Héroe de guerra. Octava parte - Por G. J. Villegas

in #life5 years ago

Se acerca el final de esta interesante historia dramática. El soldado Cory continua intentando llegar a su hogar lejos de la guerra. Pero la furia del combate parece no estar dispuesta a dejarlo partir. Si te perdiste alguno de los capítulos anteriores de esta novela, puedes leerlos en el siguiente menú.


Héroe de Guerra (Primera parte)

Héroe de Guerra (Segunda parte)

Héroe de Guerra (Tercera parte)

Héroe de Guerra (Cuarta parte)

Héroe de Guerra (Quinta parte)

Héroe de Guerra (Sexta parte)

Héroe de Guerra (Séptima parte)



Octava parte...

—Tienes mucha suerte, un poco más cerca y la metralla te hubiera perforado el hígado —dijo el oficial médico Sudveth.

Cory no respondió nada, solo se quedó mirando al grupo de soldados que jugaban a las cartas, apostando las joyas y los objetos que habían hurtado durante sus patrullas. Pero no era ajeno a las palabras del doctor, no se creía realmente afortunado si finalmente lo había rescatado una división S-OBER, menos aún si se trataba de la más corrupta división que hubiera visto en toda la guerra.

Pero el joven doctor parecía ser diferente al resto de aquel grupo. Esta era la segunda vez que lo atendía preocupado realmente por su salud.

—¿Crees que pueda combatir con estos vendajes? —preguntó al médico esperando que su respuesta fuera negativa. Deseaba con todas sus fuerzas tener una excusa para no volver a tocar un arma.

—¿Combate? Déjame ver… te arrancaron un dedo de un disparo, tienes unas veinticinco puntadas en el costado, magulladuras y raspones por el resto del cuerpo… ¡Por supuesto amigo! Estás en perfectas condiciones.

Baus dibujó media sonrisa con su boca, parecía estar escuchando lo que deseaba, pero no quería parecer muy emocionado. No sabía si realmente podía confiar en aquel soldado que le vendaba las heridas; así que, fingiendo cierta decepción preguntó:

—¿En serio no puedo pelear como todo buen soldado?

—Solo te diré, que el sargento Alchz me explicó su teoría sobre ti. Además me dijo, y cito: “Si el desgraciado cobarde no se incorpora al combate debido a sus heridas, mátalo tú mismo” Por lo que debo decirte dos cosas soldado Baus —dijo con tono de lástima y mirándolo a los ojos— La primera, es que en unas cuantas horas verás acción de guerra de nuevo con toda seguridad. La segunda, es que no me gustaría estar en tus zapatos, preferiría un tiro en el cuello.

El doctor lo dejó solo y salió de la habitación. Cory entendió que no tenía sentido intentar ganarse la simpatía de estos tipos, que eran leales a su sargento, a su manera viciada de hacer las cosas. La guerra era una peste que cambia a la gente. Él era un granjero antes de iniciar el conflicto, quizá el doctor trabajaba en algún hospital atendiendo dulcemente a ancianos y niños. Los hombres que apostaban a las cartas quizá eran maestros, artesanos, o deportistas. Ahora todos eran simples perros de la guerra. Algunos más feroces que otros.

Se preguntaba sobre lo que pasaría si ganaban, si acaso volverían a sus vidas normales. No tuvo tiempo de continuar meditando en la idea, un soldado entro donde él, trayéndole un nuevo uniforme y una cajas.

—Soldado Baus, el sargento le ordena que se cambie y se aliste —dijo secamente.

—¿Qué hay en las cajas? —preguntó Cory intrigado.

El soldado hizo un gesto de burla con sus ojos y abrió una de las cajas para mostrarle el contenido.

—Son municiones, soldado, irás detrás del grupo y tu tarea será recargar municiones —indicó sin dar más explicaciones.

—¿Y mi arma? ¿No va el sargento a darme un fusil? —preguntó Cory con desconfianza.

—Negativo, tal parece que por tus heridas es muy poco lo que puedes hacer con un fusil. Te tocará recargar a los demás. Es un trabajo decente e importante —le aseguró el soldado— Al hombre que cubría este puesto anteriormente… lo recordamos con mucho aprecio —dijo soltando una carcajada y salió de la habitación apresuradamente.

Baus sabía que lo estaban sentenciado a morir. Que todo era un pretexto para no fusilarlo francamente. Un sádico teatro montado por Alchz para torturarlo por desertar, para recrear su torcido sentido de la justicia.

Se vistió con aquel uniforme tan lentamente como pudo, esperando culpar a sus heridas por la tardanza. Le tomó casi una hora hacerlo, mientras pensaba en cómo sería su muerte y escuchaba las risas y las vulgaridades de los apostadores que estaban afuera; bebiendo wisky y empeñando joyas robadas. Los héroes de la décimo octava división S-OBER. Unos matones inmorales sin ningún sentido de la decencia.

Salió de la habitación cargando las cajas de municiones. Cuando lo vieron los demás, se hizo un silencio incómodo en el lugar. Con la mirada algunos le acusaban, otros parecían estar mirándolo por última vez antes de su muerte. Él no sabía a donde ir, así que se puso las cajas bajo el brazo y salió a la entrada principal de aquella casa.

No pudo llegar a la puerta. El silbido inconfundible de un proyectil en caída libre fue el preludio de una explosión. La mesa de apuestas quedó destrozada, cuatro de los jugadores yacían en el piso sin vida. La nube de polvo que cubría el lugar se iluminaba con la flama que salía de la punta de los cañones de los fusiles.

La voz del sargento Alchz se escuchaba a lo lejos dando órdenes de ataque. Los hombres disparaban ferozmente intentando salir de la casa. Alguien tomó a Baus de un brazo, y lo levantó del piso gritándole:

—¡Municiones, muévete!

Pronto estuvo afuera, en la calle, cubierto detrás de un vehículo parcialmente en llamas, con sus heridas sangrando nuevamente, y sirviendo de respaldo a un grupo de cuatro soldados que se gritaban unos a otros y apuntaban a un edificio cercano.

Aquellos enemigos que buscaba Alchz los encontraron a ellos primero. La lucha prometía ser encarnizada, y Cory Baus se veía de nuevo en combate. Aterrado por la idea de no volver a ver a su hijo y su esposa. Decepcionado de no haber tenido éxito en escapar de aquel conflicto miserable y destructivo.

El grupo de hombres se movió a un lugar más seguro, a una zanja producida por un hundimiento en la calle, pero suficientemente estable como para atacar desde allí. El oficial médico Sudveth estaba con ellos. Al ver la sangre en el uniforme de Cory, lo miró y asintiendo con la cabeza le dijo:

—¡Estás bien, solo es una mancha!

Le entregó una gasa y abriéndole la camisa se la colocó en la herida. Lo miró de nuevo a los ojos y le sonrió genuinamente, como lo haría un amigo.

—¡Saldremos de esta, yo voy a ayudarte! ¡Confía en mí soldado Baus!

Cory sintió un alivio repentino al escuchar aquellas palabras. Bajó la mirada un momento para cerrar su camisa, y cuando la alzó de nuevo, el oficial Sudveth estaba tendido, con un disparo en el cuello.

Entendió que nadie podría protegerlo en ese enfrentamiento, que no tenía sentido creer que saldría ileso. Aún el soldado más valiente y preparado no es inmune a las balas. Recordó perfectamente la razón por la que huía del campo de batalla en un principio.

Continuará…



"La guerra es una masacre entre gentes que no se conocen, para provecho de gentes que si se conocen pero que no se masacran" Paul Valéry


Escrito original de G. J. Villegas @latino.romano





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