Capítulo 49 | Alma sacrificada [Parte 2]

in #spanish6 years ago

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Colgó y me dejó con miles de preguntas. De inmediato apareció la dirección en la pantalla. Andrea se acercó y me quitó el teléfono de las manos. Observó la dirección y la duda apareció en su mirada. Ella no entendía la razón por la que Maximiliano enviaba la dirección de un lugar inhabitado, a las afueras de la ciudad.

—¿Qué quiere?
—Hablar —comencé mintiendo. De inmediato supe que no podría mantener la mentira, así que dije la verdad, aunque me doliera como meterme un hierro caliente por la garganta—. Me dijo que tiene una propuesta para ti… y que tiene a tu madre.
—¿Qué? —La pregunta de Andrea sonó más alto de su tono normal de voz. Ella parpadeó y formó una línea con sus labios—. ¿Cómo que tiene a mi madre? Eso no es posible. Ella no esta al alcance de sus manos… Ella. ¡Debo llamarla!
Andrea, temblando, marcó el número del hogar de retiro. Me comentó que su madre perdió su teléfono algunas semanas atrás y que se comunicaban por el teléfono del lugar. Andrea llamó varias veces, pero nadie respondió. Comenzó a alterarse, a maldecir y a golpear el mueble con la punta de sus botas. La detuve por los hombros y le pregunté dónde quedaba ese lugar. Ella respondió. Le dije que fuéramos y que llamáramos a la policía, sin embargo Andrea respondió que no era buena idea.
Ella me aseguró que Maximiliano era lo bastante listo como para ocultarse en un lugar al que no llegaríamos sin invitación. Andrea lo conocía mejor de lo que yo alguna vez lo hice y confié en ella. Estaba destrozada por su madre, aunque fue una desgraciada con ella en la juventud. Andrea me aseguró que Maximiliano guardaba demasiados ases bajo la manga, y que su madre solo era uno de muchos.
Por más que quería ser el héroe de la historia, ella tenía razón. De igual forma, no dejamos de intentarlo. Andrea siguió llamando hasta que la señal de su teléfono murió. Busqué el mío y lo encontré igual. Les preguntamos a las personas en la tienda y dijeron que tampoco tenían comunicación. La iluminación se desvaneció de pronto y el sonido de un accidente en el semáforo adyacente, nos hizo salir y ver el caos de la ciudad.
No había electricidad en ninguna parte y los teléfonos no funcionaban. Andrea me abrazó y me preguntó qué haríamos. Todo era un caos, un infierno en la tierra. Mi taheña me preguntó de nuevo las palabras específicas de Maximiliano y lo que quería con nosotros. Yo recordé lo poco que él dijo y lo traspasé a Andrea.
—No me dijo mucho. Solo me amenazó diciéndome que si no nos reuníamos, mataría a tu madre. —Repetir que una persona moriría si no nos reuníamos con él, era extremadamente escalofriante—. Tenemos que ir. Nos envió la dirección.
Andrea asintió, corrimos al estacionamiento y subimos a la camioneta. Andrea encendió la radio y ninguna emisora funcionaba. Observé el tic en su pierna derecha y la forma en la que contorsionaba el rostro. Coloqué mi mano sobre su rodilla y repetí que su madre estaría bien. No hice una promesa o un juramento. Solo haría lo que estuviese en mis manos para protegerlas, aunque era una mujer que nunca conocí.
Condujimos por más de cuarenta minutos. Evitamos en lo posible los accidentes y los embotellamientos. Andrea no dejó de intentar llamar, aun cuando el teléfono no funcionó durante todo el camino. Una parte de mí quería creer que esa no era obra de Maximiliano, pero la otra parte estaba decidida a culparlo de todo lo malo que nos sucedía. Andrea me proporcionó una buena dosis de su miedo.
Una vez llegamos al lugar, descendimos y hurgamos la propiedad. Cercano a la playa, sobre un acantilado, se encontraba una antigua casa de madera. El clima era gélido, la brisa azotaba y el aroma del mar entraba por mis fosas nasales. Tiré de la mano de Andrea para que no se alejara de mí. Detrás de la propiedad, al rodearla para buscar la puerta abierta detrás de tantas tablas en las aberturas, encontramos un auto.
No había rastro de personas, sin embargo el motor estaba caliente. Andrea insertó las manos en su chaqueta y dio un paso a la única puerta que no estaba clavada al marco con tablas y clavos. Yo respiré profundo y sentí el frío congelante en mi nariz. Tiré del codo de Andrea antes de cruzar el umbral y me adelanté. La madera del piso crujió bajo mis pies y las bisagras de la puerta chirriaron al moverla.
El interior estaba igual de abandonado que el exterior. Hojas secas cubrían el suelo sin color, la poca luz se colaba entre las tablas de las ventanas, el techo contenía más huecos que madera y los vidrios rotos se esparcían por todo el suelo. Un aroma a humedad, rancidez y encierro inundaba la pequeña casa. Nos detuvimos en lo que alguna vez fue una sala, sujetos de la mano, con el corazón en los oídos.
No hubo necesidad de llamar su nombre. El hombre que nos amenazó por teléfono, apareció detrás de una puerta manchada. Mis ojos no creían lo que veían. El hombre frente a nosotros no era el Maximiliano que conocí doce años atrás o el hombre en los carteles de se busca. Su cabello era color ceniza, portaba un pantalón de mezclilla y una chaqueta de jean. Dentro tenía una franela de una banda poco conocida y las solapas de sus botas se salían del pantalón. Ese no era el hombre de traje que una vez conocí.
