Lynda Feliz (personajes) Por G. J. Villegas

Todos los que la conocían se asombraban al hablar con ella. Su rostro irradiaba una felicidad extraordinaria.

—Hoy luces más contenta que otros días Lynda —dijo una vecina al saludarla.

–Es que me he quedado mirando las flores, están hermosas –respondió Lynda con una gran sonrisa.

Esa misma mañana recibió la visita de varias amigas de la escuela. Todas traían algún regalo, y algunas venían preparadas con fotografías donde se les veía junto a Lynda compartiendo momentos agradables. Querían hacerle saber que la estimaban mucho.

El sillón donde estaba sentada parecía un laboratorio ambulante, por las diferentes mangueras y tubos que entraban y salían del cuerpo de la joven. Algunos transportaban oxígeno, otros retiraban de su cuerpo desechos que por ella misma no podía expulsar.

La etapa final de su cáncer era completamente agotadora. Su casa, por primera vez en años, estaba llena de familiares que entraban y salían. Todos tenían a su cargo alguna tarea esencial para la salud de Lynda.

Asombrosamente, pese al dolor extremo que le acompañaba a diario y al gran esfuerzo que le suponía respirar, ella gozaba de buen humor; animando a todos los que la visitaban con palabras dulces.

Su hijo pequeño se deleitaba con la “hora feliz”, un rato en que su madre moribunda le contaba un cuento durante la tarde.

Era increíble la felicidad que emanaba de su agotado corazón, era lo único que podía ofrecer en sus últimos días. Lo hacía generosamente. Para ella, la muerte no era un león feroz mordiéndola, estaba resignada a lo inevitable, esto le daba una paz incomparable.

–¿No te da miedo morir cariño? –le preguntó su esposo besando su mano con ternura.

–No amor, la muerte no me asusta… –respondió feliz y agregó– cuando llegue la muerte… cerraré mis ojos por un tiempo, y cuando los abra, estaré con ustedes en el paraíso.