El áspero viento roza las ramas de las coníferas, esparciendo a su paso briznas de retoñados musgos. Nítidamente el sol se manifiesta en las cordilleras de la provincia de Nizni Nóvgorod, panorama exhibido desde la ventana del despacho de psiquiatría del doctor Nikolái Berdiáiev; experimentado psiquiatra del siglo XVIII, que presta sus servicios a la clínica de Volodarks, desde ya hace un año.

Su paciente, una encantadora joven de escasos recursos con 27 años de edad, diagnosticada con Trastornos paranoides, aguarda turbada en el desgastado diván del consultorio. Sin presentarse, sorpresivamente; irrumpe el médico en su despacho. Berdiájev, hipnotizado; se le aproxima a su cuello, deslizando su forastera extremidad del brazo izquierdo. Aterrada, hostilmente se aparta, pero este, a su vez, se le abalanza sujetando su mórbido cuello. De la palma de su mano, descienden agujas distribuidas en forma de dentadura, lacerando el pescuezo de la chica como un colibrí cuando extrae el néctar de una tierna flor. Eventualmente, ella cae delicadamente al suelo inconsciente.