Amiga soledad (relato)

in #spanish7 years ago

Aurelio, el viejo Aurelio, se levanta temprano, cepilla sus dientes con mucho más ánimo que los otros días, se da un buen baño sonriente, lleno de felicidad pues hoy en el día del padre, hoy vendrán sus hijos con sus nietos y le harán saber que todos sus años de vida valieron la pena, sus manos temblorosas acomodan la mesa, sus pasos cansados recorren la casa, su movimientos torpes barren el suelo, preparando todo, poniendo las cosas de vidrio en un lugar seguro para cuando sus nietos jueguen no tengan peligro. Prepara la comida, si algo saber hacer Aurelio es cocinar, trabajó como chef en un restaurante en sus tiempo de juventud, hace comida para sus hijos. Llega la hora del almuerzo y espera paciente sentado en el frente de su casa, pero sus hijos no llegan, Aurelio espera hasta que empieza a caer la noche, entra a la casa, mira el reloj, es la hora de la cena, se acerca a la ventana y pronuncia unas palabras:
—Hola soledad..., no me extraña tu presencia.
—Hola viejo amigo —responde la soledad.
—Casi siempre estás conmigo, ya conoces mi dolor.
—Tranquilo amigo. ¿Qué tienes?
—Este año tampoco llegaron, Solo soy un pez herido que está triste porque no puede nadar...
—No puedo decirte nada, solo soy soledad, te puedo acompañar pero eso solo empeoraría las cosas.
—¿Soledad, eres mi amigo?
—Claro que si Aurelio, pasamos mucho tiempo juntos.
—Bueno ven, pasa que vamos a charlar.
Los demás viejos de la calle se acercaban a la casa de Aurelio como siempre, para comer la comida que preparaba Aurelio para sus hijos, ya se había hecho costumbre, desde que los hijos de Aurelio no van a visitarlo, él les da la comida a sus vecinos.
—Aurelio, ¿esta vez sí vinieron? —pregunta un señora desde la acera.
—No Marta, lo mismo de siempre, ven pasa, ya estaba por servirla.
—Bueno —dijo la soledad— me tengo que ir, nos vemos en navidad o más tarde.
Los vecinos fueron llegando progresivamente, Aurelio puso algo de Brahms, sacó un par de botellas de vino para la cena y compartió un rato de risas falsas, un momento efímero, Aurelio observa a todas las personas que están en sus casa sonriente, aparentemente felices y piensa que la amabilidad y la cortesía es solo una manera de mentir más.
La comida se termina, las botellas quedan vacías y todos empiezan a irse, poco a poco la casa quedaba sola.
La casa finalmente quedó sola, Aurelio cerro las puertas y las ventanas, en la televisión decían algo sobre una tormenta, apago el televisor y fue hasta su cuarto, miró su piano de pared, hacía meses que no tocaba una nota, le quito la sabana que tenía encima, le sacudió un poco el polvo, se sentó, y toco una nota, intentó recordar una pieza pero no lo logró, fue por otra botella de vino, la destapo y tomo un gran trago, otra vez frente al piano intento tocar algo, el sonido que produjo era melifluo, una buena pieza, pero tocar el piano a pesar de que lo aliviaba un poco lo llenaba también de más melancolía.
―Tocas bien amigo mío ―dijo la soledad.
―Tocaba mejor, pero ya nadie quiso escuchar.
―Te puedes escuchar tú, te escucho yo.
―Tienes razón.
―Has vuelto a la bebida amigo.
―Sí, sabes, lo que beben para olvidar son las personas más extrañas del mundo, siempre bebes y bebes y lo que haces es recordar aún más, y luego pasas la borrachera y aunque sabes que lo que harás es recordar más, dices que quieres beber de nuevo para olvidar ―Aurelio le dio otro gran trago a la botella, la puso frente a él y dijo― si hay personas que si puedan olvidar, bendita sean esas personas.
―Pero si puedes olvidar con el alcohol ―dijo la muerte―, cuando te emborrachas al otro día no recuerdas nada, es lo que me han dicho.
Otro trago más.
―La cuestión es, querida soledad, que las cosas que quiero olvidar las hice sobrio, están en mi memoria.
―Ese sí que es un problema.
―Sabes, cuando era joven le tenía miedo a dos cosas, le tenía miedo a morir joven, bueno, ahora estoy viejo y he superado eso, la otra cosa era ser olvidado después de mi muerte y mira, no he muerto y ya me han olvidado.
