La Enfermera Lou: siempre hay una primera vez...

Saludos querida comunidad de habla hispana de Steemit, hoy les traigo un cuento que se me extendió y creo que lo mejor es hacer unos cuantos post con él, espero que les guste ;D A los lectores del cuento «La Sangre de mi Hija» les anuncio que esta semana sacaré un pdf con el final, gracias por su paciencia. Les mando un abrazo gigante :D

Siempre hay una primera vez...

Lou llegó a las cinco de la tarde, faltaba una hora para recibir el turno de enfermería, hacía frío y llovía, pero prefirió cruzar la calle e irse a la tienda de enfrente para no apretar el timbre de aquel ancianato. Lou sabía por experiencia que Andrea, su compañera, además de irresponsable era una descarada que le entregaría el turno de inmediato. De igual forma le tocaría llegar a cambiar pañales, preparar la cena y dársela a los ancianos, se suponía que Andrea debía entregarle el turno con esas labores terminadas, pero a los pocos días de trabajar allí se dio cuenta que nada estaba en orden cuando comenzaba su trabajo. Andrea y la cocinera se pusieron de acuerdo para no dar la cena a los ancianos, ¿o la misma dueña del sitio les había mandado hacer eso?, llevaba poco tiempo trabajando allí y quería esperar antes de poner una queja, pues en otros geriátricos siempre se ganó de enemigos a sus compañeros, y en el peor de los casos, a los mismos dueños de los hogares.

En los cinco años que Lou llevaba ejerciendo como auxiliar de enfermería en diferentes geriátricos, no había encontrado ninguno donde los ancianos recibieran el cuidado que necesitaban. A Lou no le gustaba ser enfermera, pero tenía un buen corazón; su situación económica impidió su ingreso a la universidad, antes de terminar el bachillerato ya tenía que trabajar limpiando casas para ayudar a mantener a sus cinco hermanos, su madre solo se había ocupado de reproducirse y conseguir padrastros que poco y nada ayudaban. Cuando terminó sus estudios en la secundaria, con mucho esfuerzo sacó tiempo para hacer un curso de auxiliar de enfermería, pensando que sus esfuerzos se verían recompensados a la hora de cobrar el sueldo, pero este fue el mejor de los engaños en que cayó, además, no tenía esperanza de seguir especializándose en la enfermería, pues el poco dinero que ganaba debía entregárselo a su madre para mantener a la familia. Ni qué decir, de realizar su sueño de ser ilustradora, ¿una pobretona como ella de dónde sacaría tiempo y dinero para los materiales que se necesitaban en una academia de dibujo? Ahora ni siquiera tenía tiempo de hacer trazos con los lápices número dos que compraba en la tienda para rellenar su blog de papel barato.

«“Ya estoy cansada de buscar un trabajo bien remunerado como auxiliar de enfermería, definitivamente mañana voy a renunciar a esto y me pongo a lavar platos en cualquier casa. Tres horas menos de trabajo y la misma paga, además el horario es fijo, no como en estos geriátricos que unas semanas se trabaja de día y otras de noche. Siento que los nervios los tengo destrozados”», pensó Lou mientras se quemaba la lengua y la garganta con el tinto. Miró su reloj y vio que solo habían transcurrido veinte minutos. Pagó el tinto y se salió de la tienda para prender un cigarrillo.

En el mismo instante en que Lou terminó de acomodarse en el andén, Andrea abrió la puerta del geriátrico para mirar si Lou estaba por ahí, se sintió muy alegre cuando la vio sentada fumándose el cigarrillo y comenzó a hacerle señas para que viniera pronto.

«“¡Pero esto si es el colmo, qué vieja tan insoportable, no tengo derecho ni a fumarme un cigarrillo en paz! Ahora quién sabe con qué me va a salir, en fin, yo ya tomé la decisión de renunciar mañana”», refunfuñó Lou mientras destrozaba su cigarrillo en el pavimento y le sacaba la lengua a Andrea aprovechando que un carro pasaba por la calle y se interponía en medio de las dos.

−Hola Lou, qué pena contigo, pero es que mi hija me acaba de llamar porque necesita que la ayude a hacer una tarea. Te dejé todo listo. Tengo que recuperarte el tiempo de todos esos favores que me has hecho. Yo creo que ya te debo un turno completo −dijo Andrea con una sonrisa picarona en sus labios, al tiempo que Lou solo atinó a dibujar un remedo de sonrisa, sin que esto fuera un impedimento para que Andrea le diera un abrazo y un beso en la mejilla.

En ese momento una moto vieja se estacionó enfrente del geriátrico ensordeciendo el vecindario con su motor modificado.

−Gracias Amiga, me tengo que ir. Suerte −se despidió Andrea apresurando el paso mientras abría y cerraba la puerta del geriátrico.

Lou corrió un poco la cortina de la sala y vio a Andrea subirse a la moto. Cada semana la pasaba a recoger un hombre distinto. «“Otra que no piensa sino en reproducirse. ¿Será que las mujeres solo servimos para eso? ¡Qué fastidio! ¡Cómo si el mundo ya no estuviera bastante sobrepoblado!”», murmuró Lou mientras volvía a cerrar la cortina con rabia.

