El día de hoy vengo con mi participación a la dinámica de nuestra amiga @solperez, la cuál me gusta mucho y espero poder seguir participando en las semanas siguientes. La semana anterior no pude participar pero realmente tenía muchas ganas de no perdérmelo esta vez, así que, ¡aquí vamos!.

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Yo, Jennie, tenía unos 13 años cuando ocurrió aquel incidente. Ese año muchos niños habían sido reportados como desaparecidos, tras la llegada de un grupo de mujeres al pequeño pueblo de Beagle Town. Mi familia estaba conformada por mis padres y mis dos hermanas, Lizzie y Annie.

Aún recuerdo cuando un pequeño grupo de tres mujeres se aparecieron por nuestra casa una mañana de febrero, haciendo su presentación de bienvenida al vecindario y trayéndonos pasteles. Ese día había sido muy agradable, y mi madre formó una amistad con ellas que finalmente nos llevó a todos a la muerte, pero eso se los contaré más adelante.

Mi madre cada vez pasaba más tiempo en casa de aquel grupo de mujeres, el cual resultaba ser bastante numeroso; yo y mis hermanas nos quedábamos solas en casa mientras nuestro padre trabajaba o incluso pedía días libres para cuidarnos. Hasta que un día, nuestra madre empezó a andar fuera de casa hasta altas horas de la madrugada, siendo allí cuando mi padre decidió confrontarla y hablar seriamente de su falta de responsabilidad con la familia. Aún recuerdo los gritos de ambos, y como mi madre repetía una y otra vez “Lo que hago es por una gran causa, para irnos todos al Paraíso de nuestro señor”. Nuestro padre quiso llevarnos con el a otro lugar, hasta que mi madre dejara de lado sus reuniones secretas, más no se en que quedaron las cosas esa noche, ya que al día siguiente no volvimos a ver a papá, pero sus cosas seguían guardadas en el cuarto. Mamá nos dijo que él había abiertos los ojos y se fue antes al Paraíso. Los días siguientes me cuestioné junto a mis hermanas, ¿por qué Dios se lo llevó tan pronto? Más tarde entendí que nada de esto se trataba de Dios.

Pasaron los meses, y mamá empezó a hacer las reuniones en casa para así poder cuidarnos mientras hablaba con sus amigas del Paraíso, y como planeaban anunciar a sus hijos con el Señor para que se los llevara. Nunca quisimos involucrarnos en sus asuntos, porque por mucho que hablaran de eso con mucha alegría, ninguno de nosotros quería separarse de su familia, así que todos los niños nos íbamos a jugar al patio, y ya acabadas las reuniones buscábamos la manera de hacer cambiar de parecer a nuestros padres, pero sin mucho éxito. Muchos de nuestros amigos empezaron a desaparecer, bajo la excusa de que habían sido llevados frente al Señor y el los protegía, mis hermanas también desaparecieron, y ya solo faltaba el día en que mi madre me llevara con él, y cada día que pasaba estaba más llena de ansiedad y miedo por lo que sabía iba a suceder, y solo pensaba en que quería que papá volviera para poder irme a vivir con él, cada vez me era más difícil estar cerca de mamá sin tenerle miedo.

Una noche de octubre me desperté en la madrugada para ir al baño, pero cruzando el pasillo que me llevaba al mismo pude observar en la ventana que daba vista hacia afuera una luz anaranjada brillar entre los árboles, nuestra casa tenía detrás de nuestro patio un inmenso bosque y de allí provenía la luz. No era demasiado grande pero sí muy distinguible, y parecía moverse de un lado a otro. Fui a buscar a mamá para mostrarle, pero no se hallaba en su cama, así que como toda niña curiosa me adentré sola en medio del bosque. Al acercarme escuchaba mujeres cantando, pies pisando las hojas secas que se hallaban en la tierra, y niños gritando y lloriqueando pidiendo volver a casa, al llegar lo vi todo.

Pude vislumbrar a mi madre y sus amigas caminar alrededor de una fogata, donde habían niños, mis amigos, amarrados a postes de madera sin poder moverse, sus gritos poco a poco se volvían más débiles, sus pieles perdían color y la carne perdía volumen, era como si algo les estuviera absorbiendo su vitalidad. Detrás de ellos había una sombra, un ser gigante, de cabellos negros, grandes pezuñas, y enormes cuernos, sosteniendo los cadáveres de otros niños que seguramente habían sido sacrificados horas antes.

–¡Hija! – exclamó mi madre dentro de la multitud y llegó hasta a mí. – Aún no era el momento para que vinieras aquí, pero ya que lo has hecho, déjame que te presente a nuestro Señor.

El terror que llevaba dentro no tenía nombre, podía escuchar a mi corazón latir de forma acelerada en mis oídos, y como mi cuerpo temblaba, queriendo huir de allí, pero sin poder hacerlo. Sentía su poder, el poder del Señor, y sabía que por más que intentara correr, el llegaría hasta a mí, y simplemente comencé a llorar, y me les uní al canto de adoración que le estaban haciendo con mi garganta rota del llanto, hasta que Él se robó toda mi vitalidad y me desvanecí.

Desperté y aún estaba en casa, pero observando mi cuerpo muerto: me había vuelto un fantasma, y mis amigos también estaban conmigo, reconfortándome, juntos en el limbo entre la vida y la muerte. Ninguna de nuestras almas pudo descansar, pues las cuentas quedaron pendientes y nuestra niñez no pudimos terminar, y ahora, a nuestras madres, haremos cobrar.

Invito a @elvendork a que cree una genial historia con alguno de los cuadros de Francisco de Goya que nos ofrece la dinámica, tiene potencial para la escritura y creo que todos deberían de verlo, aquí dejo el link.

¡Nos leemos!