Cualquiera besa en París, yo busco quien me ame en Vietnam

in #spanish6 years ago (edited)

Prólogo:

Este es un sitio que te obliga a mantenerte en movimiento. ¿No hay comida? Pues se busca. ¿No hay dinero? Pues algo se vende. En un mes tus objetivos cambian 30 veces, una vez por día, pero es lo que toca: mantenerte en movimiento, mantenerte ocupado, mantenerte frío. Los precios suben por cada palabra que se te cruza en el coco, por cada respiro de más, por cada minuto que descansas: la mente debe callarse, despejarse y volverse un aparato frío y mecánico. El que se deja llevar por los delirios y divagaciones de su mente se arriesga a la parálisis, a la depresión y a que su dinero pierda valor. Si, Venezuela es un lugar genial, un lugar que te enseña el valor de moverse.

La heladería, en el pasado, más concurrida de tu ciudad es ahora un bodegón; las calles antes repletas de buhoneros son ahora más amplias, se perciben más amplias. Un kilómetro caminando bajo el sol intenso se siente ahora como un paseo refrescante, como una oportunidad de conocer aún más tu ciudad. Tu mente quiere verlo todo en colores, tú la obligaste a ello. Venezuela es un lugar genial, pues te enseña a dominar a tu mente, te obliga, por tu propia salud mental, a percibir el cementerio gigante como si fuese una calle de Miami. En Venezuela entiendes que lo práctico vale más que lo cómodo.

Digamos que te anotas en un curso de… ¿Inglés? Cualquier curso o actividad en la que debes asistir seguido durante el transcurso del tiempo vale para el ejemplo. Conoces a personas geniales y por un mes o dos te los tripeas, te los disfrutas, te encariñas. Un día se va el primero, el que hacia los chistes estúpidos, y la atmósfera se empieza a tornar extraña. La mente del colectivo es curiosa: si una parte del grupo se va, el resto empieza a preguntarse qué hace allí, la mente del individuo empieza a traicionar. Se crea un efecto dominó: al volar uno empieza a volar el resto; quién puede negar que esto no es parte de nuestro instinto de supervivencia, lo de huir como hormigas cuando notamos que estamos por quedarnos solos. Venezuela te obliga, aunque sin perder su genialidad, a que empieces a notar el valor incalculable de lo efímero, a que entiendas que todo está en duda. Te rompe un poco la cabeza, y los huevos. Te grita “NO TE SIENTAS SEGURO EN NINGÚN LADO”.

Venezuela es genial.

Amor en Vietnam… O en socialismo del siglo XXI

Las historias que más venden son las dramáticas. Una historia perfecta, una historia sin ninguna complicación o pesar en el desarrollo, está destinada a ser olvidada, por sosa y por ladillosa. Las incapacidades, la desgracia, el dolor, la envidia, la pobreza, la muerte…, todo eso vende: todo eso, en conjunto o por separado, le da sabor a las historias, le da sabor a la vida. Nuestro país es, según la lógica anterior, una fuente casi inagotable de sabores, quizás demasiado fuertes.

Imagínense ustedes que, como artistas de la rama que sean, se encuentran en un contexto tan cargado de drama, un contexto tan cargado de historia, de posibilidades. Solo imaginemos la tristeza como si fuese arte.

Rodrigo tiene 20 años. Tenía un par de sueños que quería cumplir: quería ser médico y se esforzó, pero la vida se lo negó; quería ser beisbolista pero en su casa no comía bien, así que lo dejó. Vivió una adolescencia despreocupada, pero el mundo se le vino cuesta arriba en el 2017, cuando el sueldo de su padre y de su madre no le alcanzaba para mantenerlo estudiando en otra ciudad. Estudiaba Rodrigo psicología en Caracas hasta que lo regresaron a su ciudad natal por falta de billete. De la Gran Caracas a su ciudad en Monagas: el mundo se le encogía a Rodrigo.

No era ningún tonto, Rodrigo sabia un poquito de todo: había trabajado de mesero, de obrero, de fotógrafo, de profesor y de vendedor ambulante. Rodrigo era bueno para los idiomas y para la música, no le tenía miedo a las cosas nuevas. A toda su familia le faltaba dinero para poder comer bien, y un día empezó a pedirle a Dios, aunque no creyese en él, que lo ayudase. Al otro día escucho sobre Runescape, y Rodrigo empezó a dedicarle tiempo. Ya no carecía de dinero, pues con Runescape habia conseguido cierta soltura, pero carecía de objetivos. Rodrigo sabía que debía intentar, pese a sus fracasos anteriores, estudiar otra vez.

Rodrigo sabe, por experiencia, todo lo genial de Venezuela. Rodrigo, como todo venezolano guerrero, ha sufrido y ha aprendido a vivir en el sufrimiento. Y, aún así, decide empezar a escribir una nueva historia.
Entra en una carrera extraña para él, con el tipo de personas a las cuales él no estaba acostumbrado. Descubre que es bueno, realmente bueno, haciendo lo que le asignan, y, además de soportarlos, se encariña con muchos de sus compañeros; pero Rodrigo ya sabe cómo funciona el juego, ya sabe que no debe perder la calma ni encariñarse. Pero como si no lo esperase, un día Rodrigo se sintió enamorado.

Al empezar el éxodo masivo y desprenderse, primero de golpe y luego poco a poco, de sus seres queridos más cercanos, Rodrigo se negó el amor. Tenía encuentros casuales, tenía muy buenas amigas y a muchas las amó, pero de una forma cauta, apagada y calculadora: sabía que si enloquecía de amor, iba a enloquecer de dolor próximamente, pues Rodrigo sabia de pérdidas y de cómo funcionaba el juego.

Una niña de ojos grandes, piel trigueña, cabello oscuro, voz aguda y una linda sonrisa se le cruzo, como en todas las historias. Al principio no se prestaban siquiera atención, pero ella era un aire fresco para él. Describir cómo se enamoraron sería aburrido, así que contare cómo se separaron, pues es lo que vende: la amargura de caer después de estar en la cima.

La niña y Rodrigo eran unos guerreros: sobrevivieron hambre, falta de efectivo, caminatas bajo el sol y despedidas amargas de sus compañeros. Rodrigo se había vuelto a enamorar de la vida, pero sabía cómo funcionaba el juego. Cuando ella se fue, Rodrigo prometió a Dios, en quien no creía, que volvería a verla.

Kylian Mbappe, a sus 19 años, consiguió alzar una copa de Francia en París, luego besó a su novia; Rodrigo, a sus 20, consiguió quien lo amase en Venezuela.


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