pero no me era conocido y tampoco pude calcular su edad, el cuerpo parecía representar a una persona de mediana edad pero la cara era la de un anciano, la barba cana, la mandíbula floja, las arrugas profundas y los ojos enrojecidos y llorosos.

- Ave María Purísima! – dijo el forastero

- Sin pecado concebida! – respondí tal como dictan las costumbres

- Tendrá alguna changa para darme? Solo pido un plato de comida – agregó el recién llegado

- Trabajo no tengo pero si quiere quedarse unos días es bienvenido – invité

En realidad el hombre no tenía aspecto de andar buscando trabajo, más bien parecía un errante, mal vestido y mal dormido, además calculé que había estado borracho y que todavía le quedaba cierta resaca.

Conversando con el recién llegado mientras devoraba un poco de la humita que yo había hecho un par de días atrás, confirmó que no estaba errado en mi apreciación, un carretero le había dado transporte por un largo trayecto y cuando lo dejó le regaló una botella de vino para el camino pero mi visitante se la tomó toda en un rato y se acostó a dormir entre los espinillos.

El hombre tenía algo que me hacía pensar que lo conocía pero no acerté a recordarlo. Claro que era una tarea difícil recordar la cara de alguien cuando tantos han pasado por el rancho.

Muchos gauchos trabajaban para la estancia y en el invierno cuando las tareas disminuyen porque no hay que transportar ganado y el frío hace imposible el comercio, muchas veces los compañeros venían al puesto, asábamos algún churrasco y nos quedábamos hasta tarde con el mate, los cuentos y hasta canciones con alguno que se le animaba a la guitarra.

En una noche lluviosa, un par de días después de su llegada, el forastero me dijo:

- Cuantas lindas noches pasamos en el rancho de la agrupada, no Toño?

Lo miré sorprendido, solo unos pocos conocían el apodo que yo mismo le había dado al rancho cuando noté que todos querían venir a pasar el rato como si fuera una pulpería. Fue la confirmación de que no era un extraño, ya había estado aquí antes.

Anticipando mis pensamientos el ahora conocido dijo:

- Si Toño, soy yo Juan, Juan Tromeno o mejor dicho lo que queda de él.

Juan Tromeno era mi cuñado, hermano de mi difunta esposa. Había estado preso por matar a un mestizo en un duelo criollo por un lío de polleras. No había cumplido aún 35 años.


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Héctor Gugliermo

@hosgug

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