Z-Elección | Capítulo Doce | Historia Propia | Jhorjo

in #spanish6 years ago

LLAMADA A PRESIÓN


Mis pasos eran firmes cuando subí las escaleras, pero sentía como mis piernas temblaban cuando caminaba. No podía caer, en mis brazos llevaba a ese pequeño bebé que estaba inmerso en un profundo sueño. Tenía el mayor de los cuidados al momento de atravesar a las personas que estaban reunidas donde había visto por última vez a los demás.

—Con permiso. —No sabía si no me escuchaban por todos los gritos y disparos, o sólo se hacían los sordos, pero no los mudos. Muchos de ellos estaban gritando pestes a una gran pared de metal que no había visto antes.

«¿Ahora qué hago?» pensé viendo a esa pared de metal, ya las había visto antes en las calles, en los negocios y supermercados que habían sido saqueados. Eran un sistema antirrobos y antimotines.

—¡Ahí vienen! —Alguien gritó.

Giré mi cuello y pude notar como los que estaban debajo de la tarima saltaban y se montaban en ella. Por su fachada desaliñada y sangre en casi todo el cuerpo, sabía que no eran personas normales que también estaban desesperadas por pasar esa puerta de metal, eran Contemporáneos que venían por nosotros.

El cuello se me trancó, no podía respirar bien, mis piernas ahora si temblaban como gelatina.

—¡Disparen! —gritó otra persona.

No podría hacerlo, pero mis manos estaban ocupadas. Vi a mi derecha a un hombre canoso con una escopeta, parecía dispuesto a ayudar cuando recargó su arma.

—¡Cuidado personas vivas, si no quieren que les vuele la torre, apartense! —exclamó y empezó a dispararle a los Contemporáneos que ya estaban acabando con algunas personas del final.

No sólo el hombre con nieve en el cabello disparaba, otras personas más lo hacían, pero eran más las personas sin armas que con ellas. Yo lo único que podía hacer era verlos, en ese momento pensé que soltar el revólver había sido una muy mala idea.

Sólo podía hacer una cosa.

Me volteé, me coloqué al bebé en el hombro y lo aseguré con un poco de presión con la mano que lo tenía cargado. Con la otra empecé a golpear la pared de metal y a pegar gritos como loco. Al mejor estilo de Frank.

—¡Papá! ¡Papá! —gritaba con todo lo que mis cuerdas vocales me permitían—. ¡Es Ethan! ¡Vamos diles que abran! ¡Estoy aquí! —Repetí muchas veces las mismas palabras por si estaba atrás y lograba escucharme.

Pero nada ocurrió, ni un solo movimiento en esa pared. Más movimiento tenía el bebé que esa cosa de metal pesado, eso significaba que ya había despertado y me lo confirmó su llanto.

«¡Santo cielos! ¿¡Qué hago!?» estaba desesperado viendo hacia todas las direcciones.

Traté de calmar al bebé y lo logré, así que me dio tiempo para volver a tumbar la puerta de golpes y gritos.

—¡Soy yo, Ethan!

****

Escuché un grito detrás de mí que me heló la sangre. Era femenino, pero no agudo. No quise voltear a ver qué era lo que ocurría, me aterraba ver como poco a poco los Contemporáneos se acercaban a mí y al bebé.

Vi al hombre canoso disparando su escopeta hacia otra dirección, quise pedirle ayuda, pero no me escucharía aunque estuviera a milímetros de mí.

Agarré al bebé con más fuerza, teniendo cuidado de no lastimarlo. Lo que vi me desconcertó: Una Contemporánea tenía prácticamente todos los órganos vitales de un hombre en su boca, que se encontraba en el suelo jadeando y quejándose de sus últimos segundos de vida. Ella parecía disfrutar cada bocado que daba y cuando mordió, creería yo que era el estómago, salió un líquido amarillento que le empapó el suéter rojo que llevaba.

Mi estómago no era de acero, pero pude controlarlo para que la lasaña de ayer no saliera disparada.

No sabría decir quién le disparó a esa Contemporánea, pero le dio justo en la sien y en menos de un segundo cayó al lado del hombre que se estaba devorando, otro disparo se escuchó y noté como el cuerpo del hombre sin órganos se levantó y bajó muy rápido. Me coloqué alerta, aunque tenía miedo, los ojos de par en par, mi corazón martilleando muy rápido, y sudando como un cerdo, pero aún así estaba alerta.

—Tranquilo, tranquilo. —Mecía al bebé para que dejara de llorar—. Shhh, shhh, shhh.

El bebé no se calmaba y menos yo. Parecía que un terremoto se hubiese apoderado de mi cuerpo, estaba imperativo moviéndome de un lado a otro.

