LO MAS TÉTRICO DEL AMOR: Capítulo 4.

in Cervantes4 years ago

Idiotas

Faltaban diez para las ocho. Carlos había conseguido entradas para una de las famosas "Fiestas del año" obviamente patrocinadas por personas adineradas en un club lujoso de la ciudad llamado “Artemis”

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Las fiestas en Artemis eran consideradas las más exclusivas y extravagantes que pudieran existir, puesto que de por sí el club se encontraba en lo más alto de uno de los rascacielos centrales de la ciudad.

Él tenía aproximadamente dos horas en la casa, mis tíos por fin habían llegado y antes de salir tuvieron una breve reunión en el despacho.

La intriga me consumía, siendo sincera.

¿Quién era? ¿Y por qué su repentino interés por conocerme?

Parecía ser solo un heredero probablemente con mucho poder como para ser a cara de los negocios de su familia, pienso.

Supuse qué las grandes inversiones que mis tíos estaban por adjudicar estaban enlazadas con la familia de Carlos o más directamente con él, siendo el heredero de las mismas.

Y sí, por supuesto que no me iba a quedar con las dudas de saber con qué imbécil había aceptado salir.

Era el hijo mayor de un famoso político Alemán, no se había criado en el país o cerca, de hecho, toda su infancia la había pasado estudiando y trabajando con su padre en su país natal.

Su madre por problemas maritales desde entonces se quedó residente en la ciudad, puesto que los enlaces y el ancla central de los negocios de esa abrumadora familia, se debían a los sucios y descarados negocios de esa mujer.

Espero haberme dado a entender.

Piénsalo un poco más, con doble sentido.

Exacto.

Esa noche decidí ponerme un vestido rosa de tiras que me llegaba un poco más arriba de las rodillas. Me alisé el cabello por completo y lo dejé suelto acompañado por un poco de maquillaje moderado con unas cuantas capas de rímel y rubor.

Cogí el bolso y escuché el timbre sonar, Alhan mi chofer y ahora designado guarda espaldas había llegado y eso me proporcionaba un gran alivio.

En más de dos ocasiones rechacé el hecho de que alguien me siguiera a todos lados, aunque pertenecía a esa familia no quería sentir la incomodidad de la protección que por obligación debía tener.

O terminar como mi prima, cogiéndose al suyo a diario con la excusa de “Proteger sus sentimientos”.

Imbécil.

Carlos llevaba un pantalón de mezclilla, una franela blanca de algodón y zapatos de vestir, tenía el cabello perfectamente peinado hacia atrás y una sonrisa de triunfo.

Se tomó el tiempo para inspeccionarme con todo el descaro del mundo, detallar cada minúscula cosa en mi atuendo y estoy segura que también tuvo chance de desnudarme con la mirada el muy desgraciado.

Se notaba que era una persona irritante, solo habíamos enlazado unas pocas palabras en todo el día, pero actuaba como si el dinero se le hubiera subido a la cabeza y se creyera capaz de controlar el mundo; era algo normal en esa clase de personas, sin embargo, cualquier esperanza o pensamiento respecto a darle una oportunidad como querían mis tíos se perdió.

Su presencia se volvió agobiante, estresante y a la vez irritante, todo junto en menos de veinticuatro horas. Lo único de lo que hablaba eran sus millones, sus negocios y sus viajes.

—Te ves preciosa. —Dijo mordiéndose el labio como había hecho antes y no pude evitar sentir repudio por lo irrespetuoso que se estaba comportando.

Como todo buen rico, Carlos tenía una todo terreno negra de último modelo, no me sorprendía, tenía dinero incluso para comprar otra camioneta idéntica si a esa se le espichaba un neumático.

Detrás de la todo terreno había un auto más pequeño, un Ford fiesta con los vidrios ahumados.

—Son mis guardaespaldas. —Dijo y fruncí el ceño.

—¿Para que necesitas guarda espaldas en una fiesta?

—No estarán en la fiesta, simplemente aseguraran el perímetro y se irán a casa. Mi padre últimamente ha recibido amenazas y tengo la obligación de llevarlos a pasear seguido.

—Bien. -Me limité a responder.

—Puedes decirle a tu escolta que se tome la noche libre -Insinuó.

¿Y quedarme sola contigo? ¡Ja!

—Él irá, lo necesito conmigo. —Carlos frunció los labios y le lanzó una mirada fría a Alhan. —Es lo último que diré. —Concluí.

Cuando llegamos al club, inspeccioné todo el lugar y el lujo era evidente; el establecimiento no tenía techo y se encontraba en una de las colinas más altas y alejadas de la ciudad.

