Saludos fraternales #steemados amigos y amigas:

Hoy les entrego la primera parte de un #cuento producto de la ficción de una mente algo ociosa o al menos eso quiero pensar. Lo importante es poder saber si a ustedes les gustó.

Fuente de la imagen

¿Que hora es?

Por: Arturo Pérez Arteaga:.

El cambio se presentó progresivo, tan imperceptible como la aparición de una arruga en la frente o esos kilos de más que se van directamente a la barriga. Comenzó hace varios años, con la llegada de los primeros teléfonos celulares, esos armatostes inmensos y muy pesados que referían un gran lujo a quienes pudiesen pagarlos.

Los teléfonos evolucionaron muy rápido, habían dejado de ser bloques estrambóticos e incómodos para convertirse en aparatitos simpáticos de múltiples colores que brindaban juegos, calendarios, agendas, mensajes de textos, acceso a la internet, la hora y casi lo olvido, la función de llamar a otro teléfono.

Dada la gran cantidad de aplicaciones que podíamos concentrar en un solo aparatito, comenzamos a simplificar nuestro modo de vida y a dejar de usar ciertas cosas que ya nos parecían un lastre en nuestra cotidianidad. Las agendas en papel fueron de las primeras que pasaron a desuso y ni hablar de los calendarios, esos a los que les arrancábamos una hojita cada día y donde podíamos leer algún chiste o un pensamiento interesante, esos mas nunca se vieron por ningún lado. 

Lo otro que dejamos de utilizar de forma masiva fueron los relojes de pulsera, cada vez menos gente se los ponía y quienes los usaban, lo hacían como adorno, porque al necesitar conocer la hora del día, de forma instintiva sólo veían la pantalla de su teléfono.

Los teléfonos se podían configurar para tener la hora que le estableciera su dueño o para tomarla desde la compañía proveedora, lo que permitiría a todos los usuarios tener la misma hora, siendo esta la opción más lógica, sin ponernos de acuerdo, sin hablar del tema, sin necesitar ninguna consulta masiva, todos en nuestro pueblo tomamos la determinación de utilizar esa opción. Todos teníamos la misma hora y sabíamos que nadie nos podría decir otra diferente a la de nuestros teléfonos. 

Los relojes de cuarzo que quedaban, fueron extinguiendo sus baterías. Los de cuerda, que eran menos aún, se fueron trabando por la falta de uso y mantenimiento a sus complejos mecanismos.

Un buen día, nuestro burgomaestre determinó cambiarnos de huso horario, porque luego de estudiarlo detalladamente con un equipo técnico importando especialmente para el tema, determinó que de esa manera rendiríamos mas en nuestros trabajos y además, a la larga, nuestros hijos crecerían más grandes, fuertes e inteligentes. 

Se trataba de una especie de fórmula mágica que dependía exclusivamente de retrasar nuestros relojes una hora y media. Ese día todas y todos nos sentimos ya afectados por el cambio porque nadie en el pueblo debió ajustar nada, sólo la compañía de telefonía móvil debía ajustar sus sistemas para ubicar la nueva hora, la prevista por el alcalde, así todos tendríamos el tiempo y las vidas actualizadas.

Alguien dijo que dentro de la compañía había gente que no quería ayudar al alcalde porque siempre le resultó odioso, otros dicen que se trató de la envidia de algún pueblo vecino que contaminó los sistemas de la compañía telefónica y los mas tendientes al esoterismo se sentenciaron que era un castigo divino porque nos atrevimos a retar a la naturaleza intentando ser mejores de lo que ya somos. 

Sea lo que fuere, lo que parecía una medida espléndida se convirtió en una catástrofe… 

Continuará...