El Ministro Hernández y los Barbarócratas - Relato

in #spanish6 years ago

Amigos de steemit, el siguiente es un relato que es más una descripción breve de un personaje casi ficticio, joven y confiado, que vivió desde su propio mundo uno más de los intentos de salvarlo para transformarlo, en su breve y pequeño espacio, desde la oscuridad impuesta de una sociedad que está moldeada por los enemigos de la humanidad, desde una perspectiva latinoamericana.

A continuación:
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Archivo Personal


EL MINISTRO HERNÁNDEZ Y LOS BARBARÓCRATAS

Ni barbarócratas ni barbarocracias han desaparecido por completo en América.
"Rufino Blanco Fombona” (Primeros años del siglo XX)


I
Transido de pena por la injusticia ajena, por el hambre de los engañados, despreciaba con todo fervor la delicia de los barbarócratas al atormentar a los débiles. Hernández, lo conocí después de que muriera más de dos veces, y lloré, lloré por su entrega sola a la noble alma de la lucha universal, muriendo tantas veces por ello. Estos pueblos nuestros de tanta diversidad y esclavos de las mismas expropiaciones siguen burlándose de sus mejores hombres y mujeres con las sonrisas enajenadas. Me pregunté tantas veces quienes serían los héroes de nuestro tiempo, los que morirán en Berruecos, en Santa Marta, o de cara al sol. Rodrigo Hernández, el ministro de cultura que duró tres meses, llenaba el vacío de tantos años sin respuesta. Y ya podía sentirme orgulloso blasonando las virtudes de nuestra herencia. En la combinación entre una coalición entre títeres de un lado y otro, la continua disidencia con intervención torpe de los militares, hacían pactos secretos, en ese marco, un ciudadano entregado y con escrúpulos desarrollados por la vía en lucha, se hace ministro por tres meses, los tres meses más ejemplares de los últimos años, establece la seguridad médica total a todos los trabajadores, se apropia de las infraestructuras subutilizadas y las transforma en museos, teatros, galerías, auditorios, cines, cafés, en las que de noche se hace protagonista haciendo conciertos con su trompeta, que tocaba muy bien, o en una conferencia sobre arte, en alguno de esos mismos lugares, que eran muy sabrosos, tenía la capacidad de enseñar y entretener con el mismo nivel de atención. Yo lo vi, pero lo conocí más por boca del pueblo, me nutrí de todo ese brotar, con todo el amor y la rabia. Cuando las gargantas dejen de apretar lo hinchado del cuello el corazón dejará de suplicar la opresión de los incultos. Se estaba llenando nuestro contexto político en discursos clicheteros sin la riqueza de la historia, los símbolos transformados en collage de fotos malas, junto a los dirigentes de turno, mal puestos por otros malos dirigentes alacranes. Yo era buen estudiante, pero me sentaba siempre de último, como no dicta la norma estudiantil no escrita, y mi grupo de compañeros eran los “malaconducta”, y así podía burlarme y dormirme con la excusa de estar escribiendo. Así aprendí a escuchar todo, al maestro y el rumor de los demás, fortalecí mis oídos desde entonces, luego los refiné enseñándoles que no todo lo que uno escucha es importante.

II
En un gobierno con el compromiso obligado de transformar la sociedad, y que no daba pie con bola, fue nombrado ministro de cultura Rodrigo Esteban Hernández Plat, a él le resultaba muy fácil imaginar el camino de la belleza y la libertad, el de la transformación necesaria y en la que se había comprometido, lo sabía complejo y difícil. Era un tipo íntegro moral y éticamente, separaba sin complejos el buen gusto con la vacua vanidad de las costumbres burguesas, dispuesto a soportar cualquier afrenta, calamidad, o dificultad que supusiera una labor por los demás rechazada, cuando veía a los trabajadores del ministerio de alimentación, que quedaba cerca del de cultura, se instalaba a ayudar a descargar camiones y conversaba sin mayor pretensión que ayudar y gozar el momento con los suyos. Estábamos llenos de funcionarios que sin saber a qué iba la gente, a la primera, decían que no, ejerciendo el mismo poder que un portero de discoteca. Y el ministro Hernández, como se le decía simplemente (a los otros ni los nombraban), cada vez que podía se encargaba directamente de atender a la gente que requería ayuda urgente. Rodrigo venía de una familia resuelta económicamente, y se podría decir de “costumbres burguesas”, con sus modos y estilos bien delineados, pero en este caso, no se cumplió la maldición de los burgueses de tener sólo hijos idiotas. Era de las excepciones, casi todos los grandes revolucionarios de la historia salen de familias acomodadas, pero son excepciones. Rodrigo siempre se conectó con las mayorías, sus amigos eran los rechazados por la norma societaria pendeja, y sentía repulsión casi natural por los prejuicios balurdos con los que mucha gente se cubre para no mostrarse como son realmente, y se avergüenzan, porque así los enseñaron. El racismo era una cosa de las más detestables para él, esa cosa que no tiene sentido, pero aun existe. Sabía que la autocrítica es sana, sabía que si se quería insistir en la opción electoral es imprescindible la formación de las masas y la organización del pueblo con formación permanente, eliminando vicios arraigados, poniendo los principios en el ejemplo. El ejemplo es el pincel que define color y forma en la sociedad, un referente revolucionario no tiene que dar ejemplo en cómo se viste sino en cómo se comporta, y para construir nueva sociedad hay que buscar a los mejores, no a los más asomados, así vivía él, sin privilegios, con la seguridad que le daba la inteligencia y la confianza, que no es suficiente ahora sabemos, pero así se hizo inmortal para los suyos. Siempre citaba a Simón Rodríguez, decía: “para hacer repúblicas hay que formar republicanos”, pues, para hacer una revolución, hay que formar revolucionarios, y eso no se hace poniéndose una camisa de un color o proclamándolo, lo decía en todas partes. Era un trotamundos, había sido un aventurero toda su vida, sabía que lo mejor de la vida está en lo cotidiano de la exploración, el contacto con los iguales, el amor de los cercanos, las cartas, los abrazos, el agua, la comida, los libros, las conversas, los cafés, las despedidas, los encuentros, los conciertos, las discusiones, lo mejor de la vida es vivir, y lo pregonaba con una abundancia que parecía a veces exagerada, pero era lo correcto, acaso qué es el arte, sino exagerar y exponer lo escondido.

