Zapatos rotos | Memorias de un joven Timoteo 8#

in #spanish5 years ago (edited)

Buenas noches, me retrasé muchísimo para hacer este capítulo, pero entre bajones de luz, el trabajo (empecé hace poco en algo un poco más estable) y los estudios pues se complica bastante, espero que les guste. Si no me equivoco es el más largo que he hecho hasta ahora.


Zapatos rotos

Al nacer me diagnosticaron graves problemas respiratorios, producto de que mi madre fumaba antes de que supiera que estaba embarazada y lamentablemente también un poco durante el embarazo, hasta que, luego de algunos regaños y también de leer sobre las consecuencias que traía ese mal proceder, mi madre decidió dejar de hacerlo, pero toda acción tiene su consecuencia para bien o para mal, como bien se sabe.

Los 3 primeros días estuve entre la vida y la muerte en el hospital “Las Garzas”, porque no era capaz de respirar por mi cuenta, aquel episodio lo pasé junto a otro “bebe milagro” que llamaron José Gregorio, pero eso ya se los contaré más adelante.

Una parte importante de mi niñez la pase enfermo, pues aún tenía secuelas en mi sistema respiratorio, por lo que el estar cerca del polvo casi siempre repercutía en una gripe, que si no era tratada rápido podía se agravaba a gran velocidad. Mi madre buscó varias opiniones de neumonólogos que por lo general le decían que yo sufría de asma y que tendría que estar usando un tratamiento toda mi vida para controlar esa enfermedad, que según ellos no se cura del todo. Hasta que visitamos a uno que le dijo que yo no sufría de asma, solo que mis pulmones necesitaban fortalecerse. Realmente no recuerdo mucho las visitas a ese especialista, pero, si hay algo que me impacto bastante, fue su amabilidad y excelente trato con sus pacientes. En aquella ocasión me recetó un par de medicamentos, bastante vitamina C y mucho ejercicio, recuerdo que le dijo a mi mamá algo como: “mete a ese muchacho a practicar algún deporte, que se ensucie bastante en el fútbol, beisbol o lo que le guste, pero que se ejercite bastante para que esos pulmones se pongan fuertes”. Y su diagnóstico y tratamiento fueron muy acertados porque no volví a enfermarme de mis pulmones de forma tan repetitiva y tan grave.

Para ese tiempo no me gustaba tanto el fútbol, jugaba pero no me divertía tanto en los partidos, me agradaban más los entrenamientos por lo dinámico que eran, además de que la inseguridad fue un problema que me afectó bastante durante esa época, cosa que se notaba muchísimo mi rendimiento en muchas áreas, dicho problema continúo por un buen tiempo, pero ese no es el tema en este capítulo. En los partidos no brillaba como goleador, era lento pero un poco más grande que la mayoría de los niños de mi edad principalmente porque era bastante gordito, cosa que aprovechaba mi entrenador, poniéndome como defensa y delegándome que nunca dejara pasar a ningún delantero, que debía estar hasta la mitad del campo y de ahí no pasar, cosa que no es del todo cierto para los defensas, pero para ese momento yo no sabía casi nada de fútbol así que me lo tomé muy enserio en mi primer partido pues no pasaba de la mitad del campo y lo único que recuerdo que aporte a ese partido fue evitar un gol al barrerme contra un delantero.

Traer a memoria ese momento suele sacarme una sonrisa, pues hasta orgullo sentí cuando evité aquel gol, fue un momento bastante bonito en el que me acompañaron algunos familiares en las gradas. Recuerdo que el entrenador era apodado Ramón “cochinito” (nunca entendí lo de cochinito pero tampoco me atreví a preguntarle porque era bastante estricto).

Ser hijo único no siempre es tan agradable como lo pintan, pues mi madre siempre fue sobreprotectora en mi niñez y parte de mi adolescencia. No me permitió ir solo muy lejos de casa en ese tiempo, eso me trajo problemas más adelante, pues no sabía movilizarme mucho en la ciudad y me tomó tiempo aprender a hacerlo, pues no me permitían ni salir con amigos de la escuela, recuerdo que mi primera salida con amigos fue en secundaria, como a finales de mi 1er año/ 7mo grado, todo inseguro y fingiendo que sabía dónde estaba pero observando cual era el camino por si me tocaba regresar solo. Aquella salida fue a una cancha dentro de una residencia, en la que también pasé un momento muy vergonzoso, que a día de hoy me da mucha risa recordar.

En aquella residencia vivía un compañero de la sección, fuimos a jugar varios partidos y pasamos un buen rato, pero el problema fue cuando regresábamos pues nuestro compañero no cargaba con las llaves y se nos ocurrió la brillante idea de saltar el portón, todo iba bien hasta que me tocó bajar a mí, pues se me atascó la pierna y no podía bajar, además me dio vértigo y estaba todo asustado, mis compañeros entre risas me gritaron “salta, nosotros te atrapamos”, y bueno… los objetivos no fueron logrados. No me lastimé nada pero si perdí la dignidad en aquel momento y por varios meses bromeamos de aquel momento, que a día de hoy aún me recuerdan cuando alguno de ellos me ve por la calle.

Para aquel tiempo había salido del fútbol, de hecho lo había dejado más o menos un año antes de entrar al bachillerato, por una situación de irresponsabilidad que provocó que mi madre decidiera que no era seguro que siguiera practicando en aquel lugar, ya para ese momento no tenía problemas con mis pulmones, ya estaban mucho más fuertes, el practicar en aquel campo de grava y tierra dio sus frutos, pues mi sistema inmune también mejoró bastante. Terminando 2do año del bachillerato un amigo me sugirió entrar a practicar a un equipo llamado “Fundescanz” a lo que accedí, tenía una fiebre de fútbol tremenda en aquellos días, tanto que recibí unos zapatos “F-50” un poquito rotos pero cuidé muchísimo durante el tiempo que estuve practicando, fueron los primeros semitacos que tuve y los aprecié en gran manera, estuve muy agradecido con aquel amigo de la iglesia que me los obsequió.