Andrea quedó igual de estupefacta que yo, cuando Maximiliano despegó sus labios y dejó al descubierto sus dientes. Sonreía con esa mirada de psicópata que nunca observé en sus ojos. Ese hombre no era la sombra de lo que alguna vez fue. Todos sus sentidos, incluyendo el de la moda, murieron al convertirse en prófugo. Ya no estaba ante el hombre de prestigio o el que me amenazó por teléfono. Estaba ante alguien que se ocultaba detrás de una fachada de adolescente rebelde, y con una mente de sociópata.
Cuando Andrea intentó dar un paso adelante, la detuve. No sabía si en ese lugar tendría más suerte con la señal, así que tanteé mi teléfono dentro de la chaqueta y marqué el número de la policía. Maximiliano dio un paso adelante y rasgó el silencio.
—Bienvenidos —pronunció.
—¿Qué pasó contigo? —preguntó Andrea.
—¿Te refieres a mi cabello y mi ropa? Sufrieron un cambio radical. No sé si saben, pero me busca la policía. —Movió los hombros como si se tratase de una búsqueda por una multa y no por un asesinato—. De hecho, sé que lo saben y por eso Ezra intenta marcar el número de la policía justo ahora, y se enteró que no puede porque hay un bloqueador de señal que inactiva por completo el teléfono. Déjalo, niño. No funcionará.
Debía tener a alguien con él; una persona que le advirtiera nuestros movimientos. Dejé el teléfono en mi bolsillo y saqué la mano de la tela caliente. Andrea se soltó de mi agarre y dio varios pasos adelante. Era la mujer valiente de la que me enorgullecía, aunque el momento para ser una guerrera no era el que yo quería.
—Vinimos por mi madre. Por nada más.
—Ay sí, tu madre. —Inspiró profundo y guardó sus manos en los bolsillos del pantalón—. La mujer esta bien, mientras cumplas con tu parte del trato.
—¿De qué trato hablas? —le pregunté al caminar y detenerme junto a ella.
Maximiliano movió su mirada de Andrea a mí. Él estaba tan seguro de sí mismo, que eso me erizó la piel. Maximiliano no era un hombre que pisaba en falso, y lo que fuera que planeaba era algo tan grande de lo que no saldríamos vivos… o no todos.
—Quiero que te vengas conmigo, Andrea —emitió al final—. Te amo, preciosa. Quiero que seamos los esposos que nunca fuimos. Te estoy dando la oportunidad del siglo, mi amor. Solo tienes que dejarlo todo y fugarte conmigo. ¿Qué dices?
—¡Digo que estás loco! —refutó Andrea de inmediato—. ¿Por eso secuestraste a mi madre? Si es que la tienes, porque la verdad no te creo.
Andrea intentó mover a su reina de lugar, pero Max fue más listo. Él miró sus zapatos y, al elevar sus ojos, mostró una sonrisa de superioridad.
—Tú mamá no tiene teléfono. Lo perdió hace unas semanas. Por eso no te pudiste comunicar con ella, ya que en el hogar de retiro nadie te contestó el teléfono. Seguro entraste en pánico, pero Ezra te calmó. —El hombre sabía cómo mover sus piezas y atisbar los movimientos de su contrincante—. Esta jugada, Andrea, de pruébame que la tienes, la he jugado muchas veces, y el noventa y nueve porciento de las veces pierden.
Hurgó en su bolsillo y sacó el teléfono. Después de unos segundos, alzó la pantalla y observamos un video de la madre de Andrea. Estaba amarrada a una silla, con una mordaza en la boca y lágrimas en sus ojos. La persona que la grababa reía más alto de lo normal y jugaba con el cabello de la mujer. Atisbé ira en la mirada de Andrea y la forma en la que apretaba sus manos. Entendía que se sintiera enojada con él.
—Aquí tienes a tu madre. —Dejó que el video terminara antes de regresar el teléfono a su bolsillo—. ¿Ahora me crees? Yo nunca he jugado, Andrea.
—¿Por qué a ella?
—Las madres siempre son debilidades, al igual que los hijos, y la tuya no es excepción. —Socavó una sonrisa de malicia y triunfo. Él pensaba que con engatusar a Andrea con la idea de ver morir a su madre, ella accedería a cualquiera de sus pedidos, incluyendo irse con él a alguna parte recóndita donde nunca pudieran encontrarlos. Maximiliano estaba loco por Andrea, al punto de matar por estar con ella—. Por eso te ofrezco un trato, bella. Vente conmigo y todos vivirán.
Andrea estaba indecisa. No podía creer que fuese a caer en el juego de Maximiliano. No soportaba la idea de que ella se marchara con ese hombre que no la amaba como yo lo hacía, y que haría con ella todo lo que quisiera con el pretexto de matar a las personas que ella amaba. La simple idea de verla alejarse con él hacía que mi sangre hirviera. Antes muerto que permitirle llevársela. Sobre mi cadáver, Andrea era de Maximiliano.
Acorté la distancia que nos separaba y sujeté la solapa de su chaqueta con ambas manos. Lo arrastré hasta la pared y escuché el crujir de la madera, junto a unos trozos caer sobre nosotros. La sonrisa en el rostro de Maximiliano desapareció al verse arrinconado por mí, pero él no era un ratón fácil de cazar. En lugar de cambiar a una actitud defensiva, sonrió de nuevo y bajó la mirada a las manos en su chaqueta.
—Tú actitud de troglodita tampoco es novedad —emitió—. Para ti también tengo un juego. Si me sueltas, te explicaré cómo funciona el juego que planeé para ti.
