Decreto de guerra. El benefactor o la muerte de la generosidad. Cap.5

in #mspsteem6 years ago


Ucrania: así es la guerra urbana. Fuente: Corbis

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En los días posteriores a la captura de Perafán, San Cristóbal se llenó de un río de especulaciones que trajo una ola de nerviosismo, sobre el futuro comercial de la ciudad. El problema estaba en que todos esos líderes de negocios ya no estaban. ¿Quién iba a tomar las decisiones?

Justo en este punto, entraba la cámara de comercio andino. Todos se mostraron sorprendidos, cuando no avergonzados, al ver que durante más de dos años trataron y negociaron con un grupo de criminales que eran buscados por varios países. Y resulta que ellos, sin saber, les tendieron la mano a ellos.

Pero las cosas no se iban a quedar así: se concretó una reunión con el gobernador, con el alcalde y con la cámara de comercio. La idea era buscar la manera de reactivar esas empresas, ahora, dentro de un ámbito estrictamente legal. El problema estaba en que todos estaban asociados con todos y básicamente sin los narcos aquella red de negocios perdía forma. En los registros de comercio donde aparecían los detenidos, no había nada que hacer y en otros donde figuraban distintos ciudadanos que no aparecían. Se sospechó entonces que ellos eran testaferros.

Así, ante la falta de acuerdo entre los comerciantes y empresarios (algunos, incluso, manifestaron su voluntad de absolver; así nada más, esos negocios y empresas, lo cual levantó muchas objeciones). Todo el mundo reclamó el derecho sobre aquello.

Las cosas se complicaron aún más cuando las esposas, hijos y familiares aparecieron: ellos no iban a dejar que las propiedades de sus esposos fueran, literalmente, robadas.

Ante la excusa que el esposo era un criminal, los familiares reclamaron que los negocios son perfectamente legales y además, contraatacaron: pues ellos también recibieron plata de los narcos, también se les puede acusar de enriquecimiento ilícito y también se les puede expropiar sus propiedades. A más de uno se le enfrió el guáramo y ya comenzaron a pensar en dejar que el gobierno tomara una decisión.

La propuesta del gobierno fue salomónica: los bienes adquiridos ilegalmente serían liquidados de inmediato, mediante subasta pública. A los familiares se les reconoció sus derechos sobre varias propiedades que no fueron levantadas con dinero sucio.

Pero para otros empresarios y comerciantes, que pretendieron aprovechar la oportunidad para hacerse con bienes a los que podrían sacarle provecho les salió el tiro por la culata, pues quedó claro que también se habían financiado con dinero de los narcos.

Allí todos, los que antes saltaron sobre esta presa como hienas hambrientas, ahora estaban suplicando para que no les tocará lo suyo. Otros tomaron decisiones inteligentes: se fueron de la reunión y vendieron aquello que estaba sucio a precio de gallina flaca. Mejor eso que perder mucho, incluso todo.

Así, la línea de transporte pasó a control estatal, los negocios del Centro Cívico fueron sometidos a subasta; y cuando esto no dio resultados, se remataron las mercancías que allí estaban y fue un agosto para muchos comerciantes porque pudieron llenar sus inventarios gastando la cuarta parte de lo que usualmente invierten. Varios de esos negocios tenían inmuebles propios, que el gobierno remató. Muchos aprovecharon y ahora alquilan esos locales y le sacan los dividendos correspondientes.

Un verdadero negocio se armó con las líneas de transporte. Primero, vendieron las unidades separadas, se les sacó mucha plata así; pero luego, entre tres empresarios, que se pusieron de acuerdo, compraron la línea de San Cristóbal–Cúcuta. Otro negocio redondo se armó cuando fueron comprados cinco camiones-frigorífico. Quien los compró es el dueño de una carnicería, que le compraba la carne a los narcos. Ahora él, que siempre fue honesto, se quedó con todo el negocio y hoy por hoy su red de distribución de carne tiene influencia bi-nacional. Un verdadero problema se armó con el negocio de la construcción y el inmobiliario. Casas, apartamentos, locales, galpones.

Aquello se extendió en el negocio de la construcción. Desde los camiones de volteo, las grúas, el cemento, los bloques y los trabajadores; todo eso fue el campo de batalla de una disputa que trajo una consecuencia obvia; pero que nadie se esperaba: aumentaron el precio de los inmuebles en la ciudad.

El gobierno, que se encontraba subastando los bienes, optó por no negociar más y puso todo a la venta: aquel que pudiera pagarlo todo, se lo llevaba; quien quisiera una parte, también. No aceptaron más lobbys ni ofrecimientos de ciertos empresarios que querían quedarse con todo a bajo precio. Aquí esto se convirtió en un típico mercado libre: el que pueda pagar, que pague, el que ofrezca más, que lo haga.

En cuanto a las viviendas, fue un verdadero circo, pues las familias hicieron todo lo posible para impedir que las sacaran de allí. La mayoría lo lograron. Después de todo, era el hogar de una familia. Lo que no pudieron evitar fue la expropiación de segundas y terceras casas o apartamentos. Casas en la playa fueron también confiscadas. Una de las familias tenía 7 vehículos. Expropiaron 6. Aquel proceso duró cerca de un mes.

Cuando toda aquella operación de desmantelamiento terminó y las cosas comenzaron a asentarse en San Cristóbal, las cosas se volvieron más claras. De hecho, la visión se hizo, en cierta forma, espeluznante: lo que antes eran centros comerciales, ahora eran comercios desperdigados aquí y allá, donde antes habían varias rutas de transporte, ahora había una sola. El Centro Cívico había perdido su esplendor, pasó de ser un concurrido y alegre centro comercial a un complejo de negocios escuálidos que luchan por sobrevivir. El nerviosismo se apoderó de muchos. Los comerciantes de San Cristóbal se reunieron con el alcalde y el gobernador, a fin de que ofreciera un plan para que todo “volviera a ser como era antes”.

Las autoridades explicaron que tal cosa no era posible porque antes el comercio era financiado y respaldado por el narcotráfico. Aquella no era una situación real. Si lo hubiera sido, las cosas seguirían su curso. El alcalde dijo que ellos podían seguir gobernando y cuando viniera otro electo las cosas seguirían como siempre, la razón de ello es porque funcionan en el ámbito legal.

Y aunque tales planteamientos éticos no fueron una respuesta satisfactoria, el gobierno se preocupó en buscar y traer inversiones, estimularon el turismo en la ciudad, mejoraron las carreteras, y se inició un plan para repotenciar el aeropuerto y hacerlo, paulatinamente, apto para vuelos internacionales.

Aquellas medidas tardarían su tiempo en dar efecto, algunas cuestan más que otras, poco a poco la gente se ha ido olvidando de los narcos. Se han olvidado que el dinero fácil puede aliviar los males de hoy, pero condena el futuro. Y el futuro es de los hijos.

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