Loutrengen, ese era su nombre completo, pero la gente para no enredarse la llamaba Lou, cogió el cuaderno de notas de enfermería y comenzó a leer las mentiras que escribió Andrea:

5:40 p.m: Todos los ancianos quedan comidos y los que necesitan pañal están recién cambiados.

6:00 p.m: Entrego turno a la enfermera Loutrengen.

«“Así como escribe que entrega turno a las seis de la tarde siendo apenas las cinco y veinticinco, también es tan cínica de dejarlos a todos sin comer y sin cambiar. ¿Será que así es con la hija que dice que tiene?, no sería nada extraño”», pensó Lou mientras el relámpago de un recuerdo atravesó su mente; los días que pasaba sin comer en su infancia de repente se hicieron vívidos, ella prefería darles lo poco que le correspondía a sus hermanos, su madre generalmente llegaba a la madrugada borracha con algún hombre. Lou se escondía debajo del sofá y cuando finalmente el visitante y su madre se iban a terminar la fiesta en la alcoba, ella aprovechaba para llevarse las sobras de comida que habían traído, sólo hasta ese momento comía y con suerte podía guardar un poco para el desayuno. Ese recuerdo humedeció los ojos de Lou, se pasó bruscamente sus manos para secarse, cerró el cuaderno de enfermería y se dispuso a preparar la cena de los ancianos.

Mientras terminaba de cocinarse la sopa, Lou aprovechaba para cambiar los pañales de los ancianos que no podían ir al baño, en total habían veinte ancianos en el lugar, de los cuales ocho necesitaban total asistencia en la cama.

−Hola mijita, tengo hambre −le dijo la señora Carmen a Lou a penas la vio.

−Tranquila viejita, ya casi está la comida. Ya sólo me queda el señor Rodolfo y don Pedro para cambiarles el pañal. Le prometo que a usted es a la primera que le voy a servir.

Lou terminó a las once y treinta de la noche las tareas que debía realizar Andrea en la tarde. Se preparó un tinto y comenzó a llenar el cuaderno de enfermería con más mentiras, o más bien con verdades incompletas, que al final tienen la misma esencia.

El silencio del geriátrico de repente se tornó escabroso con los gritos que daba don Pedro en el segundo piso. Lou sintió un calambre en todo su cuerpo del susto. Corrió por las escaleras, abrió de un golpe la habitación del anciano y se dirigió a su cama.

Don Pedro se estremecía de dolor, sus extremidades se encogían y luego se extendían en segundos. Lou notó un olor fuerte, una mezcla de flores y maderas, era un olor que le recordaba algo, pero en ese momento no sabía qué era. Otro ensordecedor grito interrumpió la extrañeza y al mismo tiempo el esfuerzo que hacía por recordar en dónde había olido ese aroma. Las manos de don Pedro agarraron las sábanas con mucha fuerza y volvió a gritar. Luego comenzó a sacudirse y a gemir. Lou se dio cuenta que estaba muriendo, era la primera vez que veía a alguien agonizar, ese temido momento había llegado.

Sintió que su corazón se abría, sus manos se tornaron heladas y las lágrimas brotaron de sus ojos, a veces pensaba en el día que a ella le tocara ver esa situación, la mayoría de sus compañeras lo habían vivido, y para algunas ya era algo sin importancia. Lou se estremecía de solo pensar en ello, se le ponía la piel de gallina al tiempo que se preguntaba cómo era posible que esas auxiliares que conocía, después de ver en lo que terminaba todo, seguían por el mundo sin siquiera detenerse a reflexionar en ello. Gajes del oficio, le dijo Andrea tres días antes, cuando don Antonio murió en su turno. ¿Era insensibilidad, o simplemente el más absurdo engaño hacia sí mismo?

«“Justo ahora, cuando mañana voy a renunciar a esta pesadilla de trabajo. Debo tomarle los signos vitales, no, pero primero tengo que bajar y llamar a la dueña, llamar una ambulancia..., pobre don Pedro, está sufriendo mucho, y yo no puedo hacer nada. ¡Este mundo definitivamente es un gran absurdo!”», pensó mientras se daba la vuelta para llamar la ambulancia, pero en ese instante la puerta se cerró y se quedó a oscuras sintiendo a su espalda que los estertores de muerte de don Pedro la alcanzaban.

Lou sintió un corrientazo en sus piernas, quiso gritar pero no le salía la voz, ni siquiera podía despegar los labios, su boca se secó como un desierto y su lengua se pegó a su paladar. Comenzó a dar golpes con sus manos en la puerta, pero sus energías la abandonaron rápidamente y sus piernas se debilitaron tanto que cayó al suelo. En medio de esa densa oscuridad sólo escuchaba los retorcijones de don Pedro contra las sábanas, y los gemidos que se hacían cada vez más agudos y bajos, pero penetrantes.

−¿De verdad quieres ayudar? −preguntó una voz varonil en medio de esa oscuridad mortal.

Continuará...

¿Cómo te pareció? ¿Qué esperas de este cuento? Si quieres dímelo en los comentarios y dialogamos un rato ;D