Z-Elección | Capítulo Quince | Historia Propia | Jhorjo

in #spanish6 years ago

IMPOSICIÓN


Estaba asustado, pero la intriga que sentía superaba por mucho al miedo que recorría mi cuerpo. Y podría apostar que no era el único que estaba así. El aire estaba frío, no era de extrañar, quizá estábamos a unos cien metros bajo tierra, eso sin sumarle el frío que hacía en la superficie, y la bata médica no ayudaba en nada, no tapaba nada mejor dicho.

Caminamos con el mismo hombre que nos había grabado, pero ahora ya no llevaba el traje, ahora vestía un pantalón negro y una camisa de ése mismo color, encima de todo eso su bata de doctor. Lucía mucho más joven que el mayor de todos los varones seleccionados; inclusive hasta parecía más joven que mi padre.

Llevábamos caminando unos cinco minutos, y no sólo por pasillos, también bajamos escaleras y tomamos otro elevador hasta llegar a una puerta doble que llevaba un cartelón en una esquina que decía:

CB12: Pruebas.

Me estremecí al leerlo, esa palabra lo decía todo: Prueba. Nosotros éramos los conejillos de india de la ECC, y eso no me gustaba para nada, aunque seguiría adelante por las indicaciones que nos dio mi padre a Frank y a mí.

Miré a Frank y parecía dispuesto a proseguir con todo.

Suspiré.

El hombre abrió la puerta y dejó escapar un gran resplandor de luz que en instantes me cegó. La luz de los pasillos y las otras habitaciones eran un poco más tenues que ésta, así que cerré los ojos y poco a poco los fui abriendo para que se fueran acostumbrando a la nueva luz.

«Espero que mi padre esté aquí» pensé adentrándome en la habitación muy iluminada.

****

Ya dentro vi que en una mesa de metal, muy larga por cierto, estaban sentadas todas las chicas con las mismas batas y ya lucían más presentables. La chica pelirroja se había hecho una trenza en sus cabellos, luego cuando quise observar a las demás una voz me sorprendió.

—¡Es él! —escuché por mi derecha—. Él lo trajo.

Era la mujer que llevaba en brazos al bebé, me estaba apuntando con su dedo índice.

Otro hombre, éste no era doctor, ya que no llevaba la bata y tampoco lucía como uno. No tenía la postura estirada que casi todos poseían y mucho menos el vocabulario, lo supe por cuando me empezó a hablar.

—Bueno mira —esbozó mirándome fijamente a los ojos. Él se encontraba a un metro de mí sentado en una silla muy cómodamente. Su cabello era recto, pero su nariz para nada lo era—. ¿Ese mocoso es tuyo? —preguntó.

Pensé por varios segundos antes de hablar, no quería que me notara nervioso, pero si le decía que no ¿Qué pasaría con el bebé? Y si le decía que sí, entonces se aplicaría la misma pregunta. Miré rápido a la mujer con el bebé y mi mirada luego se fue hasta Zoe.

—S-sí. —Tartamudeé—. ¿P-por qué la pregunta?

Mis intentos de estar seguro habían fallado todos.

—Bueno. —Creo que esa era su muletilla—. ¿Puedes decirme el nombre? —inquirió.

«¿Nombre?» me alteré en mis pensamientos, tenía que conseguir uno en menos de milésimas de segundos que fuera convincente, y esperaba que mis nervios no me hicieran pasar por otro ataque de tartamudez, sería muy sospechoso.

—André —dijo alguien y me volteé para buscar a esa persona.

—S-sí, sí. —Otra vez tartamudeé, pero ésta vez no fue a causa de los nervios, sino que fue por la confusión—. André Thorp. —Agregué como si el apellido pudiese reafirmar que yo era el padre biológico del niño.

Era la chica que me había parecido atractiva cuando la vi por primera vez.

El hombre mal hablado con cara redonda se levantó de su asiento y caminó hasta ponerse a mí lado.

«A la mierda...» pensé. «Ya me descubrieron... ¡Tonto! ¡Idiota! ¡Estúpido!»

—Bueno —esbozó—. Firma aquí y en las tres hojas que siguen. —Me pasó un bolígrafo y unas hojas—. ¡Tú! —Llamó—. También tienes que firmar.

—¿Por qué ella? —pregunté.

—¿Es la madre no? —inquirió.

Otra vez no sabía si decir SÍ o NO.

Cuando estudiaba, odiaba ese tipo de exámenes con sólo dos opciones para responder, ya que no podía extenderme en las respuestas y poder ganar, aunque sea, unas décimas de puntaje. Me gustaba echar el cuento desde donde empezó, hasta cuando terminó. No era de respuestas cortas.