Maximiliano pensaba que todo era un maldito juego de mesa al que todos nos sentaríamos gustosos a participar. Desvié la mirada a Andrea y ella asintió. De igual forma no se marcharía sin una respuesta de nosotros, así que lo mejor era dejarlo hablar. Lo que debí haber hecho fue buscar una patrulla y que nos siguiera hasta ese lugar. Debí llevar a la policía para que lo arrestaran, pero cuando él nos explicó su juego macabro, agradecí no tomar esa decisión. Más personas estaban involucradas en su locura.
Al soltarlo, Maximiliano arregló su chaqueta y limpió su franela. Tras elevar la mirada y rodar sus ojos de uno al otro, inhaló una bocanada de aire y prosiguió.
—Creo fielmente en los finales felices. Soy un amante de las historias con finales acordes, y siento que esta no esta pareja. Hay tantas cosas que no sabes, Nicholas Eastwood, que necesito que las sepas para que la historia termine sin baches. —No entendía qué pretendía Maximiliano con revelar las cartas bajo su manga, ni cada bajeza que hizo en esos quince años. Él era un psicópata y lo trataría como uno. Con esas personas no se mediaba, aun cuando eso buscaba el loquito—. Quizá tú no entiendes todo lo que intentaré decirte, pero es justo para igualar las piezas del ajedrez.
Soltó un suspiro y frotó su cuello con ambas manos.
—Supongo que Andrea te puso al tanto sobre mi obsesión por ella y los años que llevo detrás de esa mujer. Suponiendo que te lo contó todo, es tiempo de contar lo que ninguno de ustedes sabe. —Fruncí el ceño—. Toda su historia fue escrita por mí. Hicieron lo que yo quería la mayor parte del tiempo y siguieron mi libreto. Desde que se conocieron en esa manga, ideé un plan para que no pudieran estar juntos. Andrea tenía que ser mía, y conocerte solo fue una desgracia para ella.
Lo dejé que hablara, que se expresara en total libertad. Él comenzó a contarme cosas que desconocía, en busca de la parte salvaje de mi alma. Maximiliano solo quería ver arder el mundo, y cada persona que lo rodeaba. Él no buscaba equidad tal como sus palabras lo mostraban. Él necesitaba revolcarse en la desgracia que provocaba. Cuando todos a su alrededor fuésemos infelices, él bailaría de la mano de Andrea.
—Todo comenzó por la historia de la muerte de tu madre —comenzó como si me estuviese contando la historia de un libro leído— Primero pensé que eso los alejaría, pero luego surgió lo de tu padre. Andrea le ocasionó un infarto, tú le buscaste un corazón. ¿Cuál era la solución para que nunca la perdonaras? Matar a tu padre.
Cuando de su boca brotó “tu padre”, mi mundo se desplomó. Mi familia era parte sagrada de mí ser, una que no permitía que cualquiera tocara. Maximiliano comentó que la solución era matarlo, pero la verdadera pregunta era si él lo mató. Sabía que mi padre murió en el quirófano, después de no aceptar el corazón. Eso me dijo el doctor, no que mi padre murió por manos ajenas. Tragué y cerré los ojos. No podía dejar que la ira que sentía por esa muerte me cegara. Primero debía aclarar las palabras de Maximiliano.
—¿Qué estás diciendo?
—Yo maté a tu padre —respondió de inmediato, sin pestañear, como su habláramos de un perro sacrificado—. Le dije a uno de mis colegas que le inyectara un líquido en su corazón y lo paralizara. La culpa recaería en Andrea y se separarían para siempre.
Miré atrás y vislumbré el pálido rostro de Andrea. Ella estaba igual de anonadada que yo. Sentía la ira nacer en mi pecho y expandirse por todo mi cuerpo. Apreté mis dientes y regresé la mirada a Maximiliano. Él tenía su rostro relajado, sonriente, como si fuera algo de que vanagloriarse y no un homicidio. Apreté mis manos y respiré profundo. No podía abalanzarme sobre él y matarlo. Eso no era yo. En su lugar, carraspeé mi garganta y tartamudeé un par de veces antes de pronunciar la pregunta.
—¿Mataste a mi padre?
—Así como tú quieres matarme ahora —respondió sonriendo.
—¿Qué evita que lo haga?
—Skyler. —Mi puño se había elevado un poco cuando pronunció el nombre—. Ella esta en casa, con una bomba en el microondas. Si me matas, ella y Steven morirán.
¿Era en serio? ¿Maximiliano me ponía a elegir entre las dos personas que más odiaba? Si ese era el caso, matarlo sería un deleite para mí. La ira me impedía pensar con claridad, aun cuando la petición de Maximiliano era lo bastante clara. Si atentaba contra su vida, él acabaría con la vida de dos personas más. Sabía que no era un juego de ajedrez. Eso era un juego de poder. Maximiliano quería mostrarnos lo poderoso que era y como todo estaba perfectamente calculado. Él sabía que no dudaría en matarlo, pero al tener a dos personas más evitaba que una masacre se propiciara. No tenía la sangre de un asesino corriendo por mis venas, aun cuando acabé con la vida de Ellie.
—Creo en la justicia, Ezra Wilde. Creo firmemente en que las personas deben pagar lo que hacen. Ellos hicieron una bajeza tan grande como la que hice, y todos merecemos un castigo. —Sus palabras eran decididas. Si yo estaba dispuesto a matarlo, él lo aceptaría sin más, como si quitar una vida fuera igual a desenvolver un dulce—. La madre de Andrea fue una desgraciada cuando ella era una adolescente, así que ninguno esta libre de pecados. Aquí la pregunta es: ¿estás listo para cobrar venganza?