Otro trago más.
―Tienes razón… la vejes te ha hecho un poco sabio.
Aurelio se levanta del piano y va a su escritorio con la botella de vino en la mano, ahora está sentado frente a un montón de papeles, mira melancólico una foto de su familia años atrás, está al lado de su esposa, sus dos hijos y su hija, una lagrima se le escapa y resbala por su mejilla, la noche es oscura y fría, tanto que penetra en el cuerpo del pobre de Aurelio, le da otro gran trago a la botella, quiere emborracharse de nuevo, aunque hace años que no lo hace, lo quiere hacer, y eso hace, beber sin control, va a la cocina sin soltar la botella, busca el encendedor y vuelve al escritorio, abre una gaveta del escritorio y ve una caja de cigarros vieja y arrugada, la toma y saca un cigarrillo, toma más vino y se lleva el cigarrillo a la boca, camina hasta la ventana, la abre y mira la noche, el cielo esta estrellado, recuerda las palabras de su esposa cuando él iba a fumar: «Aurelio, no fumes, sabes que no me gusta verte maltratándote», siempre le decía eso y él guardaba los cigarros cuando ella le decía eso, guardaba esos cigarros aparte, en una caja, eran los cigarros que no fumo, por ella, los que ahora va a fumar. Enciende un cigarrillo y casi puede escuchar la voz de su esposa, diciéndole que no lo haga, pero ella no está, y el fuma ese cigarro, sintiendo como la vida se le va en cada fumada, en el humo.
Un joven pasa por la calle y ve al pobre Aurelio en la ventana, fumando un cigarro y con la botella en la mano. La noche es tan triste como el viejo Aurelio en esa ventana. El joven lo puede notar.
Aurelio termina con el cigarro y vuelve al escritorio, toma una nota y escribe:
Querida marta,
La soledad me acompaña y ahora fumo lo que detestabas, bebo lo que odiabas y sigo siendo el mismo infeliz desde que te fuiste. Te fuiste tú, se fue mi amor y mi sonrisa, se fueron los chicos y solo vino la soledad, la soledad se ha quedado aquí, ahora debe estar en alguna parte de la casa, yo estoy es este escritorio, escribiendo cosas sin sentidos para ti, no las podrás leer pero me siento bien escribiéndotelas, te extraño y siento que la vida se me va, espero que cuando también me vaya nos encontremos en algún lugar, por ahora seguiré extrañándote y dañando más mi vida, amor, los chicos no están, no al vuelto.
Aurelio le da el último trago a la botella, inclina su cabeza y se queda dormido. Tira la botella con un movimiento del brazo, la botella se rompe en el suelo y el sonido lo despierta, levanta las cejas pero sus ojos permanecen entrecerrados, se pasa la mano por la cara, cierra los ojos un momento, luego los abre y se encuentra con aquel personaje muy conocido y repudiado.
Aurelio mira al personaje que tiene al lado, se siente temeroso, mira su reloj, son las tres menos diez. Mira de nuevo al personaje y deja escapar un suspiro.
―Ya sabes porque estoy aquí ―dice el personaje.
Aurelio asintió con la mirada.
―Te habías tardado, ya es tiempo.
La muerte confundida miró a Aurelio con el ceño fruncido.
―¿No vas a llorar? ―le pregunta la muerte―, siempre que hago mi trabajo las personas lloran, dicen que serán mejores, se quejan y esto o aquello.
―¿De qué sirve? Tú solo haces tu trabajo, no cambiaría nada.
―Tienes razón, solo hago mi trabajo.
―¿Puedo intentar llamar a mi familia?
―Yo no decido nada, solo hago lo que se me dice,
―lo siento.
―No te disculpes ―dice la muerte―, todos piden lo mismo, yo soy un buen motivo para recordar y querer a los familiares, llego yo y entonces todos quieren, todos piden lo mismo.
―No lo entiendes, perdí a mi madre cuando nací y a mi padre cuando tenía quince, soy hijo único, me fui de mi país y me enamore aquí desde los dieciocho, tuve tres hijos y una buena esposa, tuve que irme cuando ellos estaban pequeños, fui a mi país para trabajar, así los pude mantener, ahora estoy enfermo por trabajar tanto… mi esposa enfermo y volví, mis hijos ya había crecido, no me reconocieron, mi esposa murió y ellos se fueron con sus esposas, no conozco a mis nietos, tampoco conozco muy bien a mis hijos, sabes, pasaba semanas con hambre, dormía en plazas para enviarles todo el dinero hasta acá.