Había mesas de vidrio sujetas al concreto con enormes arreglos de luces, grandes faros en las esquinas y un gran bar en medio del lugar con vista a toda la ciudad, los rascacielos y la autopista iluminada por la luna se veían espectaculares.

El sitio estaba colmado de personas bailando y bebiendo, tanto en las mesas como en la barra. Carlos hizo caso omiso de mi presencia y fue directamente hacia donde sus amigos se encontraban, por mi parte, estaba concentrada en identificar caras conocidas, hasta visualizar a Andrés en una de las mesas del fondo.

Por favor.

Un ligero enojo se apoderó de mí cuando vi a la chica del estacionamiento sobre sus piernas y con los brazos alrededor de sus hombros.

¿Qué hacía él ahí? ¡De todos los lugares del mundo!

Los golpes en su cara aún estaban recientes y sin curar, lucía terriblemente mal, pero solo un imbécil de ese calibre estaría en una fiesta con una zorra en ese estado.

Por lo menos tenía buen gusto en mujerzuelas, la chica era hermosa, pero algo destapada. Cargaba demasiado maquillaje bajo su larga cabellera pelirroja y sobre su atuendo, ni siquiera sé si tenía ropa puesta y si la tenía, era demasiado transparente.

La impresión de Andrés fue un poema, su mirada y la mía se encontraron, sus ojos se abrieron como platos al verme de pie en la entrada del club. Un escalofrio de triunfo recorrió mi cuerpo y levanté la cara en señal de guerra.

Carlos estaba tan enfocado en hablar con sus amigos que me sentí la dama de compañía, tenía muchas ganas de bailar y me sentía tan estúpida viendo a Andrés mientras se comía a la zorra entre las personas.

No pretendía quedarme como una estúpida viendo la mesa y aunque eso él quisiera, no le daría el gusto.

Caminé hacia la barra y pedí dos shots de tequila y un gajo de limón para intentar aliviar la tensión, estaba involucrada hasta la cabeza en esto, mi familia y la de Carlos se habían vuelto socios por un acuerdo internacional.

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Curiosamente el evento que mis tíos planeaban era en honor a nuestra familia y la suya, todo por dinero y yo era consciente de que en varias ocasiones Carlos se estaba insinuando hacia mis tíos con respecto a tener algún derecho sobre mí, como yo no era su hija no les causaba algún tipo de incomodidad venderme de cierta manera, a su parecer eso me "beneficiaba".

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El Bartender me dedico una sonrisa y llenó los vasitos de vidrio en frente de mí, luego hizo lo mismo con el chico del lado, este chico buscaba mi punto de visión, percató la guerra de miradas que tenía con Andrés y luego sonrió para mí.

—Él aún no lo sabe. —Exclamó con ironía y mi atención se centró por completo en él.

Probablemente esa voz fuese la más gruesa y excitante que haya escuchado en mi vida y provenía de una persona a la que físicamente no parecía pertenecerle.

—¿Disculpa? -Fruncí el ceño.

—Tu novio acaba de regalarme la oportunidad de conquistarte. —Señaló entre risas con dirección al bastardo que un día llamé novio.

—No es mi novio, es un idiota. —Dije tomándome de un tiro el primer trago. Miré a Andrés del otro lado.

—Hay dos idiotas, de hecho.

No suelo beber, de hecho, el olor del alcohol causaban unas leves nauseas en mí, pero lo necesitaba.

El fuerte líquido recorrió mi garganta y presioné los ojos intentando pasar todo el sabor, recordándome por qué lo hacía.

—Ninguno de esos imbéciles están contigo, y por lo que veo, tampoco es como que lo merezcan. —Giré en dirección a donde Carlos y sus amigos se encontraban riendo y gritando como salvajes.

Suspiré a duras penas.

—Estoy atrapada. —Llevé un segundo trago a mi boca y este me hizo sentir un alivio.

¡Dios! estaba funcionando.

—Me parece algo estúpido. —Lo vi tomar de su vaso a fondo blanco sin quitar sus ojos de mí, tomó los dos pequeños contenedores vacios en frente de mí y se los entregó al bartender indicándole que trajera agua con hielo.

—¿Qué cosa? —Pregunté sin hacer caso a lo otro.

—Que alguien pueda dejar a una chica tan hermosa sola, ha de ser un completo idiota. —Hizo una mueca y no pude evitar sonreír a medias. — Pero te aseguro que yo no pretendo serlo ¿Puedo? —Me extendió la mano y dudé en aceptar, sería muy extraño venir con un imbécil y bailar con otro, aunque no sabía si este lo era.

—No sé si sea lo correcto. —Dije mordiéndome el labio.