Pestañeé más veces de las requeridas y me convertí en una estatua. Tenía tantos pensamientos al mismo tiempo, que no sabía a cuál sucumbir. Por una parte, mi sed de venganza se enaltecía ante la posibilidad de acabar con las personas que tanto daño me hicieron. Y mi otra parte, la que me madre educó, me recriminaba tener esos pensamientos y me repetía que no era esa clase de persona: yo no era un asesino.
—Skyler esta embarazada —mascullé.
—De tu mejor amigo. Serás padrino. —El tono de su voz fue jocoso—. Es tiempo de que paguemos nuestros errores todos juntos, o nos perdones a todos. Solo te diré algo más. Piensa en el corazón de tu padre. Él no merecía eso. Piensa en la mentira de tu esposa por ocho años. Piensa en ese hijo que no es tuyo. Y piensa en que a tu amada la trataron como a una prostituta durante dos años, porque su madre no intercedió por ella.
Maximiliano era como Satanás tentando a Eva. Me rodeaba con su maldad y quería que me comportara como él, que fuera un homicida a sangre fría. Él me pulsaba en la dirección que creía correcta, hasta llegado el punto en el que no toleré una palabra más.
—Merecemos un castigo —emitió—. ¿Estás listo para ejecutarlo o te acobardarás?
Me abalancé sobre él y estampé mis puños en su rostro de hombre prepotente. Descargué toda mi furia sobre él, como el maldito Espíritu Santo. Con cada golpe que estampaba en su rostro, más me enfurecía. Mis nudillos se rompieron sobre su carne, en su pómulo apareció una herida y un ligero hilillo de sangre por su nariz. Maximiliano no se defendió. Dejó que lo moliera a golpes y lo arrojara contra el suelo.
Me posicioné sobre él y golpeé de nuevo, con más fuerza. Cuando Andrea gritó que lo mataría, divisé un tubo de metal a unos metros de mi lugar. Me abalancé sobre él, lo sujeté con ambas manos y elevé al aire. Sentí como las voces en mi cabeza me decían que lo hiciera, que acabara con él. Maximiliano fijó sus ojos en mí, uno abierto y uno cerrado. Tenía indicios de moretones en todo su rostro, la ropa arrugada y tierra en su cuerpo. Mis manos temblaron al ver la bestia en la que me convertí.
—¡Quiero matarte! —vociferé con la voz quebrada—. Por mi padre.
—Hazlo. Si no llamo en diez minutos, todo esto habrá termino. —Escupió un poco de sangre y abrió los brazos—. Si no me matas ahora, todo será peor mañana.
—No te tengo miedo —gruñí entre dientes.
—Deberías. No descansaré hasta que Andrea sea mía.
Maximiliano permaneció acostado, con sangre manando de sus heridas. El tubo lo mantuve en mis manos. Lo sujeté con tantas fuerzas, que las heridas en mis nudillos comenzaron a palpitar. En cuanto estampara ese tubo contra Maximiliano, la vida que pensaba tener se iría al caño. Ya no sería el Nicholas Eastwood que mi madre crio, y tampoco sería Ezra Wilde. En cuanto la vida abandonara su cuerpo, me convertiría en otra persona. Lágrimas brotaron de mis ojos y mi pecho se trancó. Debía vengar la muerte de mi padre, debía salvar a Andrea, pero ese hombre no era yo.
—Tú decides, Eastwood —pulsó de nuevo—. ¿Viven o mueren?
El mundo a mí alrededor se difuminó. Solo estábamos nosotros dos, en medio de una ira que me cegó por completo, hasta que la mano de Andrea sobre mi hombro me regresó a la realidad. Sin apartar la mirada de Maximiliano, ella me susurró que no lo hiciera, que así no era yo. Andrea tenía razón y yo lo sabía. Parte de mí no quería escucharla, quería venganza, quería gritar hasta que la justicia llegara por mi mano.
Fue una de las mayores decisiones que tomé en toda mi vida. El solo pensar que mi padre estaría vivo, que de esa forma yo no habría matado a nadie, no habría ido a prisión, no habría tenido mi nombre, me enfurecía de una manera que nunca antes experimenté. Todo fue una maldita cadena consecutiva, como una fila de dominós. Maximiliano fue la persona que cambió mi vida, y ahora su vida estaba en mis manos.
¿Qué podía hacer? ¿Matarlo? Esa era la solución más oportuna. ¿Y después de eso qué sería de mí? ¿Me sentiría mejor? ¿La muerte me regresaría a mi padre? De nada valía estampar el tubo en su pecho y traspasarle la carne. La imagen de verlo agonizando con el tubo enterrado en su pecho fue reconfortante por unos segundos, hasta que las palabras de mi padre regresaron a mí: la violencia solo genera más violencia, Nicholas. Nunca arregles tus problemas cuando la ira te ciegue.
Apreté el tubo, me posicioné sobre él y arrecié contra el suelo. El golpe ensordeció mis oídos, cuando el filo del tubo impactó la madera. Maximiliano no pestañeó ni suplicó. En su lugar, frunció el ceño en señal de confusión. No entendía por qué no lo maté cuando tuve la oportunidad. Bajé el tubo segundos antes de arrojarlo al rincón donde lo encontré. Retrocedí y limpié mis mejillas con ambas manos.
—Vete —farfullé.
Me costó demasiado decidir a cuál lobo dentro de mí dejaría ganar. Al final, el verdadero Nicholas Eastwood surgió a flote y lanzó a la calle al vengativo. Una parte de mí sentía una paz interna que hacía mucho buscaba, aunque todavía quedaban las cenizas de ese odio tan profundo que sentí por ellos. Mientras pensaba en mi decisión, Maximiliano se colocó de pie y trastabilló antes de mantenerse sobre sus piernas.
—Sabía que no podrías. No tienes corazón de asesino. —Tocó las partes amoratadas de su rostro y quitó la sangre de su nariz con los dedos. Frotó sus manos en los pantalones y señaló a Andrea con sus dedos sangrientos—. ¿Y tú? ¿Dejarás que más personas inocentes mueran por tu culpa? Sabes que tarde o temprano serás mía. Solo es cuestión de tiempo para que estemos juntos, sobre el cadáver de quien se atraviese.