III
En los tres meses de ministro, llevaba su propia comida, y se sentaba en la salita de recepción a comer, y poco a poco los demás se iban juntando, tuvieron que encontrar un lugar más grande pronto, pues, la enseñanza tiene la ventaja de que no viene sola, siempre va escalando, con una enseñanza siempre viene otra, el compartir se hizo entonces cotidiano, y la fraternización en el lugar de trabajo se hizo algo más íntimo y comprometido, se sentían familia los antes desconocidos, los que se congregaban a juro, ahora no esperaban la hora de llegar al “trabajo” a ver al resto de su familia, propiciaba las charlas más amenas y estimulantes. Tenía su carro, pero en los días menos congestionados, se daba la ligera imprudencia de tomar el transporte público para hablar con la gente de a pie, lo disfrutaba, no era un favor a los demás, eso no le servía a nadie sino a él, era por él y por la causa, si uno no sabe de qué van las inquietudes será difícil orientar. Era su manera de conjugar el estudio profundo con la práctica cotidiana de la decencia y la sensatez, no había equilibrio uno sin el otro, lo inverso es igualmente dañino, hablar con la gente o “patear” las calles sin escolta, pero sin estudio crítico y comprometidamente profundo, es pura demagogia, y lo sabía, aprendía de todas las maneras que conocía. Era el ejemplo que aborrece el sistema que nos abraza, se convertía en el otro enemigo. Lo vi muchas veces por la calle, no parecía cansarse nunca, se sentaba con los indigentes y lloraba, la impotencia de no tener el suficiente poder para cambiar esa pena. Era de un carácter muy fuerte, y al mismo tiempo el más compresivo de los seres, nunca usó su investidura para beneficiar a sus cercanos, ni amigos ni familiares. Iba al mercado, otra licencia imprudente que se daba, que como ejemplo es potente, y se lo respetaba enormemente, a pesar del riesgo que suponía cada vez que lo hacía. Lo más curioso sin embargo, era que lo hacía con las mismas limitaciones del resto de los comunes, no se remitía a sus posibilidades impuestas, si no había acceso a algo, entonces él tampoco accedía, hacía cola para comprar, sabía que perdía tiempo, pero ganaba ejemplo, y se empeñó en hacerlo, porque en esa etapa era fundamental, dijo alguna vez que se hizo más importante para él, dar ejemplo por convicción que ganar tiempo en resolver algunos problemas menores, el daño que se ha hecho a esta sociedad no se repara con el ajuste de algunos tornillos, hay que encausar el cerebro mismo de la operación. Nunca se quejaba, y a veces su silencio era la mejor clase del día.

IV
Fueron tres meses poderosos, tenían la fuerza vital de la Comuna de París, la convicción de los años de cárcel de Gramsci, y de ser insignificantes, mientras advertía sofocado y premonitorio la soledad y traición de Santa Marta. El juicio sin razón es la muerte. Había un ego constelado en él, por cultivar la tierra y la conciencia, sabía que la opulencia constriñe la libertad, y lo enseñó. No solía gustarle lo bacanal y carnavalesco, pero curioso que le brillaban los ojos en las bullarangas callejeras de pura alegría popular, la población pintoresca e irreverente desafiando al monstruo. Los barbarócratas sañudos con los trajes pulcros incitando la obediencia de los desadaptados, que saltaban, gritaban, cantaban, con los brazos levantados y las miradas esquizofrénicas, la narcosis colectiva de la falta de pudor. Era la gloria. Cuando le preguntaron al ministro cómo hacía para mantener sus principios intactos y calmar su ego sin afectarle el poder, dijo: “cada noche escucho la Renana de Schumann, y el da capo del cuarto movimiento me expande la mente… aniquila mi estupidez”. ¡Qué maravilla!

Una vez el campo labrado. Fue apartado al océano. Asesinado el heraldo a mitad de camino, donde quedó empapado en sangre el mensaje de la paz. Pero, no se hace la paz con los barbarócratas.

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