Travesía en el desierto (personajes) Por G. J. Villegas

Con el sol a sus espaldas, y el vapor del suelo rezumando bajo las patas de los caballos, avanzaban lentamente sobre la densa arena del desierto. Ambos se bamboleaban como si estuvieran dormidos, victimas del intenso calor. La brisa inquieta hacia bramar las dunas, y aunque llevaban buena parte del viaje sin cruzar palabras, una breve pregunta de Jimbo interrumpió el silencio del desierto:

—¿Vale la pena?

Zacarías volteó a mirarlo sin expresión alguna en su rostro. Parecía que no entendía la pregunta. Se rascó la barba un par de veces y respondió a su compañero con otra pregunta:

—¿Qué dijiste?

Jimbo sabía cómo terminaría aquella conversación, le había oído discutir tercamente muchas veces en el pasado por cosas más absurdas. Ahora se imaginaba que su pregunta haría que Zacarías se molestara, pero estaba harto del silencio, del calor y del tedioso viaje. Una discusión sería algo entretenido en medio de la terrible travesía.

—Dije que si vale la pena hacer este viaje por esa mujer —respondió Jimbo con un rencor fingido.

Su hermano lo miró airado, escupió en la arena una saliva espesa y respondió hoscamente:

—Esa es una pregunta estúpida Jim, ya te está afectando el calor.

Jimbo dibujó media sonrisa al oírlo y replicó:

—Te parecerá estúpida mi pregunta, pero cruzar el ardiente desierto durante horas, montado en un caballo mugroso, solo para buscar a una mujer mandona, gorda y que además le falta un ojo, habiendo tantas mujeres hermosas en la meseta, me hace preguntarme si honestamente vale la pena.

—¡¿Pero qué montón de sucias mentiras dices Jim?!... ¿A cuales mujeres hermosas te refieres?

Jimbo no pudo contestar, pues se quedó mirando al horizonte, congelado por la impresión de lo que venía a la distancia. Rápidamente la brisa comenzó a azotar el lugar, y el intenso brillo del sol dio paso a una penumbra sombría.