Ante las palabras de Maximiliano, retrocedí y Andrea se aferró a mi brazo derecho. Quería protegerla con mi vida si era necesario, sin embargo ella quería pelear sus propias guerras. Andrea nunca fue una mujer que necesitara de mi protección. Desde que nos conocimos esa tarde en el Álamo, ella se defendió sola.
—¿Tú quitaste la electricidad? —Le preguntó y él asintió—. ¿Por qué?
—Quiero desatar el caos. Mientras el país se consume y se matan entre ellos, yo podré caminar por las calles sin temor a las represalias por matar a esas personas —respondió y continuó limpiando la sangre que no dejaba de correr por la comisura de sus labios. Cuando entendió que la hemorragia no se detendría, le quitó un trozo a la franela y lo insertó en uno de los orificios—. Quiero ser libre y estar con la mujer que amo.
—¡Eso jamás! —le gritó ella—. No te entiendo, Max. ¿Por qué haces todo esto?
—Porque te amo y no pienso compartirte.
Él no tardó demasiado en recomponerse. Tendría que colocarse hielo en las heridas y buscar un buen siquiatra. Maximiliano no estaba bien de la cabeza, y con personas así no vale la pena hablar. Yo me encargaría de que él no tocara a Andrea, así tuviera que matarlo para protegerla. Supuse que en casos extremos, tendría que apagar la voz de mis padres en mi cabeza y tirar del gatillo. Por desgracia, alguien tiró por mí.
—Tienes tres días, Andrea. Hagámoslo antes de que Samantha se vaya. —Dio un paso adelante y extrajo un teléfono de su bolsillo—. Si no tengo respuesta positiva, mataré a todo el que se atraviese en mi camino. Teñiré tu pent-house de sangre y te llevaré conmigo. Los mataré a todos, si no te decides a tiempo. No te tomes la molestia de buscar protección. La ciudad misma se encargará de que vengas a mí.
Arrojó el teléfono contra mi pecho y lo sujeté antes de caer al suelo.
—Nadie evitará que seas mía, Andrea —afirmó decidido—. Ni siquiera el vaquero.
Antes de que saliera por la puerta y subiera a su camioneta, me advirtió que si lo seguíamos también detonaría la bomba y si buscábamos a la policía también acabaríamos muertos. Él nos amenazaba con palabras que a mi parecer eran vacías. De igual forma, no lo dejé ir sin una advertencia que nunca logré cumplir.
—Te voy a encontrar.
—Buena suerte. —Hizo un ademán con sus manos y se marchó.
Andrea insertó su mano en la mía cuando Maximiliano abandonó la casa. Se recostó en mi hombro y gimió por lo bajo. Ella comentó por lo bajo que cómo sabría si Maximiliano cumplía su parte del trato. Le comenté que no sabía lo que sucedería, pero que una parte de mí me repetía que hice lo correcto. Ella me preguntó si estaba bien con mi decisión o si fue tan desgarrador sentirlo como ella verlo.
—Quería matarlo —respondí—. Quería matar al hombre que mató a mi padre.
—Te entiendo, pero no es justo que más gente muera por su culpa.
Tiré de su cuerpo y sujeté sus caderas. Andrea reposó sus manos en mi pecho y estudió mis ojos. Después de todo estábamos juntos, pero por cuánto tiempo. Maximiliano nos lanzó una amenaza sobre tener a Andrea costara lo que costara. ¿Cuánto tiempo pasaría para su siguiente jugada?
—No descansará hasta tenerte. Hay que detenerlo.
—Pediré protección para Samantha. —Ella se alejó y quitó las manos de su cadera. Tocó con la punta de sus dedos mis nudillos heridos y besó la cima de mis manos. Cerré los ojos y dejé que el amor de Andrea me inundara—. La ciudad es un caos, Ezra. ¿Qué vamos hacer? No quiero que le pase nada a Sam. ¿Crees que debamos irnos a Francia?
—Huir nunca es la solución. Hay que enfrentarlo, o esto no terminará nunca.
—Tengo miedo, Ezra —susurró ella.
La atraje a mis brazos y la apreté a mi cuerpo. El corazón de Andrea latía con demasiada rapidez y mis nudillos dolían como el infierno. Recosté mi mentón en su cabeza y cerré los ojos. Lo que estaba a punto de decir acabó con mis parámetros e ideales que tenía sobre las promesas. Cuando abrí mis ojos, dejé salir aquello que quemaba mi lengua y no dejaría de arder hasta pronunciarlo.
—Yo las protegeré, así me cueste la vida. Te lo prometo.
Me besó ligeramente y salimos de la casa. Andrea subió a la camioneta y yo miré por última vez esa casa abandonada. No podía creer que estuve a punto de matar a alguien, que aunque lo merecía, no podía recaer en mi consciencia. Conduje de regreso a la ciudad. Era una mierda de embotellamiento. Y aunque los teléfonos funcionaban, el resto de la ciudad era un maldito caos. Evitamos las calles concurridas y estacioné afuera de la comisaria principal. Descendimos y entramos. Ese lugar era peor que el infierno. Personas por todos lados, ruido y papeles. Estábamos en el infierno.
Cuando Andrea localizó al jefe de la policía, sentí el teléfono en mi bolsillo vibrar. Al extraerlo y verificar el nombre, cerré los ojos y solté una maldición. Andrea me preguntó por la persona que llamaba, no obstante le comenté que se adelantara y hablara con el hombre, que debía atender la llamada. Esperé unos segundos antes de llevar el teléfono a mi oído y escuchar la voz de la persona que más aborrecía sobre la tierra.
