No pensaron que podía suceder, se dio por sentado en su transcurso omnipresente, en su fraccionamiento de la realidad a la percepción de ojos que interpretaban su posicionamiento. Siempre contaron con que serviría de referencia para que los contrastes en su existencia cobraran sentido; pero ya no hay contrastes posibles, ni movimiento. No hay valoraciones humanas, no las habrá o si quiera podrán pensar en si las hubo; ya no importa que tan rápidas sean las sinapsis (o la luz), porque la velocidad misma ha quedado imposibilitada. No hay cálculos probabilísticos, metáforas de ficción forzada, filosofía, ciencia, ni inocentes entendimientos de una realidad que fue prefabricada, para ser comprensible por ellos. Agotaron sus recursos y oportunidades; optaron por esclavizarse entre ellos jugando con significantes que antepusieron a las normas fundamentales, esas que pensaron inquebrantables, estables e inalterables. Jugaron a dominarse entre ellos, creando una sub-realidad llena de símbolos inventados, ídolos falsos y una estabilidad que les permitiera existir adormecidos. No se percataron del regalo que implicaba, estaban demasiado ocupados creyéndose sus propias mentiras, acumulando pedazos de papel, monedas cibernéticas y operando monopolios ordinales ficticios, que sirvieran para posicionarse entre ellos. Fueron excesivamente primitivos, demasiado vacuos. Es por eso que han sido exiliados de la temporalidad, destinados al no transcurso de aquello que les gustaba denominar “tiempo”; esa piedra angular de los seres temporales. Nuestra existencia imperecedera y simultánea, en la totalidad (en expansión) de espacios temporales posibles, nos hace los responsables de esta sentencia.