—Sí, soy la madre de André —dijo la chica. Ahora más que nunca quería saber su nombre.

—Bueno... Vanessa... ¿Cierto? —Dudó el hombre, su bigote parecía una brocha—. Firma para poder darnos los permisos.

—¿Permisos de qué? —esbocé y lo miré, aún sin firmar.

—Los permisos para poder inyectarle la vacuna. —Me comentó y miró a los demás varones que habíamos sido seleccionados—. Todos necesitan firmar, la hoja está encima de la mesa de por allá, tomen asiento y firmen para comenzar.

Odiaba su voz, también odiaba su bigote.

—Firma —me dijo la chica, que ahora ya sabía cómo se llamaba: Vanessa.

Asentí y mi mano dibujó mi firma un poco loca, yo veía una "E" y una "T" perfectamente, pero las personas me decían que sólo hacía unos garabatos.

Le di el papel y el bolígrafo a Vanessa, ella garabateó su nombre con una letra cursiva y le entregó todo al hombre imponente.

—¿No creen que tuvieron demasiada suerte en salir los dos seleccionados? —cuestionó el bigotudo hombre—. Bueno, me refiero a que por ser hijo del doctor Thorp hubo algún arreglo... Sabía que eso pasaría, qué más da...

No le respondí, sólo le regalé una mirada de desaprobación que se comió completa. Estoy seguro de que si él supiera la verdad no estuviera hablando de esa manera. Muchos de los seleccionados se me quedaron viendo, inclusive la chica que por arte de magia se había convertido en la madre del hijo que no planeé.

****

Estaba feliz de que el bebé... Mejor dicho, de que André podía recibir la vacuna sin ser un elegido. Caminé hasta los taburetes que estaban debajo de la mesa y saqué uno para sentarme por orden de número. Yo al ser el 377 tenía a mi derecha al señor Vicenzo que era el 215, y a mi izquierda a Frank que su número era el 543.

Cuando estaba firmando mi hoja con pulso firme, pero con un corazón a mil por hora, escuché abrirse una puerta y con ella entraron tres personas con batas, y otras personas con uniforme completo, del tipo que usaban los enfermeros en la sala de emergencia de un color agua marina. Pero ninguno de ellos era mi padre...

—Todos escuchen —dijo un señor que se me hacía familiar, tenía muchas canas en su cabello. No como el Sr. Vicenzo que apenas le estaba empezando a salir en sus sienes—. Primero quiero decirle gracias por estar acá y no abandonar.

—¿Acaso se podía hacer eso? —dijo Zeon, él sin su cresta en su cabello lucía extraño—. Quiero decir, no sé, no estoy listo para recibir esa vacuna. No ha sido probada.

—Sí estás listo... Todos lo están —El señor era el mismo que había hecho el sorteo de los números, o sea, él era el director de la ECC.

—¿Cómo puede estar tan seguro? —esbozó el Sr. Vicenzo con los brazos cruzados, lucía incómodo—. Ni siquiera está probada en seres humanos...

Lo sabía, no era el único que estaba con la intriga de qué cosa ocurriría si la cura no funcionaba, o peor, también mutara.

—Ha pasado mucho tiempo desde que la primera Contemporánea hubiese regresado de la muerte. Desde ese instante, todos empezamos a indagar sobre el tema. —Dio una seña a uno de los enfermeros que había entrado con él, y éstos se adentraron un poco en la habitación, buscando algo que hasta donde estaba no logré ver qué era—. Empezamos a llamar a jóvenes doctores recién graduados con conocimientos frescos sobre la medicina, conocimientos avanzados ¿sabes? —comentó y prosiguió a caminar hacia la zona en la que estaba.

—Eso no responde a mi pregunta...

—Está bien, creo que quieres llegar al grano, ¿no es así? —inquirió el director.

El Sr. Vicenzo asintió y mi mirada volvió a irse hasta donde estaba el director.

—No sólo estoy seguro que va a funcionar, sino que será un éxito total... ¿Y saben por qué? —Se dirigió a todos en concreto—. ¡Porque ustedes serán el éxito! Sin ustedes es probable que esa palabra se convierta en su antónimo; es responsabilidad de ustedes alcanzarlo, y estoy seguro que lo van a lograr.

Un silencio incómodo se hizo presente en la habitación iluminada.

—¿Y si morimos en el intento? —Escuché la voz de Frank.

Pensé que había acatado a todas las ordenes que mi padre nos había dicho, y en principal: "No comenten nada"

—Buena y a la vez mala pregunta —dijo el director acercándose a la mesa donde todos estábamos reunidos, él caminó hacia Frank—. Buena porque quizá muchos de ustedes tiene esa incógnita en su cabeza y quiere que se la despeje. Y mala porque la respuesta es tan absurda que sólo diré que es imposible que mueran.