—Ezra. —Él esperó que respondiera algo. Cuando no lo hice, continuó con un parloteo estúpido de agradecimiento—. No sé qué decirte. Gracias por salvarnos.
—No me agradezcas —repliqué entre dientes—. Por mí estarían muertos.
—Lo sé. Fue por alguien más. Igual quiero agradecerte el gesto. Sé que no lo merezco… no lo merecemos, pero hay un niño de por medio. ——. Lamento mucho todo lo sucedido, Ezra. Espero que esto sea el comienzo para un perdón.
—No lo confundas. Yo jamás te perdonaré.
Dicho eso colgué y apagué el teléfono. En el otro bolsillo tenía el que Maximiliano nos entregó. Teníamos tres días para acabar con él. Debíamos idear un plan igual de macabro que los suyos para destruirlo. En casos normales la policía sería la primera entidad a la cual recurrir, pero ante un hombre que quitó la electricidad y aún no la devolvía, no existía policías que lo detuvieran. Para eso, sí tendría que mancharme las manos. Le hice una promesa a Andrea, y mis promesas eran sagradas.
Respiré profundo y busqué a Andrea con la mirada. Tras encontrarla en el escritorio del alguacil, me acerqué. El hombre era delgado, con abundante cabello y ojos negros. Era demasiado joven para ser alguacil, lo cual activó la parte paranoica de mi ser. No sabíamos en quien confiar, y ese hombre no me daba buena espina. Al no querer tocar el tema de la inseguridad en medio de su jefatura, permití que Andrea lo presentara.
—Ezra, él es el alguacil Allen. Nos dará protección estos días. Le conté lo que sucedió con Maximiliano y la amenaza que colocó sobre nosotros. Nos colocará una patrulla que vigile las entradas y salidas. —Entrelazó nuestros dedos—. Estaremos bien.
—¿Eso crees? —pregunté irónico. Andrea amplió sus ojos y desvió la mirada del alguacil a mí. Me comportaba como un maldito idiota o como un niño rebelde. Quizá quedaban más que cenizas de mi iracundia—. Lo lamento. Gracias, alguacil Allen.
—Es parte de mi trabajo cuidar a las personas importantes.
Él nos aseguró que tendríamos protección las veinticuatro horas del día, y que una patrulla rondaría las inmediaciones en la noche. Sus palabras habrían hecho el efecto que quería si tan solo tratásemos con un bandido común y corriente. Andrea confió como una niña en ese hombre, cuando lo único que yo veía en los ojos del fulano alguacil era el símbolo de los dólares que Andrea le pagaría por la protección.
Ella culminó el asunto sobre la protección, justo cuando comenzaba a sentir que mi ira nacía de nuevo. ¿Llegaría un punto en que no la sentiría? No había transcurrido ni medio día y ya comenzaba a arrepentirme de dejarlo libre. Andrea sujetó mi mano y salimos del lugar. Entre el aroma del dulce del café y la cantidad de ruido dentro de la jefatura, comenzaba a sentir un leve dolor de cabeza. Le pregunté a Andrea si quería conducir de regreso al pent-house y ella accedió tras arrojarle las llaves.
Evitamos de nuevo las calles concurridas. Las personas ya sabían que al no tener luz los semáforos los accidentes aumentaban. La parte buena de todo el asunto fue que las personas condujeron con más tranquilidad y precaución. Tardamos veinte minutos en esquivar todo el tráfico, mientras la patrulla nos seguía de cerca. La protección comenzaba en ese momento y la cuenta bancaria de Andrea comenzaba el descenso.
Al no tolerar durante más tiempo aquello que zumbaba mi cabeza, le pregunté.
—¿Podemos confiar? ¿Cómo sabemos que no lo contrató Maximiliano? —Andrea quitó la mirada unos segundos de la carretera y relajó el rostro—. Sé que sueno paranoico, pero él no descansará, Andrea. ¿Cuál es el siguiente paso?
—Estaremos juntos pase lo que pase. No saldremos del pent-house y nos mantendremos alerta. El alguacil me dijo que en cuanto tenga información nos llamará para buscarla. —Andrea confiaba tanto en él, que me forcé también en confiar, pero un gusanito interior me lo impedía. Algo me decía que la protección solo traería más problemas—. Tengo fe en esto, Ezra, y tengo fe en ti. Saldremos de esto juntos.
Emití una sonrisa forzada y miré la patrulla que nos seguía.
—Hay que volver pronto al pent-house —articulé—. La patrulla nos sigue.
Andrea llamó a Samantha y le pidió que regresara de inmediato. Ya los tres en el pent-house, hablamos sobre el siguiente movimiento de Maximiliano. Andrea tenía algunas ideas, Samantha otras, y yo solo pensaba en que ninguna se asemejaba. Mi corazón galopó como corcel indomable cuando entendí que de esa guerra no saldríamos todos vivos. Me levanté y caminé a los ventanales. Ellas conversaron sobre las compras y el abastecimiento que teníamos que tener hasta el viaje.
Crucé mis brazos y le pedí al cielo iluminación divina. Necesitaba saber qué podría suceder y cuál sería el final. No podía ponerme en los zapatos de ese psicópata. Él tenía una mente que ninguno de nosotros descifraba, y cuando decidía mostrarse o revelar su jugada, ya era demasiado tarde. Y no quería llegar siempre tarde. Me cansé de ser usado y que jugaran conmigo. Quería ganar por una vez en mi miserable vida.
Así pasaron los tres días topes que él nos dio, entre una vaga protección y la ausencia de felicidad. Pensamos tanto que obviamos varios detalles no tan insignificantes en un momento dado. Por esa razón, la siguiente llamada nos paralizó el corazón y tiñó de sangre las manos de Andrea. No suya, no de su hija. Mía.

