No seamos como el elefante que se rindió ante la estaca. Para reflexionar.

Desde niña me encantaban los circos, me encantaba ver como los malabaristas se esforzaban por entretener y hacer sonreír a su público, pero lo que me gustaba mucho más de los circos eran los animales, poder estar cerca de ellos, no solo conformarme con verlos en la Tv, en los circos los tendría solo a poco metros de mí. No sé si es por cliché, pero me encantaban los Elefantes, era el animal que más llamaba mi atención.

Es sorprendente a la edad de un niño, ver el despliegue y versatilidad de peso, tamaño y fuerza desbordada de estos animales en la actuación. Pero lo que más llamaba mi atención, es que después de toda esa demostración, el elefante quedaba sujeto solo por una cadena en sus patas, la cual estaba clavada a una pequeña estaca en el suelo. La estaca era muy diminuta y solo estaba clavada a pocos centímetros de la tierra, y aunque la cadena era gruesa y poderosa, era obvio que el elefante era capaz de arrancar un árbol con un mínimo de fuerza, por lo tanto podría arrancar aquella estaca y huir. El misterio es evidente: ¿Qué lo mantiene entonces? ¿Por qué no huye?

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Cuando tenía entre seis y ocho años, pregunté a algún maestro, a mi padre o a algún tío por el misterio del elefante. Alguno me explicaba que el elefante no se escapaba porque estaba amaestrado. Hice entonces la pregunta obvia: Si está amaestrado, ¿por qué lo encadenan?

No recuerdo haber recibido ninguna respuesta coherente. Con el paso tiempo me olvidé del misterio del elefante y la estaca... y sólo lo recordaba cuando me encontraba con otros que también se habían hecho la misma pregunta.

Hace algunos años descubrí que por suerte para mí alguien había sido lo bastante sabio como para encontrar la respuesta:

"El elefante del circo no escapa porque ha estado atado a una estaca parecida desde que era muy pequeño".

Cerré los ojos y pude imaginar al pequeño recién nacido sujeto a la estaca. Estoy segura de que en ese momento el elefantito empujó, tiró y sudó tratando de soltarse y correr. Pero a pesar de todo su esfuerzo no pudo lograrlo. La estaca era ciertamente muy fuerte para el, ya que era débil por su pequeñez. Estoy convencida que se durmió agotado y que al día siguiente volvía a intentar, y también al otro y al que seguía, y así todos los dias sucesivamente... hasta que un día, un terrible día para su historia, el animal aceptó su impotencia y se resignó a su destino. Este elefante enorme y poderoso no escapa porque cree que no puede. El tiene registro y recuerdo de su impotencia, de aquella impotencia que se siente poco después de nacer. Y lo peor es que jamás se ha vuelto a cuestionar seriamente ese registro. Jamás... Jamás... intentó poner a prueba su fuerza otra vez...

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Lo que nos hace reflexionar, que cada uno de nosotros actuamos como ese elefante: andamos por el mundo y la vida atados a cientos y miles de estacas que nos restan libertad, y nos llevan a una profunda resignación ante diferentes situaciones.

Vivimos creyendo y aceptando que “No podemos hacer” un montón de cosas, simplemente porque alguna vez probamos y no pudimos, algunas veces intentamos nuevamente y otras, solo aceptamos el fracaso. Grabamos en nuestra mente, el recuerdo "no puedo... no puedo y nunca podré", perdiendo una de las más grandes bendiciones con que puede contar un ser humano: La Fe, aquella que es capaz de mover montañas.

No dejemos que los recuerdos, de cuando algo nos salió mal, o simplemente no pudimos con algo, nos acompañe por el resto de nuestras vidas, atándonos a una estaca como aquel elefante. Saquemos todas nuestras fuerzas a diario para demostrarnos a nosotros mismos que si podemos y que somos capaces de lograr muchas cosas.