Él se levantó y volvió a extender su mano con insistencia. No lo pensé más y acepté. Entrelazó nuestras manos y una electricidad recorrió mi brazo, de buena manera, como si estuviera aliviada de tomar esa decisión.

Me dirigió a la pista y la multitud bailaba de un lado a otro al ritmo de la música.

Rodeé su cuello con mis brazos mientras él tomó mi cintura y empezamos a imitar los movimientos de los demás. No estaba tan mal, en verdad me estaba divirtiendo.

Miré sobre mi hombro e intenté visualizar a Andrés de nuevo, pero ésta vez no había nadie en esa mesa.

Negué para mis adentros y me propuse disfrutar el momento, no había nada más que hacer, seguir obsesionada con Andrés era estúpido incluso para mí.

—¡Diego! —Gritó el chico mientras la música cambiaba.

—¿Ah? —Pregunté confusa.

—Mi nombre es Diego. —Me dedicó una sonrisa perfecta, como esas que se contagian, así que se la devolví.

—Sofía. —Grité sobre la música.

—Gracias por aparecer de la nada, me estaba aburriendo allá solo. —Hizo una mueca, luego bajó la cabeza sonriendo.

Me quedé hipnotizada antes aquellas gemas color azabache entre pestañas extensamente largas que me escudriñaban con algo de diversión, sin embargo, las ganas solo me impulsaban a ver más allá.

Sin descaro hice un detallado recorrido de su atractivo, comenzando con su cabello oscuro que se notaba suave y sedoso; en ese momento sentí unas incontrolables ganas de enredar los dedos en él y acariciarlo, imaginándome a la vez como sería besar sus rojos labios para encontrar esa penetrante mirada al terminar.

Escuché un carraspeo y me vi obligada a salir de mis pensamientos; el perfecto espécimen junto a mí tenía la expresión divertida y a la vez confundida, mientras que yo más sonrojada y avergonzada no podía estar.

—¿Y tú por qué estabas solo?

—Me dejaron plantado. —Hizo un puchero y no pude evitar sonreír por tanta ternura.

¿Quien en su sano juicio dejaría plantado a este hombre?

—¿Eres de aquí? —preguntó.

—Sí, tú no ¿cierto?

—Soy del norte. —Dije con fastidio.

—No pareces del norte. —Frunció el ceño divertido.

—¿Ah no? Me mudé hace un año para acá. —Aclaré.

—Ojalá volvamos a encontrarnos. —Dice con una sonrisa de oreja a oreja.

—Gracias por bailar conmigo y no dejarme abandonada como el idiota que me trajo.

—Gracias a ti. —Tomó mi mano y depositó un suave beso en el dorso.

Me quedé anonadada por la caballerosidad y ternura de ese momento.

Terminó la canción y una oleada de gritos inundó el lugar, obligándonos a extender la poca distancia que había entre nosotros.

Por otra parte Carlos tenía la mirada puesta en mí y en Diego, estaba furioso, probablemente porque lo dejé solo.

—Creo que estoy en problemas. —Dije despidiéndome de Diego. —Fue un gusto conocerte. —Me atreví a besar su mejilla, sabiendo que eso lo enojaría más.

Caminé hacia la mesa donde Carlos esperaba con furia y ganas de reprocharme hasta más no poder, la ventaja es que no era quien para hacerlo.

—¿Quién es? —Preguntó con tono grave.

—Alguien que no me dejó como una estúpida en la mesa. —Su mirada se aflojó mientras recapacitaba.

—Tranquilo, no soy tu obligación, ni siquiera te conozco. —Solté y me dirigí a los baños.

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El baño de mujeres estaba cerrado con seguro, caminé con curiosidad al de hombres que estaba entreabierto y toqué la puerta, no había nadie así que entré, visualice el primer cubículo solo y me encerré en él. Quería respirar un rato, me sentía incomoda de estar en este lugar con Carlos, todo ese interés repentino en mi solo por conveniencia.

Un extraño ruido me sacó del absurdo argumento en el que estaba, unos golpes y unos quejidos se escuchaban dentro del baño. Agudicé mi oído y salí indagar.

En el ultimo cubículo la puerta estaba entreabierta, era el cubículo para discapacitados así que era el más grande y más fácil de visualizar. Un hombre estaba parado de espaldas contra la pared y lo que parecían unas piernas rodeando su cintura.

Mierda.

Retrocedí poco a poco en un intento de no causar algún tipo de interrupción, pero mientras caminaba en retroceso choqué con la puerta abierta del cubículo donde estaba anteriormente.

Me paralicé y vi un rostro familiar asomarse por la puerta del otro cubículo, Andrés me veía con pánico y a la vez confusión, abrí la boca para decir algo, pero solo seguí caminando en retroceso hasta salir del baño.

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