La tarde en que me enamoré del Fútbol

in #spanish6 years ago (edited)

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Mundial Italia 90. Domingo 24 de junio. Octavos de Final. Brasil contra Argentina.

Ya están ubicados en el momento. Ahora imagínense una casa del interior de Venezuela por aquellos años: nada de computadoras, celulares, mucho menos internet ni redes sociales. Cero Directv, por lo que la mejor -y en muchos casos la única- opción, era la narración del gran Lázaro “Papaíto” Candal. Las parabólicas eran literalmente un lujo por esos años. Los televisores culones pesados no se movían de sitio por casi nada del mundo, ya que para poder ver una imagen óptima para los estándares de la época, tenías que estar un rato moviendo la antena a modo de alquimia, hasta que consiguieras dar con la nitidez que se buscaba. Por lo que ese día, el ver a mis tíos desenchufando y, en cierta manera, desmantelando el altar del TV, me decía que ese no era un día cualquiera.

Ese día, en casa de mi abuela, había gente de más: viejos amigos de mi papá y mis tíos de la zona, una chorrera de primos (incluso algunos que no conocía) y otros que en mi vida los había visto. En fin, mucha gente para cualquiera de los cuartos. Esto requería toda una operación multidisciplinaria que ameritaba llevar el televisor hasta el patio, debajo de una de las matas para que la sombra permitiera ver la pantalla.

No había una extensión lo suficientemente larga para enchufar el aparato: se tuvo que improvisar un cable que iba desde uno de los enchufes de los cuartos y que se empataba con cinta aislante con el del TV, no sin antes calarse las quejas de mi abuela.

Faltaban sillas también. Se decidió que los que vivían cerca fueran a buscar sillas para poder acomodarse cómodamente. A los niños, nos tocaba el piso.

Mientras se terminaban de acomodar las sillas, entre 5 personas se dedicaron a la búsqueda de la señal. Eventualmente, todos los retos de logística, señal y manejo de quejas de la dueña de la casa, fueron solucionados con tiempo justo para poder ver el pitazo inicial. Listo el anfiteatro improvisado, con capacidad para por lo menos 30 personas.

Fue un partido duro, con una primera parte en la que Brasil, la gran favorita, tuvo contra las cuerdas a la Argentina campeona del mundo. Pero el marcador, ya avanzado el segundo tiempo seguía cero a cero. La tensión se sentía en el ambiente.

De repente, luego de uno de los miles de pases que le hicieron a Maradona, el 10 logra evitar el hachazo al tobillo y comienza a dejar atrás brasileros desde la media cancha. Casi pisando el área, el Diego se inventa un pase entre las piernas de uno de los defensas cariocas a Caniggia, que estaba solo porque todos los defensas habían ido a intentar parar al genio del futbol de esa época. De ahí en adelante, el resto fue un trámite.

Regate,

Taffarel vencido,

Balón inflando la red.

Yo, que recién había cumplido 7 años, no tenía en mi memoria futbolera ninguna otra cosa que no fuera Maradona. Para mí no existía Pelé, mucho menos Platiní, Van Basten, Beckenbauer. Comprenderán entonces que no le podía ir a otro equipo que no fuera Argentina.

Mi brinco con el gol, no fue normal. Comencé a correr por todo el patio, dando vueltas alrededor de la gente que estaba sentada. Como a la quinta vuelta a las gradas improvisadas, comencé a darme cuenta de la cara de pocos amigos de mi papá, los sapos y culebras que salían de la boca de uno de mis tíos, las lamentaciones de los amigos de la cuadra, y las miradas de odio de mis primos: de todos los que estábamos viendo el juego, yo era el único que le iba a Argentina.
Buscando salvar mi integridad física, decidí que ya era suficiente de celebración. Así que me senté a ver el resto del juego en total y completo silencio. Y bueno... a llevar la procesión por dentro.

Cuando el juego terminó, el televisor se apagó casi al mismo tiempo que el pitazo final del árbitro. Las sillas comenzaron a desaparecer entre quejas y mardiciones (sí, con R) a la par de las advertencias de mi abuela de que más valía que le dejaran todo como estaba. En menos de diez minutos, todo había vuelto a la normalidad. No pude ver la celebración de mi equipo favorito (por lo menos hasta ese momento), pero me pasé el resto de la tarde jugando con mis primos, personificando a mi héroe futbolístico y aprovechando para celebrar cada vez que marcaba un gol lo que no había podido en el momento.

Ese no fue mi primer mundial, pero era el primero en el que tenía la edad suficiente para entender lo importante del evento, y todo este despliegue en casa de mi abuela me quedó para siempre como prueba de lo trascendentales que serían los mundiales para mí. Fue en esa copa que aprendí que se puede celebrar y llorar en un mismo torneo, que la tanda de penales es una de las definiciones de partido más terribles que existen, que a pesar de comenzar perdiendo, te puedes recuperar y llegar hasta el final.

Fue con ese mundial, y con ese fuego en particular, que me enamoré para siempre del Fútbol.

Imagen: Designed by Freepik

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¡Excelente! ¡Muchísimas gracias por haber tomado en cuenta mi artículo!

Eeeese featuring :D felicidades. Tu relato es un lindo recuerdo, no siempre recordamos momentos decisivos en nuestros gustos y nuestras personalidades, así que atesorarlos es importante. Un abrazo.

:D

Yay! Pues sí... es un recuerdo muy fino que me fue muy grato compartir escribiéndolo.

Gracias por leer!

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