—Nada es imposible —Esta vez la voz era femenina, era la mujer a la cual cargaba a André—. Aunque yo no tengo ningún problema en recibirla.

Creo que el único que ya había firmado las hojas era yo, y eso sin siquiera leerlas, porque vi a la mujer con el bebé cargado empuñar el bolígrafo y empezar a firmar las hojas.

«¿Nadie ha firmado?»

La chica pelirroja también hizo lo mismo. Miré a mi izquierda y Frank ya estaba terminando sus trazos en la hoja de papel.

Al parecer, ese hombre, a todos los había convencido. Excepto al Sr. Vicenzo y a Zeon que estaban con brazos cruzados. Alan y Zoe también estaban pasando sus hojas con una mano y con la otra dibujando su firma.

Yo aún no estaba convencido de dicha vacuna, pero confiaba plenamente en mi padre, así que sin leer las hojas, la entregué a uno de los enfermeros que con velocidad les puso un sello a cada hoja.

Y así, el mismo enfermero fue pasando puesto por puesto sellando cada hoja de cada seleccionado. Excepto las del Sr. Vicenzo y las de Zeon.

****

—¿Por qué no firma? —pregunté casi en un susurró al Sr. Vicenzo, sin verlo a los ojos.

—No me convence —comentó.

Hasta ahí llegó nuestra conversación. El hombre leía y releía las hojas, las expresiones de su cara eran de confusión. Hizo sonar sus dedos, uno a uno, mientras veía al frente.

—Bien, los que ya firmaron los permisos pueden pasar a la siguiente habitación —esbozó el director y todos los enfermeros que estaban detrás de él caminaron hasta una puerta que no había visto antes.

Por lo menos tenía que haber leído esas hojas, esos acuerdos, aunque si el Sr. Vicenzo no podía comprender lo que querían decirle a través de esas palabras, creo que yo tampoco, o quizá me estaba subestimando yo mismo y podría haber entendido alguna letra pequeña.

La chica pelirroja se levantó de su asiento y caminó hasta la puerta que ya estaba abierta. Mis nervios estaban en punta, en esa habitación sería donde nos darían la cura.

Todo parecía un misterio, un secreto. Quería reencontrarme con mi padre y preguntarle sobre ello, pero no se apareció y ya estaba de pie dirigiéndome con Frank hasta la habitación.

—¿Entonces? —Dejó escapar el director de la ECC viendo a los dos hombres que aún estaban sentados frente a él—. ¿Firmarán?

Yo me detuve un poco para escuchar la respuesta que iban a dar, Frank hizo lo mismo y delante de él estaba Alan, que lucía impaciente, casi que iba hasta las mesa y firmaba por ellos.

—Lo más probable es que nadie haya sobrevivido en el anfiteatro, o sea, mi esposa y mi hijo pequeño han muerto, y ahora son unos Contemporáneos. —La voz del Sr. Vicenzo se escuchaba ida y quebrada, eso delataba que quería llorar.

Él ya había llorado anteriormente y no lo juzgaría si lo quería volver a hacer, porque la familia es un tesoro invaluable y si un miembro de ella es arrebatado, es como si te quitaran un pedazo de ti, una parte de ti que nunca regresará.

—Firmaré —Suspiró—. Quizá funcione y gracias a mí, y a los demás, muchas personas puedan sobrevivir, ¿y por qué no, ya acabar con esto de una vez? No quiero ver a más familias quebradas. Por eso lo haré...

—Entonces firme y haga realidad su deseo de salvar a esas familias que aún se encuentran unidas —habló el director—. Una lástima escuchar sobre la suya, le doy mi palabra que cuando lleguen los refuerzos del ejército y controlen la situación del anfiteatro, mandaré a buscar sus cuerpos y darles una ceremonia.

—Con una condición —dijo el Sr. Vicenzo mientras tomaba su bolígrafo—. Si llegase el caso de que muera y me convierta en un Contemporáneo, por favor, mátenme y me lleva junto a ellos.

El director no respondió, sólo dio una mirada de pena hacia el Sr. Vicenzo que se le habían salido las lágrimas mientras estaba firmaba. Zeon, tomó su bolígrafo y también firmó, pero al terminar encaró al director y le dijo:

—La verdad es que no estoy para nada convencido, pero igual firmé ya que no perderé nada si muero, aunque aquí dice que nuestros cuerpos estarán bajo supervisión de la ECC las veinticuatro horas del día. También leí sobre que estaremos sujetos a supervisión militar, ¿A qué se debe esto? —preguntó Zeon.

