Yo, el Templo de Debod

Longevo, no en vano tengo una edad aproximada de 2200 años, he de reconocer que poca o ninguna sorpresa, para ser precisos, me produce ya la estúpida frivolidad humana. Creo, y correjidme si me equivoco, que por mucho agradecimiento que pueda haber entre dos países, no deja de ser un auténtico sacrilegio y una aberrante insensatez, regalar un templo, como si fuera un cestillo de flores. Tal vez hubiera sido mejor descansar en ese lecho de limo y agua amiga, al que estaba destinado, cuando se construyó la presa de Asuán.

En efecto, allí nací, en el sur de mi Egipto amado, cerca de donde el Nilo corta al Tropico de Cáncer, recibiendo el amparo de los benéficos rayos de Ra, mi adorado dios del Sol, en un pequeño oasis, protegido por las doradas, ondulantes y ardientes dunas de un desierto, cuyas arenas acariciaron con respeto los pies de Antinea, aquélla hermosa soberana descendiente de los reyes de la Atlántida, según el literato francés Pierre Benoit. A Amón y a Isis me consagraron, y en el ínterin de los siglos, mi sagrada estructura fue visitada, entre otros y por diversas razones, por egipcios, nubios, nómadas y romanos. Incluso me visitó, aunque dejara breves reseñas, ese al que os referís como el padre de los jeroglíficos, Jean-François Champollion. Desde luego, eran otros tiempos, que si no mejores, sí al menos más respetuosos.

Cuando me desmontaron, mis piedras fueron despositadas en la isla de Elefantina. Posteriormente, me trasladaron al puerto de Alejandría, en cuyas aguas, los submarinistas al mando del arquéologo Frank Goddio continúan buscando los restos del Faro, aquél que en su momento constituyera, con toda justicia, una de las grandes maravillas del Mundo Antiguo. Fue precisamente en Alejandría, donde me embarcaron en la oscura bodega de un buque de carga, llegando al puerto de Valencia a finales de los años sesenta, en un periodo convulso en las relaciones entre España y Gran Bretaña.

El motivo, aparte de una rivalidad ancestral que se remonta a los tiempos de Felipe II, la Armada Invencible y las artes hechiceras de aquél oscuro astrólogo de la reina Isabel, llamado John Dee: el dichoso Peñón de Gibraltar. Y es que, ¡resulta tan difícil recuperar aquello que se ha perdido por la insensatez de la guerra!.

Sin demasiado fasto, pompa y circunstancia, me colocaron en el lugar en el que me contempláis ahora, muy cerca de la Plaza de España y las estatuas de esos grandes caballeros, Don Quijote de la Mancha y Sancho Panza, en lo que antaño fuera el solar donde se levantaba el Cuartel de la Montaña. Fui oficialmente inaugurado -¡qué palabra más soez, para referirse a la apertura pública de un templo inmemorial!- el día 20 de julio de 1972, aunque me declararon Bien de Interés Cultural hace escasos años, en abril de 2008, quién sabe si por piedad, dado mi pésimo estado de salud.

Languidezco, pues, en una ciudad que, aunque reconozco la admiración de muchos de sus habitantes, su clima, después de todo, me afecta y me hace estremecer. A veces, cuando la luna se refleja en las tranquilas aguas del estanque, sueño con las antiguas ceremonias -los sacerdotes y las sacerdotisas purificándose en el ‘uabet’, el pasillo central por el que ahora entra todo el mundo como si nada- mientras se dirigían, entonando cánticos, hacia el ‘mammisi’, el lugar más sagrado, donde se produce el renacimiento de la Diosa.

Es evidente que el tiempo pasa; que los imperios, sean estos más grandes o más pequeños, nacen, se desarrollan, envejecen y mueren; que la luna, el sol e incluso las estrellas resultan muy diferentes, dependiendo del lugar desde el que se miren. Pero si algo han aprendido por encima de cualquier otra consideración, estas, mis ahora tristes y enfermas piedras, es que sólo una cosa permanece para siempre inalterable: el amor.

En el fondo, no dejo de ser cómplice –o alcahueta, si así lo prefieren- de éste, pues si bien durante el día recibo a numerosos visitantes, que me escrutan, hartos sus ojos de ‘mirar sin ver’ –como diría aquél excelso poeta, que fue don Antonio Machado- es, no obstante, por la noche, cuando al amparo de mi hermética mole, vuelvo a escuchar los viejos susurros, las promesas y los inmortales proyectos de los amantes.

AVISO: versión revisada de la publicada originalmente en mi blog RECUERDOS DE UN PEREGRINO. Tanto el texto, como las fotografías, son mi exclusiva propiedad intelectual. La entrada original, donde se puede comprobar la autoría de juancar347, pueden encontrarla en la siguiente dirección: https://jc347.blogspot.com/2009/11/lugares-magicos-de-madrid-el-templo-de.html

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ARS OBLIVIONIS

ARS VTINAM MORE S/ANIMVM QVE EFFINGERE/POSSES PULCHRIOR IN TER/RIS NVLLA TABELLA FORET'
'ARTE, OJALÁ PUDIERAS REPRESENTAR EL CARÁCTER Y EL ESPÍRITU. NO HABRÍA SOBRE LA TIERRA IMAGEN MÁS BELLA'
[Martial, latin poet]