Sort:  

Max sabía q, a pesar d decirle a Ezra q fue el causante d la muerte d su padre, no lo mataría. Su naturaleza no es la d asesinar a sangre fría, quizás si fuera Andrea quién estuviera directamente en peligro d muerte si lo haría. Sólo especulo... Max sabe q Andrea no querrá alejarse d Ezra, sólo si éste muriera. Y Andrea, intentaría acabar con Max?

Bueno, ya.

Aquí viene el vómito amoroso 😍

MAXIMILIANO HARTNETT ES OFICIALMENTE MI AMOR LITERARIO DE LA VIDA

Ya sé que van a decir que estoy loca. Y para serles sincera, no lo niego.

Ese hombre es como mi alma gemela perdida en el mundo de los libros.
Es tan malo como sé que yo lo sería en un mundo paralelo.

Es simple, lo amo 😍😍😍😍😍😍😍😍😍😍😍😍😍😍😍😍😍😍😍😍😍😍😍😍😍😍😍😍😍😍😍😍

Aime Yajure no debe morir Ezra por favor no es justo la verdad si yo fuera Ezra no me hubiera temblado el pulso para matar a Max pero desgraciadamente el no es un asesino y por eso pagara las consecuencias de su decisión aún no sabemos a quien mato Max y no olvidemos que falta la venganza de Leonard.

😭😭😭😭😭😭😭😭no se k desir a todo eso tengo un nudo en la gargante y mi corazon parece locomotora .
Haz algo Aime porfavor ya no soporto tanta maldad 💔💔🎡mis emociones estan como la rueda de la fortuna.

WTF?! O.O

Señorita Aime Alejandra Yajure, alias Tiki , ¡¿qué rayos con ese final?! -.-'

Estaba yo muy dispuesta a vomitar amor y admiración por la increíble mente maquiavélica de mi adorado y hermoso Maximiliano ¡y me sales tú con esto!

