La sonrisa de Sara Henry

in #spanish6 years ago

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En algún momento del lapso de estudios 1974-1975, en el liceo Briceño Méndez tomé esta foto de casualidad. Aquel día llevé conmigo la cámara profesional que me habían prestado. Mi intención era lograr una foto desde el balcón norte del liceo –que maravillosa arquitectura la de ese edificio– estaba seguro y aún lo estoy, que mirando hacia el noreste en un día despejado se puede ver la cumbre del Turimiquire.
Como saben, quiénes hayan tenido la fortuna de conocer ese liceo en sus mejores momentos, desde el amplio espacio interior diseñado como auditorio se accede al segundo nivel a través de escaleras amplias. La luz del exterior ilumina los espacios internos atravesando los cristales de las puertas corredizas desde el este y el oeste; y desde un espacio abierto más allá de la escalera norte.
Es día de elecciones para el centro de estudiantes, el ambiente de bromas y risas llenaba el aire. Está un poco relajado el ambiente, no todos portan el uniforme: la, entonces, nueva franela blanca de cuello rojo y el escudo del liceo sobre el corazón.
En la comunidad del liceo se expresa una muestra exacta de la procedencia de la población de El Tigre, aunque no en la proporción debida. Los descendientes de todos los inmigrantes nacionales y extranjeros establecidos durante los cuarenta años de la ciudad tienen una presencia cierta en todas las aulas, en cualquier listado de asistencia se puede encontrar alguno de los apellidos indígenas, italianos, árabes, vascos, gallegos, chinos, japoneses, sajones, hindúes, las formas criollas de los apellidos rusos y franceses, también los apellidos sefardíes o catalanes. Además un creciente grupo de atletas con distinciones en competencias importantes y de aficionados al canto y al teatro completaba la atmósfera de fraternidad juvenil.
¿Por qué me detuve? ¿Por qué me atrapó esa mirada?
Sara Henry es su nombre, hija de un estadounidense. Recuerdo que la conocí en la escuela primaria, una niña constantemente alegre y mirada alerta. No la había visto en cinco años, y allí, en ese momento está en sus dieciséis. Sí, algo distinto hay al fondo de su mirada. ¿Es tristeza? No tuve oportunidad de averiguarlo. No éramos amigos; solo conocidos, no tenía por qué preguntar. No se inscribió para el siguiente periodo de clases, no he vuelto a verla. Ahora, cuarenta y tres años después, ordenando mis archivos reencuentro ese fugaz momento. ¿Qué impresión me causa ahora? ¿Qué le cuenta a usted esa mirada?
Sospecho que esa ¿tristeza? es acompañante en el recorrido de algunas mujeres por la adolescencia. Me invento, para Sara, una historia de prohibiciones: no escuches Janis Joplin, no leas a Charles Bukowski, deja de pensar tonterías en inglés y menos las pienses español.
Ahora me la imagino lejana, con una mirada portadora la de madura alegría de ser feliz y sonriéndole a una niña, que también tenga por nombre Sara a la cual no le hagan prohibiciones.
Yo, nunca alcancé a tomar la foto de un cielo despejado con el Turimiquire en el horizonte; a cambio me gané este recuerdo.

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