El Perro Fiel (Novela sin terminar) Parte 10

in #literatura5 years ago

El Perro Herido

El día se había alzado, y los pasillos tranquilos de la casa disfrutaban de los ecos del silencio, para alguien que viviera en las agitadas urbes el silencio seria ensordecedor, tanta calma que parecía ser otro universo donde nadie más habita, si te concentrabas bien serias capaz hasta de escuchar el batir de las alas de una mariposa. Un sonido se logra percibir a la distancia, repetidas veces, si te acercabas mas podías percibirlo, eran golpes, choques, pasos, todo en conjunto como una arrítmica orquesta que entonaba la sinfonía desenfrenada de la lucha.

Ahí se encontraban dos personas, no enemigos, pero tampoco aliados, midiéndose el uno al otro, la melodía había dado una pausa, era la parte del puente en que la melodía se tocaba con la mente, por los ventanales del salón la luz entraba marcando un par de figuras, una era alta, imponente pero tranquila, la otra era más baja, en guardia y muy aguerrida, la música del latir de sus corazones y los coros de sus mentes les invitaban a una danza arremolinada, una que no se podía bailar de cerca. Cada uno luciría sus pasos, la más baja balancearía la espada en su mano pintando ochos en el aire, la más alta, por su parte, solo marcaba un ritmo con el golpeteo del sable en su hombro y el agitar suave de su dedo guardado en su espalda.

De pronto el puente terminaría, la orquesta volvía con fuerza entonando una veloz estocada, mientras la figura alta danzaba para esquivar manteniendo el ritmo, cosa que su terca pareja de baile no permitiría, no le dejaría oportunidad de disfrutar la danza, pero en eso la alta figura haría un veloz cambio de pies, atravesaría un obstáculo en el camino de su pareja haciéndola perder el equilibrio, y con un toque de su cadera le llevaría al suelo. Una sonrisa se marcaría a contra luz en el rostro de aquella figura que desde el suelo lucia aún más grande y a la vez ligera, con algo de dificultad la figura más pequeña se retiraría una máscara protectora de esgrima, se sentía sofocada, y suspirando con alivio se secaría algunas gotas de sudor que nublaban su visión, solo para notar con más detalle al joven pelinegro que yacía de pie frente a ella con un aspecto muy relajado.

Era una imagen de dos contrarios, él alto, ella baja, el casi en pijamas, con una simple camisa de mangas largas blanca, apenas se marcaba una ligera mancha de sudor en su pecho, producto del que bajaba por su cuello y unos pantalones negros algo holgados que terminaban como sacos en sus pies descalzos, y ella con un equipo completo de esgrima que la asfixiaba como un horno, él tenía un aspecto relajado, y ella parecía estar pasando por un combate mortal.

_ ¿qué sucede Tina? Puedo recordar aun que hace un par de semanas pediste que no fuera suave contigo, que no eras una niña… - dijo inclinando de lado la cabeza – Pero solo te veo dejándome las cosas fáciles a mí. - presumió mientras admiraba su hoja de practica .

Ella ni se inmutó, permaneció con su expresión concentrada mientras se alzaba en pie, llevaba varias semanas de duro entrenamiento, no le fue difícil recuperar la base y reabsorber lo aprendido hace años, pero esta vez fue mucho más fuerte a comparación de como le entrenaba cuando era una niña, y a ojos de Nico era momento de empezar a entrenar la aplicación práctica, era fiel partidario de que se aprendía mas en combate que repitiendo una y otra vez un movimiento, los que se adaptaban y aprendían en el combate eran los que sobrevivían para dar lecciones a otros.

Con un último sorbo de aire Tina se pondría de pie firme, pero su mente seguía inestable, su cuerpo le demandaba volver a la forma que ya dominaba, pero desde el primer día supo que el estilo de competencias no le serviría contra él, de pronto sentiría algo, algo que la molestaba durante todo el duelo, pero hasta ahora no había identificado, un golpeteo; ese golpeteo ligero que daba Nico con su sable, la irritaba, la ponía de malas. Abalanzándose como fiera a su presa volvería a repartir estocadas y cortes repetidos, ninguno lograba asestar, y ese golpeteo no paraba, con movimientos zigzagueantes arremetía los flancos de Nico, y solo encontraba el vacío, seguían el golpeteo, Nico se daría el lujo de darle la espalda a Tina, ella enfureció y descargando su frustración en un grito ataco una vez más, de pronto el golpeteo paro, Nico voltearía con una mirada tan penetrante como puñales que la congelarían por poco menos de un segundo, suficiente para que este respondiera con otra arremetida, pero no usaba su espada, solo usaba su poderosa presencia y pesado golpe de sus pies que apuntaban a pisar a los de Tina, a lo que rápidamente ella retrocedería en vano ya que las largas zancadas del pelinegro la alcanzarían, y como una pieza de ajedrez la derribaría para tomar su lugar y finalizar apuntándole directamente con su sable.