Vi que no había más Contemporáneos por donde estaba, o los que se encontraban, estaban ocupados comiéndose a las personas que aún gozaban de vida. Miré nuevamente al hombre canoso y me acerqué a él, mejor dicho, me coloqué tras él para que me sirviera como escudero y nos protegiera a mí y al bebé de los Contemporáneos.

Sabía que era egoísta lo que estaba haciendo, pero era la única manera de poder concentrarme en llamar a mi padre.

Lo llamé. Le grité. Supliqué. Toqué la puerta, pero nada ocurrió.

«¡Maldita sea!» le di una patada a la gran pared. Y unas lágrimas empezaron a caer por la rabia que cargaba, si no tuviese al bebé me hubiese lanzado al primer Contemporáneo que viera hambriento.

Volví a llamar. Volví a gritar. Volví a suplicar, y volví a tocar la puerta, pero otra vez nada ocurrió.

Me dejé caer al suelo, colocando mi espalda en la pared y dejándome caer lentamente. Coloqué al bebé en mi regazo, apoyando su pequeña cabeza en mis rodillas flexionadas.

—Hago todo esto por ti —Le susurré y me respondió con un llanto.

****

A los dos minutos sentí que algo vibró en mi pierna. Me asusté, pensé que era el bebé, pero cuando revisé me di cuenta que provenía de la bolsa de Zoe, que me había atado a la cintura y la llevaba todo este tiempo.

Inspeccioné rápido esa cosa y busqué de donde provenía la vibración. Revolví todo en el interior hasta tocar algo con la punta de mis dedos que se movió.

Saqué aquel artefacto y cuando lo tuve en frente, sentí como si me hubiesen agarraron el corazón y lo alzaron.

Llamada entrante: Zoe la fastidiosa (Sistáh)

Mis manos estaban temblorosas. Esa era, quizá, mi oportunidad para decirles en dónde estaba, que me vinieran a rescatar.

Deslicé mi dedo para atender la llamada, pero ya había terminado.

—¡No! —grité, asustando al bebé y haciéndolo llorar más de lo que ya lo hacía.

Vi la pantalla táctil del teléfono y decía:

21 llamadas perdidas: Zoe la fastidiosa (Sistáh)

Presioné donde decía eso y me mostró una pantalla de seguridad. ¡Tenía contraseña!

—¡Maldita sea! —No sabría decir cuántas veces grité esa palabra.

Quise destruir el teléfono, pero esa era mi única escapatoria, mis lágrimas salían por la rabia que me daba.

«Vuelve a llamar Zoe» la atraía con el pensamiento, pero nada pasó. Quizá ya se había dado por vencida y me había dado por muerto.

«¡Aquí estoy, vuelve a llamar chica!»

Pasaron como cinco minutos mientras veía la pantalla sentado en el suelo de la tarima. Todo a mí alrededor era un caos, estaba protegido por el señor de canas y su escopeta, pero tarde o temprano se le acabarían las balas y tendría que usar otro método para cubrirme.

Y mientras veía la pantalla, se me encendió el bombillo de las ideas.

La pensé por varios segundos, quizás si lo hacía Zoe llamaría y no podría hablar con ella, pero era una idea que me podía sacar de allí.

Miré el teléfono esperando la llamada que nunca vino. Pensaba que esperar una llamada de una pareja era lo más agonizante del mundo, pero cuando estuve en esa situación todo mi pensar cambió. La vida es más importante, y más si tienes una a tu cuidado.

«Vamos, hazlo» me alenté y tomé el teléfono.

Primero apagué el teléfono. Luego presioné el botón de encender-apagar, al mismo tiempo que al botón de inicio y por unos segundos lo dejé presionado, hasta que me salió una figura de una manzana verde hecha de metal. Había entrado en el Modo Recovery del iDroid del hermano de Zoe.

Tenía que hacer todo el proceso lo más rápido que pudiese. Veía como la barra de carga se estaba tomando su tiempo para llenarse, para mí eso era una maldad.

Mientras que se cargaba mecía al bebé con mis piernas para que se calmara y no atrajera a más Contemporáneos hacia donde nos encontrábamos. Funcionaba, el bebé pasó de llorara a una risilla cálida.

Pero un sonido muy estrepitoso le borró la sonrisa y volvió a llorar. El hombre canoso había vuelto a disparar y me pregunté cuántas balas le quedaban.

Observé la pantalla del teléfono y noté que ya se estaba encendiendo nuevamente.

Me sabía de memoria el número de mi padre, pero no sabía si lo tenía encima.

Cuando la pantalla se encendió en su totalidad, dejándome apreciar la pantalla de inicio. Como un rayo, presioné la figura del teléfono y llamé a mi padre.

