Mi encuentro espiritual con la Lectura.
Quizás fue navegando por el cajón del Arauca Apureño, o quizas fue mas allá del Cunaviche, o fue más allá del Meta o fue más allá del Cinaruco, quizás fue en las actividades de las haciendas cafetaleras o quizás fue en las bellezas de la tierra de Canaima y su impresionante e imponente Salto Ángel.
Quizás fueron los hombres de maíz que me hablaban del pueblo de Macondo y de Mariposas amarillas, o quizás fue el transitar por Las Casas Muertas y la Oficina Nª 1 quienes me daban mis primeras luces de las bondades y calamidades que acompañan al oro negro.
Quizás fue en un lugar de la Mancha, cabalgando en Rocinante, o quizás fue en las conversas. De Sancho con el Quijote, sobre una niña decente llamada Ana Isabel. O quizás fue en la tragedia de Fausto o en las aventuras del pequeño y desvalido Oliver Twist.
Quizás fue en la Metamorfosis o en las palabras de Zarathustra, o quizás fue en la soledad de la estepa donde yacen los lobos. O quizás fue en un recorrido por el convento de Mariabronn, mientras esperaba el bonguero a quien el rio le hablaba.
Quizás fue atravesando los puentes hacia el infinito, o quizás fue observando las prácticas de vuelo de Juan, una gaviota sabia. O quizás fue cuando me atreví a comer las Doce Uvas de la Noche Vieja.
La lectura siempre había estado junto a mí, había sido mi compañera durante muchos años de escuela y liceos. Sin embargo no la disfrutaba, no había tocado mi corazón. Fue un encuentro inesperado y maravilloso que inundó mi corazón de mucha alegría. A tal punto, que sentí la inspiración para escribir un poema dedicado a La Lectura.