_ Si vas a atacar de sorpresa… No te recomiendo que lo grites. - dijo después de mirarla unos segundos retirando su sable – Es suficiente, tomemos un descanso. - dijo ofreciendo su mano y una sonrisa cálida a Tina.

_ Está bien. - esbozó entre suspiros tomando su mano como si nada, no sabía si fue su grito o la sonrisa cálida de Nico la que la liberaría de su frustración.

Al ir desapareciendo la adrenalina de su cuerpo la fatiga se haría notar, sus piernas flaquearían al intentar apoyarse, Nico reaccionaria y la atraparía rápidamente, Tina soltaría una pequeña risilla por la sorpresa, su atención en el combate no la dejaron notar la falta de energía. Nico se pondría de rodillas con la risueña señorita, esta a su vez se daría cuenta de unos cuantos detalles, como que esta vez Nico olvidaría ponerse sus guantes de práctica, desde que tenía memorias de esos largos veranos el siempre portaba sus guantes blancos, muchas veces estrecho esas manos grandes y largas, se sentían fuertes, algo duras, y la piel de sus palmas era rasposa, pero su toque era suave, cálido, y su abrazo delicado.

Notó que había dejado descansar su cabeza en su pecho, podía escuchar el latido de su corazón, estaba relajado, no parecía agitado a pesar de todo el ejercicio, por un momento eso le molesto, no parecía ser ningún reto para él, pero, así como fácil llega, la molestia se iría, ese latido era tranquilizador, recordaría que él siempre tuvo una habilidad innata para hacerla sentir bien con el menor de los gestos.
La joven apartaría un poco la cabeza del pecho del mayordomo apoyándose con su mano en este, podía sentir la dureza de sus músculos a través de la camisa que se pegaba a su piel por el sudor, e inconscientemente deslizaría sus dedos con curiosidad hasta sentir su abdomen, estaba algo tenso por sostenerla, sentía las depresiones entre sus músculos indicando el nivel de tonificación, y por un instante sentía que podía ver a través de su camisa. Sus ojos se deslizarían con cautela y disimulo por su pecho siguiendo la mancha de sudor hasta su cuello, y de inmediato sus sentidos serian invadidos por el aroma de Nico, no había sudado mucho, pero podía expeler un olor potente, estaba acostumbrada al olor del sudor por sus prácticas en los gimnasios de su escuela cuando los equipos masculinos y femeninos ocupaban el mismo espacio, podía recordar que había días en que el olor era desagradable y rancio, como estar en un cuarto de vapor, pero el aroma de Nico no era para nada desagradable, si, era potente a tan corta distancia, pero no era rancio o maloliente, tenía un cierto encanto varonil, y mientras se dejaba llevar por el remolino de sensaciones escucharía como si le llamaran a lo lejos.

-_¿Tina… Estas bien? - exclamo el joven con preocupación al verla algo dispersa

  • Y-yo… - dijo con algo de dificultad volviendo en sí misma – Tal parece que me excedí un poco. - exclamo con una risa fingida disimulando su vergüenza al haberse dejado llevar por ese momento.

_ Ven, necesitas beber algo. - la tomó en sus brazos y la llevó a una banqueta cercana.

