Mirando al cielo de Caracas (Prosa melancólica)

Recorro y recorro caminos, algunos polvorientos, otros límpidos y esperanzadores como un cielo despejado y aun no consigo la solución. He persistido, no miento, he indagado en mis sueños como aquel que desea ganar alguna lotería hurgando en sus señales oníricas la clave de una esperanza galopante, sonriente musa que te al tocarte con su vara mágica cambiará tu suerte una eternidad. He revisado cifras y estadísticas, refugiando mi angustia en matemática sobrenatural, una tonta esperanza.

Cruzo todas las avenidas de mi mente, sin usar la calzada como un vagabundo que en medio de la ciudad espera hallar un tesoro, entre los contenedores de desechos, en la mirada de un niño, en las palabras de un tendero. Frágil condición de un alma escrutadora y expectante que se creyó un corcel ganador de carreras y resultó ser un perro harapiento y abandonado a su suerte en un camino en la distancia.

Tal vez haya esperanzas, por eso miro al cielo hoy y siempre, en medio del murmullo de viudas que desgarran sus ropajes, en medio de diatribas políticas y circunstanciales suelo ver la realidad huyendo con la velocidad de un corredor olímpico. No sé si huye porque tiene un temperamento iracundo, o quizás porque le molesta el plañir de las campanas de esta ciudad, impregnada de brisa y polución, diezmada de dolor y quebrantos.

Fuente

Ahora esperaré a un lado del camino a esa caravana de ancestros memoriales, un sin fin de almas que ondean estandartes de llanto y carcajadas, tristezas solitarias, o agonías trastocadas, en interminable procesión que va llenando el alma. Pretendo alejarme sin llevarme un recuerdo, y a pesar de todo, voy tan repleto de ilusiones que me cuesta cargarlas en mi mochila de dibujos y pinceles. Me llevaré algún retrato del Ávila de Cabré, que llene mis pupilas de ese verdor inmenso de nuestra montaña, compañera y cuidadora de corazones melancólicos.

En los rincones insospechados, se ocultan los enamorados haciendo promesas y hablando en forma de susurro. Más allá, los vendedores ambulantes gritan sus mercancías llenas de colorido y olor a mango pintón, suerte de manjar que llenó las tardes de mi niñez, cuando el mundo estaba lleno de colores y los anhelos corrían por mis venas. Los suspiros a veces se hacen dueños de mi pecho y me ganan el juego con sus naipes engañosos, triquiñuelas maliciosas de ese destino tan mordaz que es quien ahora invade mis tardes sin rumbo.

Imagen de Eneas de Troya en Flickr

Hoy también sigo mirando el cielo de Caracas buscando solución, o tal vez inspiración...

Imágenes 1 y 2 de uso público, licencia CC0 y la imagen 3 extraida de Flickr, con algunos derechos, licencia CC BY 2.0

Autor del texto: Alex Díaz @humoalex

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