Se supone que la sangre (según mis teorías conspirativas) tenía que ser de cierta chica pelirroja.

O sea... WTF?!!!!! O.O

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Era obvio que Ezra no iba a matarlo pero ttendria que haberlo hecho...ni idea como seguirá esto pero no quiero que Ezra muera aunque cada vez lo veo mas probable

mi madre!!!... Max parece un titiritero que mueve los hilos a su antojo sin imoortarle nada ni nadie solo llevar a cabo lo q se maquino y obtener su premio y le vale mie.. el resto...
es q es nucho pedir que seab felixes eaw par pese a todo lo q hab tenido q pasar?...
swparados tantos años y aun asi pasaban las desgracias peor si estan juntos....
lo siguiente para hacer sera decisivo!!!

¿Por dónde comienzo? es la gran pregunta que me hago en estos momentos, tengo tanto odio, rencor y dolor en mí. Vamos por puntos...

Primero, Ezra es demasiado bueno. Sé que esta mal desear la muerte de alguien o pensar que la muerte es la solución a todo, pero no hay dudas que muchas veces sí, sí suele ser el final a un largo camino lleno de tragedias. Así que pienso y creo firmemente que debió matar a Max, ¿por qué? simple, todo o la mayoría de las cosas se hubiesen solucionado. Yo, soy una persona muuuuy rencorosa y Steven y Skyler se quedaron muy campantes como si nada hubiese pasado, es cierto estaba en juego la vida de ellos. Pero ¡AL DIABLOOOOO MUJER COÑO! MATÓ A SU PADRE, MAXIMILIANO MATÓ A SU PADRE. Lo menos que merecía era quedarse libre como si nada, matando por doquier. O sea, a mi me matan a mi mamá o a mi padre y yo más atrás busco a los desgraciados para hacerlos pagar con su propia sangre.

¿que se iba a morir Skyler, el engendro y Steven? ajá, ¿y? ellos se buscaron todo lo que les sucede, se lo merecen por imbéciles, por estúpidos, por putos. Hicieron tanto daño, tanto daño que merecen pagar sus consecuencias.

Segundo, Ezra va a morir. Tenia la esperanza que eso no sucediera, pero ¡JODER MUJER! ¿cómo puedes romper mi alma así? ¿por qué matarlo a él? ¿por qué no una mejor solución? ¿POR QUÉ DIABLOS NO MATAS AL LOCO PSICÓPATA ENFERMO DE MAXIMILIANO? ¿NO TE DAS CUENTA QUE ESE BICHO SE LA FUMÓ BIEN FUMADA Y QUE NO LE IMPORTA NADA? MÁTALO COÑO, MÁTALO DE UNA VEZ. MATA A MAXIMILIANO Y DEJA QUE POR FIN, UNA VEZ EN LA VIDA DE ANDREA Y EZRA SEAN JODIDAMENTE FEEEEEELIZ.

¿Por qué Ezra Aime? Ezra no tenia la culpa de nada, Ezra no debe morir. Todos merecen un poco de felicidad, pero no dejes que se empañe, por favor, con su muerte.

Con decirte que no tengo ganas de nada, y ese viene siendo mi tercer punto. Yo estaba feliz, tranquila y relajada. Pero viene Aime, con su instinto de crueldad, con su asesino interior y mata todo en mí con un solo capítulo. No tengo ganas ni de escribir, ni de hablar ni de nada, estoy enojada contigo, con la vida, con Maximiliano, con Ezra, con Andrea, con Steven y con Skyler. Estoy furiosa, estoy arrecha mujer, porque me da rabia que una persona pueda manipular hasta el punto de lastimar a todo el mundo a su antojo porque el estúpido niño de mami quiere esa única mujer en su vida. Deberías matarlo, mocharle el pene, escupirle en la cara, quemarlo vivo y así todas disfrutamos de la gran muerte de Max. Tengo muchas teorías sobre el final, pero siempre nos sales con algo nuevo e inesperado, estoy tan harta. Estoy que quemo la pc, me da rabia en serio. Soy amante de los finales felices o al menos adecuados a las circunstancias, un final justo; pensé que tal vez Andrea y Ezra tendrían el suyo, pero vaya que no. Despertaste mi instinto asesino con la saga, quise matar a muchos personajes y este último libro no se queda atrás. Quiero matar tan lentamente y tan descabelladamente a Maximiliano que disfrutaría tanto haciéndolo que no habría ni una pizca de dolor o remordimiento en mí. Deberías matarle al hijo, para que sienta un poco del dolor que están sintiendo Andrea y Ezra; digo, una cucharada de su propia medicina.

Es difícil que pongan en tus manos la vida de otras personas es una decisión muy complicada de tomar, sobretodo cuando acabas de enterarte que la persona que ha sido tu verdugo durante muchos años y a quien le debes la mayoría de tus desgracias confiesa que también mato a la única persona que tenias en el mundo, y que aunque lo quieres acabar no lo harás porque definitivamente no eres un asesino pobre mi Ezra tener que salvar basuras como Skyperra, Steven y la mamá de Andrea que aunque no merecen ser salvados tu corazón no se lo perdonaría...... #ODIOALCUERVO......

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