Las luces y los luceros

in #spanish6 years ago


Globos

El cielo estaba iluminado por cientos de fuegos artificiales. Un espectáculo óptico maravilloso que probablemente almacenaría en su memoria junto a los otros principios de año que había vivido. No eran demasiados pero con cada 365 días transcurridos la lista iba expandiéndose, configurándose con una mayor claridad y con un punto de vista más maduro.

Esa noche no había comido uvas, ni la tradicional cucharada de lentejas, no salió a pasear con maletas y aunque su hermana seguía insistiendo, no había utilizado ropa interior amarilla. Decidió no seguir ninguna tonta superstición que iba en contra de su lógica, y se dejó llevar observando las luces que iluminaban el cielo.

Tradicionalmente era una ferviente opositora a la contaminación de cualquier tipo y el resto del mes se sentía enojada por las explosiones que le provocaban pequeños sobresaltos.

Pero, esa noche en especial le agradaba como los destellos rojos, dorados, azules y plateados competían con las estrellas que brillaban con una fuerza estridente, asumiendo fuerza para opacar los artificios creados por el hombre.

Reconocía el cinturón de orión por algunos libros que había leído de niña, cerró los ojos un momento dejando que la embargara esa sensación que predominaba en su interior de tener un secreto, no era una gran cosa, pero se sentía bien saber que nadie más notaba como las estrellas reclamaban su territorio.

Cuando abrió nuevamente los ojos pudo ver que ahora no solo había fuegos artificiales, sino que el cielo estaba cubierto de pequeños globos aerostáticos que llevaban escritos consigo los deseos y planes del año entrante. Sin duda era una hermosa vista, y, a pesar de estar disfrutando con dicha de la vista lo sintió de igual manera.

Minutos después de llegar sintió su mirada como un cuchillo penetrante atravesando muy levemente su piel. No era una sensación del todo dolorosa, con él siempre había sido así, jamás absolutamente placentero solo, delirante. Era un sentimiento que navegaba entre las fronteras de la dulzura y la amargura.

Se permitió extender una sonrisa en su rostro, él era la única tradición de año nuevo que no podría evitar. Aunque casi nunca se acercaban a hablar, le sentía siempre, como el roce de la cera de una vela con la piel, un poco dolorosa al principio pero cómodamente tibia al poco tiempo. Lo que usaba esa noche lo había elegido solo por él. Un vestido de flores que dejaba a la vista un poco de sus hombros y terminaba justo sobre la rodilla. Para ver si este año terminaba con la racha. Le gustaba todo de él, su sonrisa suave, tierna; sus ojos cafés grandes, su piel tostada y esos labios con los que había soñado pero aún después de cinco años no se había atrevido a siquiera mirar de cerca.

Todo de él le alentaba, su espíritu de niño con el que deseaba volar hasta el fin del mundo sin retorno, su constancia, sus ganas de crecer. Pero ninguno de los dos se atrevía a cortar la inútil distancia que siempre había existido entre ellos. Ella fingió no sentir su mirada y continúo observando los globos, que volaban distantes del piso pretendiendo iluminar la noche.

Si él quería hablarle lo haría tarde o temprano ¿no? Le aterraba acercarse y descubrir que no tenían mucho que compartir esa noche, ni ninguna otra porque para su mala fortuna él, con quien soñaba noche tras noche, ya tenía a alguien. Ella reposaba contra su hombro, dormitando, era probable que estuviera aburrida. Porque sin duda ella no comprendía las palabras no dichas por su acompañante.

Continúo sonriendo con tristeza al cielo que representaba su única compañía esa noche y planeo un escape; tal vez esa vez ella estaba allí, pero algo en su interior le decía que no sería para siempre, no se sentía orgullosa de su dictamen, pero era una esperanza. Finalmente, con renuencia a enfrentarlo le miro fijo durante unos segundos, no demasiados para llamar la atención de su entorno, pero el tiempo suficiente para resultar evidente, sin poder evitarlo, claro. Si el lenguaje no hubiese sido creado nos habríamos comunicado por miradas, si no tuviéramos ojos, pues serian nuestras manos, nuestros labios los que servirían de transmisores.

Era claro lo que decía; “te espero” Y si la vida se los permitía se encontrarían de nuevo, con más sensatez y menos vergüenza, con la experiencia de los años que acarrearían tras de sí.

Ella lo esperaría con la certeza de que algún día tal vez próximo, o tal vez no tanto, ellos dos se encontrarían sin más que hacer que estar juntos lo que les restase de existencia en esta tierra, y puede ser que en otra vida la timidez les seria desconocida y se besarían la primera vez que sus ojos se toparan.

No es que no les quedara tiempo, pero un alma dividida en dos cuerpos no debe estar tanto tiempo separada, pues se encuentra en riesgo de perder el vínculo que le une con su mitad.

Tal vez en otra vida estarían ahí juntos con el mismo vestido de flores y la piel pálida a la luz de la luna, los ojos claros conectando con los cafés, sonriendo al mismo tiempo, uno junto al otro completamente seguros de que los globos que flotaban sobre sus cabezas se dirigían a un destino afable, tal y como ellos iban a hacerlo. Sí, todo eso soñó ella mientras lo miró ese fragmento de segundo y estaba segura de que él también lo había visto.


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