En sus brazos Tina se sentía muy ligera, estaba perfectamente consciente de lo “compacta” que era, y ya otras de sus amistades acostumbraban a alzarla en brazos como una muñeca, pero con Nico era distinto, ella no era una muñeca en sus brazos, sentía como si fuera lo más preciado para él, podía sentir como la sostenía firme, no quería dejarla caer, pero nunca la apretaba, no la quería hacer sentir incomoda, y por unos breves momentos ella se sentía de nuevo como una niña pequeña y consentida, la única en sus ojos. De pronto, un agrio recuerdo vino a ella, ese día, en ese pasillo, esa sirvienta, no tardo en aprender su nombre, Francesca, esa joven alta, le lucia bien el uniforme, poseía buenas curvas, tenía bonitos ojos, eran de un brillante color verde, un bonito cabello cobrizo, tenía algunos reflejos dorados naturales, y su piel se veía blanca, tersa, y tenía un lunar bajo el ojo derecho, le parecía curioso como aprendes tantos detalles de alguien cuando te desagrada. Todas esas cosas se fueron como el polvo en la briza al ver a Nico llegar con una bebida fría para ella, se la entregó en sus manos mientras esta soltaba su cabello de un moño alto para reducir tensión en su cuero cabelludo, también notaria que el traje de esgrima la estaba sofocando, como pudo intento alcanzar el cierre en su espalda, pero sus brazos fatigados no le dejaban alcanzarlo.

_ Nicoooo. - exclamo en un tono sollozante y adolorido pidiendo apoyo.

El alto mayordomo ya sabía interpretar las expresiones de la joven señorita, en cuento ella apartó su cabello a un lado procedió a bajar el cierre de su traje con cuidado, y Nico pudo ver como se develaba ante él, esa piel acanelada, brillaba un poco por el sudor, gracias a ese agudo sentido del olfato pudo percibir de inmediato el aroma de Tina, aquella vez en la perfumería lo pudo apreciar adornado con el aroma del aceite esencial, pero esta vez estaba siendo atacado de forma agresiva, era como cuando se destapaba un barril de vino, por muy bueno que fuera el aroma, si este era concentrado solía aturdirlo, rápida y disimuladamente Nico retrocedió, no quería actuar como si le asqueara, más bien todo lo contrario, aun recordaba perfectamente aquella ocasión en la que casi se dejaba llevar por esa fantasía, el aroma del sudor de la joven le resultaba más embriagador que una botella del mejor vino, si perdía control de sus sentidos temía que algo pudiera pasar. El sonido de un suspiro de alivio le hizo voltear, Tina se sentía ligera al librarse de ese sofocante calor, agradeció a su compañero de entrenamiento por el favor, pero se daría cuenta de que este evitaba verla directamente, ahí fue cuando la malicia de Tina despertó

La joven comenzaría bajando uno de los hombros de su traje muy despacio seguido por el otro, peinaría su cabello de lado dejando expuesto su cuello para así frotar el envase frió por su hombro dejando que la humedad de la botella corriera por su espalda, así un brillante camino irregular que bajaría de su cuello, su hombro y llegaría a su espalda encontrándose con un top deportivo que usaba bajo el traje, luego este seguiría hasta pasar por la espalda baja, seguido de otro suspiro profundo de satisfacción, no solo de la frescura que sentía, si no de que no necesitaba voltear para saber que estaba causando un efecto en él, y aun así no pudo evitar voltear un poco y apreciar que efectivamente Nico no podía apartar la mirada por más que lo disimulara.

La malicia de Tina parecía no caber en su cuerpo, no sabía bien por qué lo hacía, o por qué lo disfrutaba tanto, solo le gustaba ver al correcto mayordomo pelear con el deseo de mirar y no poder evitarlo ¿O tal vez se trataba de una injustificada venganza? Como fuera, se sentía poderosa. De pronto Tina se vio a oscuras, sobre ella caería una toalla, tal parece que Nico lograría encontrar la manera de evadir el juego de no mirar después de todo, alzaría la cabeza para sonreírle, pero para su desanimo ese mal sabor de boca volvería, era Francesca quien le había dado la toalla – Se recuperará más rápido si seca ese sudor señorita Albertina. - dijo con todo respeto, sabía que solo las personas de su confianza le llamaban Tina, luego procedió a darle una toalla a Nico, solo que esta vez se daría la libertad de ser ella misma quien secara un poco de su sudor, a lo que el pelinegro no parecía poner objeción – No se agoten mucho, recuerda que la señorita tiene que seguir con sus otros deberes del día, y tú con los tuyos. - dijo la sirvienta al mayordomo colocando la toalla alrededor del cuello de este y acercándolo un poco con disimulo – Que deje un poco de ti para mí. - dijo en voz baja, pero no lo suficiente, ya que Tina había escuchado todo muy bien, finalmente Francesca se retiraría con una inocente sonrisa.

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