No me atendió a la primera, ni a la segunda, inclusive no me atendió a la tercera. Fue a la sexta llamada donde pude escuchar su voz.

Las lágrimas caían de mis ojos como un río crecido, y la voz se me quebró cuando solté la primera palabra:

—¿Papá?

—¿Ethan? ¿¡Ethan!? —Escuché a mi padre gritar desde el otro lado de la línea—. ¿¡Hijo dónde estás!?

—Papá... —Lloré, no podía hablar—. Rescátame por favor —No sabía por qué no le decía mi ubicación, sólo quería escuchar su voz.

—¡Ethan dime dónde estás e iré por ti! ¿Estás bien? —Lo escuchaba alterado, pero también escuchaba como se aspiraba la nariz, él también había estado llorando.

—¡Sólo abre un poco la pared! —exclamé—. Te pasaré algo, no creo que yo lo logre.

—¡Si lo podrás! ¡Deja de ser pesimista, tú no eras así! —comentó mi padre por su teléfono—. ¡Abran la pared! —Logré oír.

También escuché otras voces que no eran la de él por el teléfono que decían:

—No podemos, ¡eso está repleto de Contemporáneos!

—Si abrimos la puerta somos hombre muerto.

—¡No me importa nada, del otro lado está mi hijo y lo quiero aquí conmigo, él es uno de los elegidos para la cura y exijo que lo dejen pasar! —Era la voz de mi padre.

—Pero doctor...

—¡Que suba esa pared! —Usaba su poder para mandar a quien fuera que no quería subir la pared.

Colgué la llamada sin previo aviso, porque venían tres Contemporáneos hacia mí a toda marcha.

«¡Mierda!» Me levanté del suelo y sujeté al niño con fuerza en mi pecho.

—¡Atrás! —exclamó el hombre canoso. Disparó y le voló la cabeza a uno de esos Contemporáneos.

A mis espaldas la pared estaba subiendo poco a poco.

Por esa apertura podía sólo pasar mi brazo, esperé un poco más hasta que el cuerpo del bebé pasara.

—¡Por aquí! —grité y empujé al bebé con sus sabanas hasta dentro.

Ya mi tarea estaba completa. Le había dado la oportunidad a esa pobre criatura de seguir viviendo.

Vi como las sabanas que lo arropaban desaparecieron de mi vista, ya lo habían cargado.

Pero la pared de metal, seguía subiendo.

Esa pared era muy ancha, con razón nadie me podía oír.

—¡Vamos chico entra! —Me esbozó el señor, mi escudero, acabando con los otros Contemporáneos que venían por nosotros—. ¡Póngase las pilas que sólo me queda un disparo!

Lo miré y le asentí.

—Venga, usted también debe pasar —Le informé colocándome de rodillas junto a la apertura.

—Voy después de ti.

Me coloqué boca bajo y empecé a arrástrarme como un gusano hasta el otro lado.

Mi cabeza y parte de mi espalda estaban ya en el otro lado, pero mi trasero se quedó atascado a mitad del recorrido. Sentí como me empujaban desde el otro lado por mis pies, y desde el otro por mis brazos.

La pared estaba volviendo a caer y yo aún estaba bajo de ella.

El hombre canoso también estaba metiéndose y varias personas nos imitaron, tratando de huir de su inminente fin.

Vi a mi padre, a Frank, a Zoe y a todos los demás correr hacia donde estaba.

Todos me tomaron por una parte de mi cuerpo y empezaron a halar para sacarme de abajo. Me dolía mi espalda baja, tuve que colocar mis pies pegados al suelo para que no se aplastaran. Escuchaba gritos desesperados de la gente que estaba igual que yo, pero con sus cabezas dentro de la espesa pared. También oía gruñidos y sabía que eran de los Contemporáneos que, al igual que nosotros, estaban abriéndose paso para entrar al otro lado.

—¡Abran la puerta! ¿¡Quién la está cerrando!? —espetó mi padre.

—Es un fallo técnico, no podemos hacer nada.

Me quejé del dolor, pero seguía luchando por salir.

—¡Mi cráneo! —Escuché a alguien gritar por mi derecha.

No quería morir aplastado. Tampoco quería convertirme en la mitad de un Contemporáneo.

—¡Todos jalen al mismo tiempo a mi cuenta! —Informó un hombre, creo que uno de los elegidos.

—Uno...

Ya sentía como poco a poco mis huesos estaban crujiendo.

—Dos...

Parecía que tuviera un elefante encima.

Mi vista se nubló, y vomité una gran cantidad, al parecer, de lasaña.

Mi vista se nubló, y vomité una gran cantidad, al parecer, de lasaña.

Me desmayé.


Continuará...

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La imagen utilizada fue creada por mí.
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