La disposición en círculo de la hilera de sillas permitía verse a las caras mientras eran confrontados en la adicción que todos padecían, el placer por el juego.

Hombres y mujeres, por igual, relataban con voces trémulas las nefastas consecuencias de las peripecias ludopaticas, la mayoría estaban obligados por sus familiares, quienes les acompañaban en busca de recomponer la vida familiar y evitar el desenlace trágico en tres actos del enfermo: la cárcel, la locura y la muerte.

Pedro accedió a la reunión, tan solo para sofocar la acritud de su esposa, él había decidido ganar la partida inconclusa y así zanjar las deudas hasta recuperar la hipoteca de su hogar. Al menor descuido demostraría no estar enfermo, tan solo tuvo una mala racha como cualquier otro.

—Pedro sabes que robaste y mentiste a tu familia.— Le aseveró el consejero.

—Si.— Contestó Pedro bajando la cabeza, en su mente rápidamente le recriminaba, hipócrita, tú confesases hacer lo mismo.

—Todos los aquí presentes, hemos sido como tú, pero luchamos por mantenernos alejados del juego para no sucumbir.

Pedro lo miraba fijamente, mientras apretaba suavemente la mano de su esposa, asentía mostrando una actitud fingida de convicción. No veía el momento de salir de allí para ajustar las cuentas, evaluaba las estrategias con mayor probabilidad de éxito, está vez ganaría indiscutiblemente.

—La ludopatía es una enfermedad incurable, así que la única manera de vencerla es dejar de jugar para siempre, aunque tengamos ganas.¿Entiendes Pedro?

—¡Claro, que no haría por mi familia!

La primera sesión grupal terminó con los aplausos de los asistentes y las bienvenidas a Pedro. De vuelta en casa, la agobiada esposa dijo a su marido, tengo que salir, mi madre me necesita, espero reflexiones en las consecuencias de tus actos, regreso pronto.

—Miriam tiene razón, tengo que enmendar lo hecho.Aprovecharé que los muchachos están en la universidad.

Fue al estudio, encendió el portátil y se dijo:

—Recuperaré la hipoteca, antes que se enteren que estamos próximo a perder nuestra casa.

Pedro ingresó al casino virtual, la gran diferencia en esta ocasión era que carecía de fondos. Así que pidió un extraño crédito, la garantía, era él mismo. No se detuvo a leer las letras pequeñas, nada podría detenerlo esta vez, la probabilidad de perder con la estrategia a su juicio, era ínfima.
Jugó como nunca antes, por momentos pensó, lo logré, pero en un vuelco inesperado, perdió, desvaneciéndose toda ilusión. Un mensaje llegó al celular.

—¿Será Miriam?¿Ahora que le digo?

Una expresión de incredulidad surcó su rostro.

—¡Esto seguramente es una broma!

Volvió al aparte de la pestaña de la aplicación para leer las letras pequeñas del crédito dándole zoom.

—¡Imposible! Este juego es una simulación que me preparará para el evento real en el casino de la ciudad. Gastó poco aquí para entrenarme, pero esto es una aberración.

Pedro se rascaba la cabeza diciendo:

—He cedido mi cuerpo para experimentación, y justo ahora vienen por mí.