CONCURSO DE ESCRITURA Y PINTURA || Valle Perdido

Ya eran varios días buscando los fósiles del gran Equilisaurus Molerix en el Valle Perdido. El equipo integrado por la Dra. Rogers, el Dr. Villas y yo, estaba agotado por decir lo menos. El calor casi nos derretía y los constantes mini sismos nos mareaban mientras recorríamos largas distancias sin pista alguna del ansiado fósil.

Era extraño todo allí, incluso el cambio tan drástico del lugar. De un pequeño lago, a un desierto en menos de una década.

Ya no puedo más, señores. Entiendo el compromiso detrás de esto, pero muero lentamente—nos dijo con franqueza la Dra. Rogers en un español algo tosco.

Me siento igual—confesó el Dr. Villas antes de pasarse un pañuelo húmedo por el rostro otra vez.

Viendo su desánimo, coloqué las herramientas de trabajo aparte y les dije mirándolos firme a sus tristes ojos:

—No hay nada que nos haya traído hasta acá, pero nosotros mismos.

—Llevamos casi una semana mordiendo el polvo, literalmente, Dr. Lorentz.

Todavía nos falta una pequeña zona por explorar al oeste del Valle—reclamé yo.

¿Y las provisiones para ir hasta allá?—preguntó frustrado el Dr. Villas.

Vamos, muchachos, sabemos que hay que arriesgar para ganar. Es por nosotros mismos—vociferé con el alma.

Su reacción al principio fue algo fría, pero luego de unos minutos se levantaron sus ánimos y demarcamos con exactitud la zona no explorada mientras sentíamos otro mini sismo.

Al cabo de media hora, estábamos en el sitio. Estaba repleto de rocas con formas extrañas. Algunas parecían navajas. Otras, grandes huevos.

La curiosidad y tensión se hallaban a tope. No queríamos ni caminar por el sitio por lo virgen del terreno, pero de un momento a otro, el Dr. Villa gritó:

—¡Allá! Algo se mueve súbitamente.

Era cierto. Un grupo de rocas apiladas a unos 100 metros de nosotros comenzó a sacudirse como si un gran sismo estuviese ocurriendo.

Su juntaban rocas pequeñas, grandes, escarpadas, ahuecadas y más. En cuestión de unos segundos se erigió frente a nosotros una criatura que aunque veíamos por primera vez, ya sabíamos qué era.

¡El Equilisaurus Molerix no era un fósil, era una criatura fantástica apunto de devorarnos!

La Dra. Rogers y el Dr. Villas se quedaron tan impactados con lo visto que no podían mover ni un dedo. Fui yo entonces con mis pantalones mojados, que los arrastré como pude para escapar.

Con todas mis fuerzas los arrastraba, pero era en vano. Sentía cada vez más cerca los pasos del Equilisaurus detrás nuestro. De hecho, hubo un momento que una de las garras de la criatura rasgó mi chaqueta por la mitad.

Sucedió naturalmente un grito de espanto, pero también se escuchó un silbido agudo y largo que enseguida captó mi atención.

Creo que dicho silbido fue tan penetrante que mis colegas despertaron de su pavor.

Nos fijamos que el sonido punzante provenía de una pequeña cueva casi en la entrada de esta zona. Un pañuelo blanco se agitaba con fuerza y nosotros no hicimos otra cosa sino exprimir nuestras últimas fuerzas para llegar hasta allá.

Todo parecía marchar perfecto, pero el alarido de la Dra. Rogers me hizo voltear y contemplar con horror cómo el Equilisaurus la levantaba del suelo y apretaba su cuerpo como una pasa con sus rígidas y ahuecadas garras cobre.

Esta pesadilla acabó cuando mi hijo me abrazó y me dijo tiernamente al oído: “Feliz cumpleaños, papi”

Estaba en una habitación de una clínica y allí me veían con sonrisas, y algunas lágrimas también, mi familia y los colegas que pensaba devorados por el terrible monstruo.

Sí podremos celebrar tu cumpleaños, papá—dijo varias veces eufórico mi hijo, sonando su silbato con todas sus fuerzas y meneando la pañoleta blanca de vaquero que le había regalado.

Dr. Lorentz, me alegra verlo despierto de nuevo—dijo con ojos aguados la Dra. Rogers. No podía usted dejar sólo a su hijo.

¿Qué pasa, campeón? ¿Listo para irnos de exploración y hallar los fósiles del Equilisaurus?—me preguntó con sumo entusiasmo el Dr. Villas.

Yo, mientras, contemplaba la escena como tratando de asegurarme que fuese real. Poco después tomé fuerzas para hablar y contesté:

—No creo, No más accidentes. Mejor hallemos una torta.

¡Gracias por leer!