—Ustedes ahora digamos que son... Prioridad nacional... ¡Y mundial! Por eso tanta vigilancia —comentó el director—. Ustedes son lo más importante en este mundo. ¡Ustedes salvarán al mundo!

Zeon se levanto y exclamó:

—Entonces, disculpen por hacerlos esperar.

****

Dentro de la nueva habitación habían cinco camillas a cada lado de las paredes, para dar un total de diez. Un enfermero me llamó por mi nombre y me colocó en una que tenía al lado como una especie de cuna, ésta sería para André. A Vanessa, su madre, también la llamaron y la colocaron del otro lado.

La familia ficticia reunida, en espera de recibir la cura.

Zoe, Frank, Alan, Hugo y la chica pelirroja estaban frente a nosotros, con su respectivo enfermero o enfermera. Todas las camillas tenían en la parte de arriba monitores de ritmo cardíaco y otros más que ni sabía el nombre, además de eso vi como tres bolsas de suero en cada paral médico junto a las camillas.

De mi lado, apartando a Vanessa y al bebé. Estaban el Sr. Vicenzo, Zeon y la mujer embarazada.

—Te colocaré una vía en tu mano, no dolerá. Será como una picadura de un insecto —dijo mi enfermera. Sus ojos me estaban hipnotizando, el color de ellos era como el verde de una esmeralda.

Asentí y esperé el pinchazo de la aguja en mi piel. Odiaba las inyecciones y más éstas, ya que era como una inyección por varias horas y se podía tapar y dolería como el infierno.

—¡Ouch! ¡Duele! —Escuché a Vanessa quejarse.

De verdad que dolía.

Me impresioné al ver que André no prendió su ambulancia, estaba con los ojos abiertos acostado en su pequeña cuna viendo a todos lados, mientras la misma chica que me había colocado mi vía, se la colocó a él, pero con una aguja que le llamaba "mariposa"

Era todo un hombre, como su padre de mentira.

Vi a mí alrededor y noté que ya todos tenían su vía. Me relajé y esperé que el suero bajara poco a poco y se colara por mis venas.

****

A la hora, después de que la primera bolsa de suero se había ido. Volvieron a entrar los enfermeros y las enfermeras, cada uno llevaba una jeringa un poco grande en sus manos y un pequeño frasco con un contenido verdoso chillón en la otra.

«¿Es eso la cura?» pensé y medio me senté, medio me acosté en la camilla.

Mi enfermera se acercó a mí, e inyecto primero la jeringa en el frasco sacando su contenido. Se me erizó la piel cuando esta chica me habló nuevamente.

—No sabes lo agradecida que estoy de que hayas aceptado recibir la cura. Muchas personas también lo estarán cuando la fase de prueba termine —comentó con mucha emoción en su tono de voz—. Sigue a tu corazón y haz todo por la cura. Ahora, acuestate y relájate.

«Otra vez eso de "Todo sea por la cura"»

Tomó mi brazo con la vía e inyectó la cura muy lentamente. Cuando ésta estaba entrando, miré las manguerillas que rodeaban mi mano y observé el color verde dirigirse al interior de mi cuerpo.

Me ardió cuando vi que ya había entrado parte de ella y dejé escapar una queja.

Mi corazón empezó a palpitar tan rápidamente que pensé que me daría un ataque al corazón. Mi mandíbula tiritaba y dejaba escapar unos suspiros de vez en cuando. Mi visión se estaba nublando y mis párpados empezaron a cerrarse, pero yo no los dejaba. Empecé a sudar frío, dándome más del que tenía; y en cuestión de segundos mi cuerpo perdió toda su movilidad. Parecía que había entrado en una especie de shock. Quise hablar pero no pude articular ni una palabra, mis únicos sentido que funcionaban era la vista y el oído, aunque estos dos estaban lejanos igual podía utilizarlos.

Entré en desespero, pero mi movilidad era nula lo que hacía que mis nervios se multiplicaran por mil.

La chica enfermera se giró hasta la cuna del bebé y también empezó a colocarle la cura.

Escuchaba gritos lejanos tanto de hombres como de mujeres, no podía girar mi cuello así que no podía observar nada, sólo podía mirar de reojo a André y a Vanessa. Traté de moverme para evitar que la chica siguiera colocándole la cura al bebé, pero mis intentos eran en vano y poco a poco mis ojos se convirtieron en metal, haciéndolos pesados hasta cerrarse y mi audición se fue haciendo cada vez más lejana.

¿Me había desmayado? ¿Me había muerto? Esperaba más la segunda que la primera opción.


Continuará...

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interesante seguire para leerla luego

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