―Deja de hablar, ya se hace tarde.
―Lo sé, en este momento mucha gente piensa en muchas cosas, lo duro es darse cuenta que es demasiado tarde y no hay nada tan doloroso como el demasiado tarde.
La muerte le hizo un ademan a Aurelio para que lo siguiera hasta el patio, el abrir la puerta trasera se encontró con una especie de tren, la muerte abrió una puerta y Aurelio entro, se sentó en una mesa, la muerte se sentó frente a él.
―No te puedo decir que pasara cuando lleguemos pero podemos hablar, esto tardara un poco, podemos jugar a las damas si quieres.
―Pensé que no tenías sentido del humor ―dijo Aurelio sonriendo pero con los ojos acuosos―, ¿de qué se puede hablar con la muerte?
―No todo es lo que parece.
―Así es.
―Cuéntame, ¿a qué te dedicabas?
―Trabaje en varias fábricas, de ocho a cinco.
―¿Por qué ustedes son así?
―¿A qué te refieres?
―Tienen una vida y la malgastan trabajando de esa manera, son crueles y egoístas, lo son, dicen no serlo pero lo son, dejan pasar las horas sin importancia, no ven las cosas buenas que tienen, te hubieras quedado con tus hijos y tu esposa, a pesar de todo, mírame yo solo soy un peón, entonces cuando yo los visito piensan en todo eso que no hicieron, cuando yo estoy es que extrañan todo el tiempo perdido, las sonrisas, los abrazos, los te quiero, los regaños, todo, es lo que me enoja de ustedes, es por eso que a veces actuó sin pensar, tienen la felicidad y ustedes mismo se empeñan en ser infelices, son tan tercos.
―Te creí más cruel.
La muerte saco una pipa y la encendió, le dio una chupada y exhaló el humo.
―¿En qué pensabas cuando te casaste?
―No pensaba en nada, o en mucho, no lo sé, yo amaba a mi esposa, solo quería hacerla feliz y tener hijos, que me quisieran y me recordaran, me imaginaba estando sentados con ellos contándoles mis historias y ellos riendo…
―¿Y lo lograste?
―¿Estás jugando? Me encontraste solo, en mi escritorio, en mi casa solo estaba la soledad, y así ha sido desde hace mucho, si lo hubiera logrado esto no sería tan difícil.
Las lágrimas del viejo Aurelio se habían secado y sus ojos habían recobrado el vigor.
―Felicidades.
―¿por qué me felicitas? Nada me puede distraer de lo que pienso ahora, solo pienso en mis hijos, es lo único que me quedaba, es lo único que quería, pero ellos me olvidaron.
―Cierra los ojos.
Aurelio cerró los ojos, cuando los abrió estaba sentado en su escritorio, el teléfono de la sala sonó, Aurelio tenia lágrimas en las mejillas de nuevo, se levantó, sus piernas estaban un poco temblorosas, camino hasta el teléfono, contestó.
―Papá ¿eres tú?
Aurelio reconoció de inmediato la voz de su hijo mayor.
―Si hijo ―dijo con un nudo en la garganta―, soy yo, tu padre.
―Papá estoy en el aeropuerto con los chicos, estoy con Martí y con Emma, estamos todos pero nuestro vuelo se retrasó, hay tormenta.
―No te preocupes hijo, aquí los esperare, no tengo donde más ir, los esperare con comida.
―Papá, lo siento…
―No te disculpes hijo, haces lo que tienes que hacer, ya hablaremos cuando lleguen todos.
―¿Qué quieres hacer mañana?
―Creo que iré a la iglesia.
―Bueno, tengo que colgar, el teléfono esta por apagarse.
―Está bien hijo mío.
Aurelio colgó el teléfono, se sentó de golpe en el mueble y levanto las cejas pero sus ojos seguían entrecerrados, suspiro y dejo escapar una sonrisa. La soledad caminaba hacia la puerta.
―Hey soledad ¿A dónde vas?
―Me tengo que ir viejo amigo, otro compañero está en camino. Te ves muy feliz, estas muy viejo para esas sonrisas.
―Ya no soy tan viejo, acabo de volver a vivir, te echare de menos…
―Quizás algún día nos encontremos de nuevo, por ahora me tengo que ir.

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