Al principio fuimos tres compañeros, asistimos todos unos 2 meses continuos luego solo quedamos dos. En aquellos días estaba lloviendo muchísimo, tanto que Barcelona se inundaba y era complicado practicar, aunque si hicimos varias prácticas bajo la lluvia y hasta hubo un día en el que volvimos trotando a casa, fue la primera vez que recorrí tanto a pie, y no sería la última. Los entrenamientos físicos eran bastante fuertes, uno de ellos era trotar todo el campo con un caucho atado a la cintura lo más rápido que pudiéramos, y otro era cabecear un balón con un compañero varias sesiones seguidas, este último entrenamiento me provocó una especie de contusión interna, pues al día siguiente estuve con fuertes dolores de cabeza y vómitos, síntomas que el doctor explicó que eran a causa del exceso de entrenamiento, además de que el balón no era el adecuado para hacer tantas sesiones, era uno marca Golty de fútbol sala muy duro, era como cabecear una roca.

Los partidos que jugué con este equipo fueron nuevamente en la defensa, defendía con todo lo que tenía, pero acá la inseguridad también se dio a notar, pues a veces me costaba hasta dar un pase sencillo, porque se me aceleraba el corazón, le daba vueltas al qué dirán y perdía el enfoque. Hubo otras experiencias jocosas pero el partido que más recuerdo con ese equipo fue uno que jugué en “El Hatillo”, en el que por momentos me olvidé del que dirán, o que ha de pasar, y me enfoqué, cosa que me permitió aportar mucho más de lo habitual, incluso recibí una felicitación del entrenador. Días más tarde luego del entrenamiento, ese mismo entrenador me dijo que le avisara a mi madre de otro viaje, esta vez un poco más lejos y por un par de días, mi madre no me permitió ir, me puso muchos peros, empezando por la matrícula y terminando en el hecho de que ella no podría estar ahí. Al día siguiente me quedé hasta tarde y ayudé a sacar la basura del campo, todo por la cobardía de hablar del viaje, hasta que tomé valor y se lo comuniqué al entrenador, que me replicó diciendo “oye, si no sales a los partidos importantes no mejorarás, tu mamá tiene que soltarte un poco más, tienes que crecer, metido aquí no llegará muy lejos” aquello me resonó por un buen tiempo.

Ella no accedió a dejarme ir a pesar de que le mencioné aquello, pero luego vendría un evento en el que tenía muchas ganas de estar, se trataba de algo llamado “caimaneros” patrocinado por Coca-Cola. Lamentablemente justo la semana que estaba fijada para aquel campamento sufrí una enfermedad que sonó bastante ese año, “el chikungunya”.

Los días de aquella enfermedad sumados a que ya la situación país empezaba a empeorar velozmente hicieron que dejara de nuevo el deporte, por falta de zapatos (los f-50, ya habían dado todo), escases de comida (en esos momentos empecé con los trabajos en el liceo para solventar), y de tiempo en general por la aventura diaria de buscar para comer, pues ya estábamos entrando al periodo “masa y sardinas”. Un par de años más tarde, ya en los últimos años del bachillerato volví al fútbol, curiosamente en el equipito de fútbol de salón en el que comencé y que mencioné al principio, se llamaba “Nueva Generación”, Ramón “cochinito” seguía ahí, al igual que la inseguridad que tanto me fastidió.

Me reconoció rápido por la relación que tenía con mi tío, que practicó muchísimo en su niñez, tanto que solía contarme que “dejó las piernas en el fútbol”, haciendo alusión a que las desgastó muchísimo por no cuidarse a la hora de los partidos, caimaneras y prácticas. Para este tiempo el asunto no había mejorado en el país, solo que la nostalgia y ganas de fútbol me llevaron a seguir ese sueño alocado de llegar lejos en el deporte, pero, a pesar de que no logré tanto como soñé, este periodo en “Nueva Generación” me ayudó muchísimo contra la inseguridad, pues viví experiencias que me mostraron que esto de la inseguridad se mata enfrentándose a aquello a lo que le temes una y otra vez, cayéndote, levantándote y perfeccionándote en el camino, recordando que no eres perfecto y que lo más seguro es que te equivoques, pero eso no es motivo para rendirse de buenas a primeras.

Estuve más o menos un año, y nuevamente tuve que salir de nuevo del fútbol, me entristeció un poco aquel momento pero tuve que hacerlo había que hacerlo, había prioridades. Esos momentos de crisis te fuerzan a madurar, a saber que en tiempos de crisis las emociones no deben nublar la razón. En esos tiempos me tocó hacer de zapatero en más de una ocasión, recuerdo bien las ampollas y rasgaduras que me provocaba el largo trabajo que aquella aguja que no estaba diseñada para atravesar ese tipo de superficie. El deseo de seguir aquel sueño me impulsaba, los testimonios de los que se levantaron de crisis pasadas me animaron y las ganas de reconstruir según los parámetros de Dios, fueron algunos de los motores que mantenían la llama de la esperanza día a día, a pesar de que el panorama cada vez pintaba peor y que casi a diario escuchaba críticas destructivas sobre el seguir estudiando, de seguir en el país, de seguir luchando…


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